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Amor al escondido

Ancla 1

Valentina Hernández Sefair

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Foto tomada de Envato Elements

Aún recuerdo cómo el 25 de mayo mi vida tomó un giro de ciento ochenta grados, aunque en ese momento no lo supiera. Me desperté como de costumbre para ir a la escuela y fui a todas mis clases. A la salida, Luisa, una chica de tez blanca y cabello rojo como el fuego, de quien siempre he estado enamorado, se acercó a mí y a mi mejor amigo, Pablo para invitarnos esa misma noche a su cumpleaños; con el corazón en la mano, respondí rápidamente que allá estaríamos.


Al llegar a la fiesta, lo primero que hice fue ir a la cocina y servirme unos cuantos vasos de vodka para calmar mis nervios. Siempre había soñado con ese momento; esperaba que esa noche atrevería a hablar con ella y, si tenía suerte, recibiría un beso de su parte. Empecé a sentir el efecto del vodka en mis venas, lo que me dio la valentía para invitarla a bailar; ella aceptó y, después de un largo rato, me propuso subir a una de las habitaciones.


Cuando escuché esas palabras, sentí un remolino de emociones, desde pánico hasta deseo; tenía miedo de decepcionarla. No obstante, subí por las escaleras, para esperarla y me encontré con cinco cuartos en medio del pasillo, todos muy distintos entre sí, pero entré al que tenía el aspecto más femenino; apagué la luz y esperé. Al pasar los minutos, unos suaves labios, con sabor a menta, chocaron con los míos.  Me sorprendí, no sabía qué hacer, pero casi al instante respondí el beso; sentía mariposas en el estómago, era la sensación más extraordinaria que jamás hubiera sentido. Cuando traté de tocar su rostro, se separó y se fue de la habitación antes de que yo abriera los ojos.


Me quedé un tiempo pensando y analizando la situación, hasta que decidí volver a la fiesta. Estaba hablando con unos amigos cuando Luisa, con cara de enojo y reproche, empezó a reclamarme por haberla dejado plantada. En cuanto dijo aquellas palabras, mi cabeza dio mil vueltas, me sentí mareado y confundido. Salí al patio para despejar mis pensamientos y la respuesta brotó de lo más profundo de mi ser; conocía el olor de ese cuerpo, podía ver esos labios en mi memoria y, más importante, entendí por qué huyó de mí. Para confirmar mis sospechas, Pablo, quien robó mi primer beso, entró al jardín, y millones de recuerdos aparecieron en mi mente. No sabía qué significaba ese beso, qué iban a pensar los demás, cuál era mi sexualidad, por qué me había gustado tanto ese encuentro. Ya no sabía quién era.

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