Un sistema educativo amenazante
Paula Andrea Castro Leiva, estudiante de Comunicación Social y Periodismo
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La historia de Patricia Moreno, la profesora encargada de dictar todas las asignaturas a 12 estudiantes en el Instituto Educativo Departamental Joaquín Sabogal, en la vereda El Limonal, ubicada en el municipio de Quipile, Cundinamarca.
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Paula Andrea Castro Leiva
Una oportunidad es lo que se presenta en pro de una mejora o algo esperado. Decir sí y aceptar las circunstancias de esa oportunidad puede traer diferentes beneficios, a pesar de los retos. Ahora, una oportunidad laboral es lo que se le presentó a Patricia Arias Moreno, luego de varios intentos, en los que logró empezar a trabajar con el departamento de Cundinamarca como docente, dado que, previamente, había enviado su hoja de vida al Banco de Excelencia del Ministerio de Educación. Fue aceptada. Inició una gran aventura.
Ella,una mujer de aproximadamente 1.54 cm de estatura, ojos pequeños de color marrón, nariz pequeña y tez morena, ha luchado por sus sueños a pesar de las dificultades. A sus 41 años, camina largos trayectos y trabaja por la educación de los niños en el campo, quienes también emprenden largas caminatas para llegar a su colegio, en el que no tienen conexión a internet.
En diciembre de 2016, ella empacó pocas camisas y pantalones en una mochila y, cargándola en la espalda junto con zapatos deportivos, ropa cómoda y muchos sueños por cumplir, Patricia inició su camino hacia Quipile, Cundinamarca, en la provincia del Tequendama, un municipio ubicado a 88 km al occidente de Bogotá.
En un principio, Patricia fue docente en la Escuela de la Unión, lugar que se convirtió en su residencia. Posteriormente, fue trasladada al Instituto Educativo Departamental Joaquín Sabogal en la vereda El Limonal, más conocida como escuela Paime, también ubicada en el municipio de Quipile, a una hora a pie desde la cabecera municipal; sin embargo, el traslado de institución trajo consigo muchos cambios y nuevos retos para ella, ya que debía comprar o arrendar una casa y cubrir los gastos de transporte o caminar largos trayectos.
Dejándose llevar por el miedo y por los comentarios de los habitantes, Patricia no se sentía muy segura de trabajar en aquel municipio por el pasado violento que tuvo con las guerrillas. Ella caminaba con temor y con la esperanza de que no aparecieran en ningún momento; le temía más que todo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), grupo guerrillero que hizo presencia en el municipio entre 1995 y 2003;sin embargo, con el paso del tiempo, la profesora se dio cuenta de que esto ya no sucedía.
Como efecto de la presencia de las FARC, algunas escuelas tuvieron que ser cerradas, pues la deserción estudiantil llevó a que no se completara el mínimo de 6 estudiantes para abrirlas y asignarles un profesor. Por el momento, hay 25 escuelas abiertas en el municipio de Quipile.
Todos los días, Patricia se levantaba, bañaba, cambiaba y cogía los implementos o materiales para las clases, e iniciaba con su caminata. Bajaba por una loma durante dos horas para llegar a la escuela. Allí, se encargaba de dar todas las asignaturas a sus 12 estudiantes de diferentes edades (7 a 9 años), de primero a quinto de primaria.
Al ingresar a la escuela, la profesora entró sin ningún problema, ya que no tenía puerta. Ella siguió caminando por medio de unas plantas y se cruzó con el salón donde daba todas las clases; este tenía carteles educativos, dibujos, un tablero amplio y un escritorio no más grande que los pupitres color gris con sillas amarillas de sus estudiantes. Pero, si se seguía avanzando, se veía otro salón con más pupitres e implementos de educación física como balones, lazos y colchonetas. Al frente de esos dos salones había una cancha de deporte, encerrada por una malla verde, que cubría toda la distancia de la escuela. Además, tenía una zona de comedor, pero se encontraba vacía.
—La estructura de la escuela es nueva. Fue construida por el Ministerio de Educación hace más de 8 años —contó Nidia Cruz Ortega, alcaldesa de Quipile.
Pese a los retos de enseñar en el campo, todo iba bien para la profesora Patricia hasta marzo del 2020, pues el covid-19 marcó un nuevo desafío en la educación rural. Los niños no contaban con conexión a internet dentro de sus hogares, así que iniciaron con un nuevo método por medio de guías que se dividían en el propósito, trabajo de la semana y evidencias de aprendizaje. Su único medio de aprendizaje, antes de la cuarentena, era asistir todos los días a la escuela de 7:30 a.m. a 11:30 a.m., pero, el 17 de marzo de 2020, empezó el confinamiento estricto, razón por la que los niños dejaron de ir a la escuela para quedarse en casa.
—Mi hija aprendió por medio de fotocopias y, aunque yo le exigía, ella se fue a la pereza. A mí me tocó hacer el 70% y ella el 30% —comentó Sandra Castro, habitante de la vereda El Limonal y madre de Valeria Moreno, estudiante de la escuela Paime, quien en este momento se encuentra repitiendo tercer grado.
—Jummm— contestó Samuel Castro, sobre cómo le fue estudiado con las guías, mientras giraba sus ojos y su cabeza de derecha a izquierda seguido de un silencio incómodo. Él es un niño de 9 años, estudiante de la escuela Paime, quien a su corta edad ayuda en los oficios del campo, razón por la que él, usualmente, anda con un machete colgado a su cintura que llega un poco más arriba de sus tobillos.
Para Patricia era importante saber que sus 12 niños estuvieran aprendiendo y, al ver que las guías no eran efectivas, intentó diferentes métodos de enseñanza. Primero, los niños iban a la casa de la profesora, en el pueblo; pero, a la hora de evaluar su aprendizaje, era evidente que los padres eran quienes hacían las actividades. Segundo, ella decidió ir a la casa de cada uno de sus estudiantes, en la vereda, para ayudarlos en su proceso formativo. Dada la contingencia, ella hizo que los padres de familia firmaran un permiso para que no se viera comprometida con algún caso de covid-19, al tener en cuenta que seguía con todos los protocolos de bioseguridad.
Debido a la pandemia, se cambió la manera de calificar a los niños. Se pasó de una calificación cuantitativa a una cualitativa (bueno, superior, bajo y básico).
Frente a la situación que estaban afrontando los estudiantes de la vereda, en dos ocasiones, la alcaldía envió kits para los niños, los cuales tenían colores, crayolas, blocs, plastilina, entre otros elementos.
—Nosotros, como Alcaldía, estamos haciendo inversiones educativas para mejorar la educación de nuestros jóvenes —mencionó Nidia Cruz Ortega, alcaldesa del municipio de Quipile.
En un artículo de La Silla Vacía, comentó Iván Mantilla, ex Viceministro de Conectividad, que en las zonas rurales apenas hay un 9.6 por ciento de conectividad.
—El hecho de que los niños no tengan educación de calidad puede provocar bajo rendimiento académico lo que conlleva a la deserción o repitencia —señaló Martha Patricia Jaimes, profesora de la Escuela La Unión, también ubicada en Quipile.
En la vereda El Limonal, los hombres se dedican al trabajo con ganado, a guadañar (cortar el pasto) y a las cosechas, especialmente de mango y limón; por otro lado, las mujeres se encargan del hogar, de los niños, de las cosechas y algunas tienen tiendas en las que venden principalmente cerveza.
—La profesora estaba muy interesada en que los niños volvieran a la escuela. Ella fue la primera profesora en querer que los niños volvieran a estudiar —aclaró Sandra Castro.
La docente se preocupaba, principalmente, por los niños que no realizaban adecuadamente las guías, ya que algunos padres de familia no sabían leer o escribir, lo que dificultaba mucho más el apoyo escolar de sus hijos.Cuando ellos miraban las guías no lograban entender las palabras ni su contenido semántico.
Se abrió nuevamente la escuela. Los niños volvieron a estudiar, pero Patricia se sintió decepcionada en algunos aspectos.
—Lo que me impactó al volver a la escuela fue la estructura porque antes de irnos tenía algunas fisuras o grietas, pero cuando volvimos se veía peligrosa para los niños —comentó la profesora, la cual considera que cada vez está peor la escuela y es más peligrosa para los estudiantes.
La alcaldía de Quipile radicó un proyecto a la Gobernación de Cundinamarca, en la Secretaría de Educación, para hacer una inversión de 100 millones de pesos para completar el comedor o zona de refrigerio. Está también en proceso de radicación otro proyecto frente a la Gobernación para construir el polideportivo de la escuela de Paime con una inversión de 860 millones de pesos. Sin embargo, frente a estos proyectos, la profesora no vio ningún tipo de inversión en la escuela por parte de la Alcaldía durante la pandemia. Según la alcaldesa, Nidia Ortega, “la escuela Paime no necesita algún tipo de inversión por el momento, ya que es reciente la construcción”, pero aclara que sí se tienen proyectos a futuro como los mencionados anteriormente.
Por otro lado, Patricia estaba orgullosa de que los niños volvieran a estudiar. Se empezó un nuevo proceso con los estudiantes. Debido a la pandemia, hubo repitencia en grado tercero, ya que ningún estudiante alcanzó a pasar a grado cuarto de primaria.
Desde entonces, la profesora Patricia siguió dando clases en la escuela Paime. Ella explica los temas y después le dedica cierto tiempo a cada uno de sus estudiantes asignando tareas y actividades dependiendo del curso al que corresponden.
La educación siempre ha sido lo primordial para la profesora Patricia y, ahora, cada uno de sus estudiantes hacen parte de su vida y de su corazón. Ella busca un futuro mejor para sus dos hijos; por esta razón, está cursando una maestría virtual de Didáctica y Lenguaje en la Universidad Internacional en España, estudios que espera le abran puertas en otros departamentos colombianos.
—El no recibir educación de calidad origina comportamientos y actitudes negativas, lo que se puede convertir en desempleo o violencia —mencionó Martha Patricia Jaimes.