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Rostros de una Venezuela en crisis: La ‘mami’ de La Parada, una luz para los migrantes (Venezolanas en el exilio)

Isabela Granados y Salua Murad

Entre los cientos de migrantes que cruzaban a diario la frontera con Venezuela, hay mujeres que han tenido que adaptarse a una nueva condición de vida para obtener lo necesario para sobrevivir. Presentamos la primera parte de una serie de tres historias de madres venezolanas que viven en Villa del Rosario, Norte de Santander.

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Autor:
Natalia Bustos

Para ella, los asesinatos no eran unas simples cifras, porque a su hijo lo habían matado por venganza. Él hace parte de los 40 jóvenes que matan al día en Venezuela, según un informe del Observatorio Venezolano de Violencia, en el que se resalta que en el 2018 murieron 14.736 jóvenes por violencia y 5.364 por violencia policial.

Delia Véliz, de 47 años, vivía en Valencia, estado de Carabobo (Venezuela), con su familia. Queriendo un mejor futuro y como un acto de resiliencia, migró a Colombia en una camioneta hasta Villa del Rosario, Norte de Santander, junto a sus seres queridos. “Le dije a mi nuera: ‘¡Vámonos!’. Lo decidí un sábado. El lunes siguiente agarramos las maletas y nos vinimos con mis nietos y mi hija”.

Huyó de su país en busca de saciar una de las necesidades básicas del ser humano: su alimentación. Aunque, cuando ella lo explica, quizás ese fue el elemento que hizo derribar el vaso en el que se ahogaba. Un ahogo que aumentó cuando asesinaron a su hijo, Andy Josué Veliz, de 22 años, a quien mataron para cobrar algún tipo de venganza hacia ella –como asegura- porque era opositora del gobierno y secretaria en la Asamblea Nacional.

Hoy vive solo con su hija, pues sus nietos y nuera tuvieron que devolverse porque las condiciones de vida en la frontera no eran las más adecuadas para los pequeños. Habita una casa con 35 personas -la mayoría mujeres y madres- en el barrio La Parada de Villa del Rosario. No es el sector más seguro para vivir. Tuvo que “ganarse su lugar” allí. Aunque es constante la sensación de que la están vigilando, está tranquila porque, como dice, ha logrado ayudar a varios venezolanos que han llegado al país sin ningún apoyo. Sus ‘hijos’ –como los llama- la protegen de los peligros a su alrededor. Ellos saben que si la pierden, se va la luz que los está sacando del torbellino oscuro que ha provocado su migración.

En la residencia -de dos pisos- se pagan cuatro mil pesos por persona para dormir. Solo hay una habitación en la que duermen diez familias, el resto se acomoda en carpas en la terraza, a la intemperie, o en la sala y comedor de la casa. Desde las cuatro de la mañana hay fila para entrar al baño y la situación en la cocina no es muy diferente. “Puedo asegurar que de todos los que estamos aquí, a ninguno le faltaba cama en Venezuela. Pero, ahora en nuestro país no tenemos lo más básico y acá, por lo menos, puedo comprarlo para enviarlo a mi familia”.

Ella es el reflejo de la crítica situación de vivienda en la frontera, que según Pepe Ruiz, alcalde de Villa del Rosario, se debe a que “no se han tomado medidas al respecto, porque no existen los recursos para suplir esta necesidad”. Hace parte de los 1.174.743 venezolanos que hay en el país, según Migración Colombia. Algunos de ellos se quedan buscando una fuente de trabajo en Cúcuta o municipios aledaños, otros siguen su rumbo a la capital o a otro país.

La ‘Mami’ de La Parada -conocida así por algunas personas del barrio gracias a su carisma y calor maternal- es voluntaria en el comedor de la casa de paso Divina Providencia, en donde se dan desayunos y almuerzos a unos 1.500 venezolanos cada día. “A voluntarios, entre venezolanos y colombianos, se les paga con un plato de comida”, afirma el padre José David Caña, padre de la Diócesis de Cúcuta y director del lugar que le ha cambiado la vida a cientos de migrantes en la frontera.

Allí, a diario, la escena es desgarradora. Decenas de niños, mujeres embarazadas y adultos mayores hacen la fila a las afueras de la casa, cerca del corazón de uno de los barrios más peligrosos de Villa del Rosario, para alcanzar una ficha que les permita reclamar el alimento. Las altas temperaturas hacen que los menores se acerquen varias veces a los voluntarios para que les den agua. La ropa de algunos está sucia y rota porque han tenido que dormir en el suelo. Los platos son completos y cuentan con lo necesario para saciar el hambre del día. Sin embargo, hay quienes –tal vez por su situación- no logran alimentarse por completo, como una madre que le suplica a su hijo comer porque “no saben si puedan volver a comer pronto”, u otra que tiene que guardar la comida en una bolsa plástica para “comer más tarde”.

Delia Veliz es testigo del sufrimiento. Cuando acaba la jornada, se sienta en una mesa y llora. Es difícil y lo sabe, pero saca fuerzas para ir con su hija a vender tintos en otro sector de La Parada. A punta de café, consigue el dinero para pagar los ocho mil pesos diarios de arriendo de la residencia y enviarles algo de alimentos a sus familiares. Ellas hacen parte de 70 por ciento de personas que trabajan en la informalidad en Villa del Rosario.

Aún así, tiene claro que debe seguir ayudando. “Yo nací en un país libre”, relata Veliz con nostalgia. Para ella, no luchar por su nación sería egoísta. Ahora, “pelea” contra la pobreza y la mala calidad de vida de sus ‘hijos’. Es una guerrera que busca salir adelante para sacar a los suyos. Como digna madre y abuela, no se rinde, porque sabe que su país debe “retornar a lo que era, porque sus compatriotas ya conocieron la democracia y quieren volver a ella”.

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