Laura Tatiana Rocha Barrera
Con un disco de oro en mano, el cacique Pedro Naizaque fue hace más de 500 años uno de los representantes de una actividad cultural nombrada como turmequé. El pasatiempo consistía en lanzar un disco de oro, y el cacique que lo aventara más lejos ganaba el torneo o partida.
El nombre del municipio (Turmequé) donde jugaban los caciques es el mismo con el que bautizaron el deporte, procede del idioma muisca y su significado es jefe vigoroso o gran cacique vigoroso. Sin embargo, en la actualidad se le conoce mayormente como tejo (mismo disco de hierro que es necesario para jugar).
Con la conquista española, en 1537 llegó a Turmequé la religión cristiana-católica que instauró la monogamia entre los pobladores. Esto obligó al cacique a elegir una sola esposa entre sus 7 compañeras. A todas les propuso jugar tejo, y la que triunfara podría contraer matrimonio con él. La ganadora fue la indígena María Lucero, quedando así como la primera mujer vencedora del primer torneo en la historia de este juego.
Turmequé, de apenas 106 km², es un municipio boyacense que transmite calma, en donde los lugareños dicen que la tragedia más grave ha sido una estrellada de un vehículo. Las oficinas y puntos más importantes, en este pueblo, están separados entre sí por apenas unos cuantos pasos. Por ejemplo, accediendo al parque central se encuentran juntos la Alcaldía, la institución educativa Diego de Torres y la parroquia.
Los lugares que quedan en la pasividad de ese parque tienen vista a tres de cinco esculturas. La del Cacique Diego de Torres, quien fue un defensor de los indios y llevó un memorial de agravios a España, la india María Lucero y el Cacique Turmequé, quien representa a todos los caciques que atravesaron el pueblo y la indianidad. Todas tienen un relieve que imita la forma de diferentes herramientas de trabajo y fueron esculpidas por el artista Santa María, que fue contratado por el alcalde.
Luego de la conquista española, cambió la forma de jugar tejo. El vigía del pueblo, Heither Sánchez, dice que se delimitó el lanzamiento y se crearon las canchas. Ahora consta de lanzar un tejo hecho de hierro de 11 centímetros de diámetro, parecido a una roca, en una cancha que tiene una longitud de 19 metros en total y es rodeada por rejas y costales, para limpiarse las manos del barro o greda que conserva el tablero o las cajas donde tiene que caer el tejo.
Así como María Lucero logró dejar huella en su pueblo, la profesora Gladys Gómez al día de hoy es una mujer que intenta no solo seguir marcando los puntos que se necesitan para ganar una disputa de tejo, sino, por medio de la pedagogía, lograr que en un futuro sus estudiantes adquieran el desempeño académico que la vida escolar les demandará.
Usualmente este juego se acompaña con licor o “politas” y se conforma por parejas, tríos o grupos de cuatro personas para hacer una suma de 27 puntos y ganar. Sin embargo, los cambios de la ley 613 del 2000 —que declara al tejo como deporte nacional—hacen que la informalidad repose únicamente en las personas que practican este deporte como un pasatiempo o recreación.
Ya no sería más solo un juego. Como deporte oficial se establecen normas estrictas que personas como la profesora Gómez siguen al pie de la letra. Normas que esta mujer, que a simple vista se ve de mano dura, lleva cumpliendo y enseñando más de 30 años. Cumplir con las medidas del área de juego y enseñar un deporte sano, en el que las bebidas alcohólicas no hagan parte, son algunas de ellas.
La profesora enseña asignaturas como matemáticas, sociales e historia por medio del deporte a un grupo conformado por los estudiantes de los grados cero a quinto de primaria, en una vereda que queda a una hora caminando del parque central de Turmequé, y la cual es una de las cinco sedes de la institución Diego de Torres, llamada Pozonegro.
Antes de salir a la práctica del deporte junto a sus pequeños alumnos, tiene en vez de un tejo, un marcador a la mano. Con este, en un tablero, explica matemáticas, refiriéndose a los puntajes que se dan en el mismo deporte. Los niños realizan sumas, multiplicaciones y divisiones con marcaciones como “la mano” (1 punto), “la mecha” (3 puntos), “embocinada” (6 puntos) y “moñona” (9 puntos).
Cuando el tejo se acerca al bocín (círculo metálico ubicado en el centro de la caja de greda) es mano; cuando se revienta la mecha (triángulo de papel con pólvora dentro) es mecha; cuando queda enterrado dentro del bocín es embocinada; y es moñona cuando cae dentro del bocín y a la vez totea una mecha.
Al salir a la parte trasera de la vereda, los niños se encuentran en un lugar donde pueden respirar aire puro, de campo, y donde pueden jugar mini tejo (igual al tejo, pero en canchas reducidas). Se les imprime pasión por el deporte, o al menos eso ha intentado promover la profesora Gladys entre sus estudiantes. La docente ha sido dos veces campeona nacional: en el 2000 y 2015.
Así como es tan importante ser preciso a la hora de lanzar el tejo y que no caiga fuera de las cajas donde debería totear una mecha o al menos enterrarse, es mucho más importante evitar que un niño resulte herido. Por eso, la profesora decide que los niños que aún no pueden coger un tejo, y mucho menos lanzarlo, deberán jugar con conos de seguridad y fuchis (similar a una pelota de tenis, pero hecha de lana).
El deporte, asociado con la asignatura de matemáticas, en el campo de juego se basa en reiterar los puntos que se enseñaron en el salón y que a la par de una jugada se vayan practicando junto a la suma de los mismos, su resta o multiplicación dependiendo de la indicación de la profesora.
En cuanto a las materias de sociales e historia no hay un aprendizaje práctico, pero sí se relaciona con el tejo ya que la estrategia por medio de estas dos es generar apropiación por el deporte a través de datos curiosos.
En el aspecto histórico, la importancia de la indígena María Lucero o simplemente el hecho de saber que el tejo viene desde los indígenas, y respecto a sociales, enseñar los pensamientos que antes tenían los caciques y las personas que jugaban siglos atrás y que aún algunas personas conservan.
Según la profesora, “les enseño que el tejo puede significar un Dios, asociado a algo supremo, o llamado antiguamente como el sol. Cuando se lanza el tejo, significa la salida del sol y cuando el tejo cae en la greda, es la puesta del sol. ¡Ah!, y también que cuando se llega a ese final, es que la persona terminó su recorrido”.
Todo se aprende mediante la experiencia y los sentidos. Según la directora en pedagogía María Hernández, entre más sentidos conectados, más aprendizaje habrá. Se genera una relación empática con el aprendizaje y se contextualiza. Por ejemplo, un niño de pueblo aprenderá más rápido con una actividad como el tejo, que preguntándole cuánto es la suma de las llantas que tiene un carro.
Lo que busca Gladys es, aparte de un simple aprendizaje, que los niños logren apropiarse del deporte, pues aunque hayan nacido en el municipio de Turmequé, a las personas actualmente no les interesa.
En la vereda hay dos niñas que viven muy cerca a sus hogares aledaños, Paula Morales y Lina Valero. Sin embargo, causa impresión ver que llegan al colegio y se van solas, así como los otros niños. Sus padres tienen que ejercer el trabajo de la ganadería y en lo que respecta a la educación de sus hijas, lo dejan todo en las manos de Gladys.
— ¿El Gobierno o la Alcaldía , o el propio colegio transfieren recursos para los niños?
—Solo el colegio me apoya, soy muy cercana al rector, pero hay veces que tengo que sacar de mi bolsillo para darle a los niños – indica Gladys. Por ejemplo, a veces llegan sin desayunar o no tienen los útiles escolares y toca colaborarles a los padres.
La educación en el municipio es prácticamente gratuita, no obstante, los recursos CONPES—ayudas económicas que el Consejo Nacional de Política Económica y Social brinda a todos los municipios y distritos para que, a través de actos administrativos, sean transferidos a los Fondos de Servicios Educativos de las instituciones educativas — y las pocas ayudas de parte de la Alcaldía, ayudas que se dan por lazos amistosos entre el rector y el alcalde, dicho esto por el propio rector del colegio, no alcanzan para la totalidad de gastos.
Según el concejal Jefferson Sánchez, otros municipios como Tunja sí son reconocidos ante la liga de Boyacá. Esto se da porque no hay un solo club dentro del pueblo. Los únicos que están gestionando la salida del problema son él y su padre (Heither Sánchez), quienes piensan conformar el ‘Club deportivo de alto Turmequé’. Si reciben personería jurídica podrían presionar a la liga para que dé recursos y así gestionar la creación de escuelas de formación de Tejo.
La Federación Colombiana de Tejo establece que hay 23 ligas nacionales, que para tener reconocimiento deben existir por lo menos 10 clubes por municipio y que cada club debe estar compuesto por 10 personas como mínimo.
Otra profesora de la institución Diego de Torres, Flor Ángela, baja el tono paulatinamente y dice apenada que no hay suficientes canchas en el municipio donde nació el tejo, donde nació ella. Comenta que los recursos los usan para útiles académicos más importantes como libros y demás y que le da melancolía saber que el deporte o la actividad del Turmequé se esté perdiendo.
Aunque Gladys intenta promover el deporte y enseñar de una manera auténtica, no es suficiente para que todas las personas se motiven a pensar como ella o a actuar de una manera similar. Según el rector del colegio, Beder Núñez, no todos los profesores entrenan, ni les gusta Tejo, y además cada quien tiene su forma tradicional de enseñar.
Al final de una jugada de tejo, como en cualquier deporte, se busca triunfar, ser el mejor. En otros países, como en los europeos, existen proyectos educativos desde el 2014 como el ‘European Music Portfolio: Sounding Ways into Mathematics (EMP-M)’ que han sido un éxito y consisten en elevar el nivel matemático de los estudiantes a través de la música.
Por resultados efectivos y ajenos al país como este, la profesora Gladys toma ejemplo de ello y se esfuerza por no dejar desfallecer el deporte al menos en lo que respecta de su municipio, además de mantener el patrimonio del mismo. Su mayor sueño es que “sus niños” vayan a competir en torneos nacionales de tejo, poder llevarlos a Tunja para que tengan más oportunidades de competir dentro de la Liga de Boyacá y pensar en qué nuevas estrategias innovadoras para la pedagogía ella podría elaborar o proyectar.