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Despertar del letargo 

Ancla 1

Yazmin Merchán, estudiante de Comunicación Audiovisual y Multimedios

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“Aún recuerdo aquel día que lo vi por última vez, ese amigo de cuatro patas que me seguía a todos lados con sus ojos brillantes, el pelo cenizo y batiendo la cola de un lado a otro”, dije en medio del llanto. Bruno, ahora no era más que un simple recuerdo que había sido sepultado, en medio de las ruinas, aquel desafortunado día.


Un fuerte rayo de sol pegó sobre mi ventana, todo indicaba que sería un día increíble. Me levanté de mi cama y fui a la cocina a saludar a mis padres, alisté la comida para los animales de la finca y me dirigí a alimentarlos. En las tardes solía ir a jugar con Bruno, pero aquel día no quiso salir, estaba muy ansioso e inquieto, aullaba desesperadamente y su angustiosa mirada apuntaba hacia la colina donde en la cima reposaba “La piedra de Pedro de malas". Cada noche esta gigantesca roca tomaba la forma de una persona agachada, como si estuviera cargando algo a sus espaldas. Dicha figura representaba la imagen del diablo, quien salía a hacer de las suyas cada noche, atemorizando a los hombres borrachos y mujeriegos del pueblo. Sin embargo, en una de sus salidas no alcanzó a irse del pueblo antes de que cantase el primer gallo del día, quedando así: petrificado en la cima de la colina, llevando a cuestas aquellos hombres que habían desaparecido misteriosamente en medio de la oscura y sombría noche de aquel desolado pueblo.


El sol brillante se empezó a ir rápidamente para darle paso a un cielo nublado acompañado de un intenso frío. Fui corriendo a casa buscando algo para abrigarme, después salí e intenté calmar a Bruno, pero él no paraba de aullar; de repente, y sin mediar distancia, saltó la cerca y a grandes brincos corrió sin rumbo. No eran más de las cuatro de la tarde cuando ya todo estaba totalmente oscuro. “¿Qué está pasando?” —me pregunté un poco confundida. De imprevisto, el suelo empezó a moverse de manera muy extraña, volteé a mirar y las vigas y tejados de la casa se tambaleaban peligrosamente y sin control. Quería correr en busca de mis padres para resguardarnos, pero no podía, sentía que mi cuerpo pesaba demasiado, no lograba dar paso alguno, parecía que los pies hubiesen quedado adheridos al suelo sin ninguna razón. De repente, un fuerte estruendo se escuchó en lo alto de la montaña, anunciando lo que estaba próximo a suceder. Giré mi cabeza y observé cómo todo se desplomaba irremediablemente; cientos de fragmentos de roca y troncos se deslizaban y caían colina abajo, el lodo consumió ferozmente todo lo que estaba a su paso.


La avalancha descendió rápidamente, hasta alcanzar nuestra vivienda, ¡Dios mío, protege a mi familia! —exclamé con temor, mientras las piernas me temblaban, sentía que mi corazón se salía del pecho y el cuerpo sudaba frío. Agitada y casi sin respiración forcejeé contra aquello que me impedía mover. Hasta que por fin logré liberarme y salí corriendo hacia la casa a salvar a mis padres y a mi pequeño hermano. Sin embargo, no hubo esfuerzo que valiera porque en cuestión de segundos nuestra casa se desplomó, quedó sumergida en el alud de tierra y los escombros; los animales, la cosecha y todo lo que mis padres habían conseguido con años de esfuerzo, había quedado sepultado. Luego, con un nudo en la garganta comencé a gritar desgarradamente y con desespero, anhelando encontrarlos con vida. A pesar de la incansable búsqueda, fue inútil.


Al despertar de aquella terrible pesadilla me encontraba dormido debajo de la mesa y mi amo desesperado me estaba llamando por mi nombre. Tantor, es hora de comer —dijo, mientras que a mi lado estaba Bruno acicalando sus orejas.

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