Naturalizar
Mariajose Rubiano Martinez
Ilustración por artca_die
Cuando la nieve acariciaba mi rostro y un manto helado me envolvía, frené para contemplar la eternidad, y en un golpe de destino, o algo de suerte quizás, encontré una pequeña esfera que iluminó mi existencia y llegó a recatarme.
La convertí en mi cielo. Era preciosa, calientita y brindaba bienestar. Descubrí que se veía espléndida en lo alto y se convirtió en el foco central. Le dio vida a quien les narra y a todo el quien rodeara.
Pero apareció el instinto humano: dañar y acostumbrarse, y se me fue olvidando que la tenía que cuidar. La normalicé, como al aire para respirar.
Por su parte, ella fue creciendo, empezó a traspasar barreras para hacerse notar y así su brillo fue aumentando. Yo acudí a unas gafas de sol, y como si nada.
Al correr algunos años, la esfera se independizó, se fue de mi casa y no regresó. Para mí no significó gran cosa: se había puesto muy intensa y su calor era asfixiante. Le hice mucho daño y lo entendí muy tarde.
Hoy la volví a ver por última vez. Estaba inundada de rabia y dolor. Destruyó todo lo que sus manos acariciaron, y me llegó la hora final.
En mi último respiro, con melancolía le dije: “¡No te reconozco!”. Ella respondió: “Mucho gusto. Mi nombre es Sol”.