El naufragio del oro blanco
Yazmín Merchán Nocove, estudiante de Comunicación Audiovisual y Multimedios
Ilustración por Yazmín Merchán Novove
Un día más a bordo del barco “Oro blanco”, el innombrable capitán que dirigía la nave dio la orden a sus tripulantes aliados de arremeter en contra de un grupo de insurgentes, lo que provocó una constante confrontación bélica entre ambas partes. Entretanto, en el interior de la embarcación en un pequeño y oscuro sótano se encontraba un grupo de tripulantes, quienes mantenían sus ojos vendados y sus manos encadenadas. Además, gracias a su ignorancia se mantenían a salvo e indiferentes ante la barbarie que se acrecentaba allí fuera.
Uno de ellos decidió ponerse en pie y dirigirse a la puerta donde posó su mirada en un pequeño orificio, el cual reflejaba un rayo de luz que dejaba ver a un pueblo que lloraba por la desigualdad inminente. Cansados del encierro y las injusticias, decidieron juntarse para forcejear la puerta y lograron romper las cadenas del silencio que los convertía en cómplices de la masacre. Luego se dirigieron lentamente a la cubierta para arremeter en contra del capitán y empujaron de un lado a otro las puntas afiladas de los mástiles hasta que los cristales de la botella saltaron por los aires. —Mamá, Daniel rompió mi botella con su pelota— gritó Martín lleno de cólera, al mismo tiempo en una de sus manos sujetaba una pinza que sostenía en la punta una bandera tricolor la cual cobijaba la diversidad y riqueza cultural de la nación.
Sin embargo, Martín no alcanzó a colocarla en la punta de su barco antes del estallido. Entre tanto, en la otra mano sostenía el cuello de la botella en la cual quedaba un fragmento de la embarcación. A la vez que la otra mitad caía al suelo y se hundía lentamente en un charco de sangre ocasionado por una cortada al tener contacto con una pieza de vidrio, allí reposaban los cientos de cuerpos de inocentes desaparecidos.