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Aromáticas: sembrando una esperanza

Sasha Muñóz, Nicolás Barahona, Laura Valentina Niño

Aunque se han exportado más de 385 mil toneladas los últimos cuatro años, no hay una estabilidad económica para que los pequeños y medianos productores hagan de este un negocio próspero. Apoyo estatal, protección jurídica y asociatividad son necesarios para que este sector se vuelva insignia en Colombia.

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Todos tienen un recuerdo aromático: con la abuela sacando las hojitas de yerbabuena del jardín, con la mamá llegando con las uchuvas, con sus primas ‘fit’ cuando no quieren aceptar otra comida. Hay recuerdos de lo que se suele tomar en una noche fría saliendo de rumba en una bomba de gasolina o el alivio que siente el estómago en un asado de domingo después de la pregunta: ¿quieres tinto o aromática?

En los inicios, cuando Colombia era tierra de chibchas, muiscas, tayronas y arahuacos, las aromáticas eran más que un brebaje bajativo. Fueron los indígenas del país quienes lograron identificar qué parte de la planta sirve para sanar un malestar, cómo se prepara y qué técnica se utiliza para preservarla.

Gustavo Rodríguez, gastrónomo de la Universidad de La Sabana y experto en hierbas aromáticas y té, menciona lo que se consideraba ‘aromática’ en el territorio precolombino. “Hablamos del yagé, yopo, plantas psicoactivas, que el público extranjero no logra adoptar bien en su paladar [por lo que] fuerza el cambio de los sabores en el territorio. Es por eso que empezamos a absorber otras plantas aromáticas, de pronto más ricas y aceptables a un paladar un poco más neutro”, explica Rodríguez.

Las aromáticas que actualmente se utilizan en Colombia fueron traídas de Europa en la época de la Colonia. De España llegaron la albahaca, hierbabuena, las fresas y otras frutas consideradas pertinentes para la preparación.

El Ministerio de Agricultura no cuenta con información sobre el consumo interno ni sobre la posible tasa de informalidad de este sector. Los cultivos de plantas aromáticas representan menos del 1,1 % de las hectáreas sembradas en el país.

Aún así, la industria está en un momento decisivo para consolidarse con productos de alto valor nutricional, medicinal, estético e histórico. Las ventas y la demanda internacional son prometedoras. Se requiere que los pequeños y medianos productores nacionales se muevan en un mercado con más garantías.

Como se vio en junio de 2020, los fenómenos ambientales y económicos pueden llevar a la quiebra a los emprendedores en esta industria. Un caso que preocupó a las autoridades y comerciantes fue el de Chipaque, Cundinamarca, uno de los municipios insignia en la producción de plantas aromáticas.

Como lo informó en ese momento el diario El Tiempo, los campesinos producían cerca de 15 toneladas diarias de aromáticas, de las cuales vendían cinco y diez las desechaban por la falta de compradores. En 90 días, las pérdidas económicas superaron los 700 millones de pesos y más de 1.600 personas quedaron desempleadas.

Crecer en soledad
El sector agroindustrial al que pertenecen las aromáticas fue de los pocos que aportaron al Producto Interno Bruto (PIB) de Colombia durante la época más desastrosa para la economía mundial, con una participación que va entre el 8% y 10%, según Procolombia en el año 2020.

Esto se dio por el aumento de la comercialización de plantas aromáticas, herbales y condimentarias en los últimos cuatro años, sumando 385 mil toneladas exportadas para ese año, de acuerdo con datos brindados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane).

Hay una tendencia positiva para la identidad agrícola de Colombia, pues crece la presencia de productos de calidad en el comercio extranjero. Pero las cifras no se traducen en estabilidad económica ni tampoco en el resultado de una política estatal.

Asociaciones de pequeños y medianos productores afirman que esto lo han logrado sin contar con apoyo institucional. Falta promoción para el sector, el mercado nacional no les da garantías para ser sostenibles, se requiere de valor agregado en los productos y no reciben acompañamiento para vender en otros países.

Así se hacen más comunes casos como los de la Asociación de Productoras de Aromáticas Naturales de Duitama (Asanad), un proyecto que inició hace siete años por 25 mujeres. Esperaban alcanzar la sostenibilidad utilizando sus conocimientos ancestrales y que su experiencia fuera igual de variada, atractiva y armónica como las aromáticas. Lo que les tocó, sin embargo, fue una trocha de problemáticas estructurales.

Asanad comenzó con un predio pequeño, preparándose durante dos años para entrar al mercado local. Cuando tomaron la decisión se dieron cuenta de que incluso para producir al pormenor se requiere de infraestructura, terrenos, tecnología, plataformas de venta, ruedas de negocio, intermediarios, capacitación, burocracia, inversión, distribución de funciones de trabajo y, sobre todo, de tiempo.

Esto les trajo dificultades. Había compañeras que no podían dedicarse de lleno al cultivo de aromáticas, porque dependían de diversas fuentes de ingreso para alimentar a sus hijos. Y si existía la posibilidad de aumentar sus conocimientos mediante capacitaciones, no todas podían asistir por la falta de transporte en sus veredas.

“Cuando empezamos a sacar nuestras plantas al supermercado o a la tienda de nuestras vecinas, hicimos cuentas y notamos que no quedaban recursos. Nuestro esfuerzo era más de amor, porque económicamente no daba”, cuenta Alba Luz Forero, su representante legal.

No todas podían asumir las cargas del emprendimiento. El número de socias se fue reduciendo hasta llegar a cinco. Esa mezcla de factores frustró a Alba Luz, pues un sueño, que se materializó rápido, se vino abajo ante corazones aún dispuestos a vivir de su legado.

La motiva que la industria de las aromáticas puede ser virtuosa por la capacidad de unir a sus miembros. Y es que gran parte de quienes deciden cultivarlas, producirlas y comercializarlas solo se tienen entre colegas para no naufragar.

La unión hace la fuerza
A 535 kilómetros de Duitama, Boyacá, se encuentra La Unión, municipio entre las montañas del oriente antioqueño en el que en 2017 surgió la Asociación de Productores de Hierbas Aromáticas de La Unión Antioquia (Uniaromas) con 25 productores de hierbas aromáticas. Su objetivo es diversificar la producción agrícola y brindar nuevas fuentes de trabajo a los campesinos de la región.

Para alcanzar la sostenibilidad se enfocaron en el mercado externo, pues “el interno es limitado porque no existe una dinámica para consumir las aromáticas y sus derivados”, afirma Diego Mejía, presidente de Uniaromas.

Por eso prefieren conectar con Estados Unidos y Europa donde encuentran mayor demanda. Las transacciones en dólares se muestran como una mejor fuente de recursos para cubrir el esfuerzo que hacen en cada parte de la cadena productiva.

El valor de los envíos al exterior de plantas aromáticas desde Colombia fue de $8.983.751 dólares (FOB) en el primer trimestre de 2020, según un estudio de Treid. El 40% le correspondió a las cinco principales empresas exportadoras, que son Agroaromas, Country Fresh, Eshkol Premium, La Corsaria y Bioherbs.

Lo primero que se necesita para exportar, según explica Mejía, son los predios. Hay una tendencia en el sector de las plantas aromáticas: el que no tiene terreno propio puede que no tenga los recursos para adecuar una producción que sea certificable por el lnstituto Colombiano Agropecuario (ICA). Esta institución requiere como mínimo un terreno con fuentes de agua, sin plagas y con tecnología.

Lo segundo es vigilar y mantener el correcto desarrollo de las plantas. Por ejemplo, para obtener de ocho a diez mil libras de aromáticas se requiere cultivar una hectárea. En esta deben trabajar dos o tres personas de manera permanente en un promedio de tres meses. Lo hacen manteniendo una lucha diaria con insectos y animales, evitando que se coman las plantas. A su vez, deben mantener el riego correcto, observar cómo crecen las aromáticas y hacer una selección precisa al momento de la cosecha.

Este segundo punto es clave porque en él se presentan los riesgos principales a la hora de exportar. Si la transformación de las aromáticas en sus productos derivados no cumple los estándares, las autoridades norteamericanas y europeas no los reciben. En el mejor de los casos devuelven la carga, que llega a Colombia con menos vida útil. En el peor, lo destruyen, que es cuando detectan plagas. En ninguno de estos hay pago.

El tercer paso es la postcosecha, en la que el comerciante nacional funciona como un intermediario que empaca los productos y los deja listos para venderlos a un comercializador en el extranjero. Este último es quien ingresa las aromáticas colombianas en la cadena de distribución local de otros países.

Cada paso es una larga conexión de inversiones que resulta en la simbiosis. Un fallo impediría que de esa hectárea de aromáticas, los ´productores dejan de recibir entre 1.000 y 5.000 dólares, pérdidas inadmisibles en el escenario inestable de la industria.

“Por eso defendemos la asociatividad, porque sabemos que necesitamos buscar complementos, apoyo y solidaridad entre los que estamos en ella. El concepto hay que promoverlo porque somos un país individualista. De otro modo no vamos a aumentar nuestra competitividad ni mejorar nuestra oferta”, explica el presidente de Uniaromas.

Hay familias que en media cuadra, 3.600 metros cuadrados, tienen un cultivo que les alcanza para sostenerse económicamente, cuenta Mejía. Calcula que todos los cultivadores de aromáticas en Antioquia no llegan a las 100 hectáreas, aunque para él las extensiones de tierra no es lo que determina el crecimiento del negocio.

Lo que se necesita es voluntad política para que el sector se sienta apoyado y mejore su imagen, permitiendo que se le dé más valor cultural y económico a las aromáticas.

Recordar los orígenes
La demanda de los jóvenes por productos saludables ha motivado un mayor consumo de este tipo de alimentos, según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

Hoy es posible encontrar las aromáticas empaquetadas como si fueran té gracias a la incursión de empresas que se dedicaban a sembrar estas hojas y que se extendieron al mundo de las aromáticas.

Sin embargo, según Gustavo Rodríguez, gastrónomo de la Universidad de La Sabana y experto en hierbas aromáticas, existe un desconocimiento del territorio de parte de los colombianos. Como punto de referencia, no saben distinguir cuáles plantas son locales y cuáles no.

“La planta pierde valor cuando nos desconectamos del territorio. La carga cultural y el significado de hacer la aromática tiene mucha relevancia, en especial en el altiplano cundiboyacense, donde cada pueblo tiene su mezcla de flores y hierbas, y que va enlazado con la religión”, dice Rodríguez.

Con relación a la desconexión a la cual se refiere Rodríguez, la historia se remite a la planta que ha ayudado a comunidades indígenas a conectarse con lo que consideran sagrado, a través del yagé.

Miguel Ángel Jamioy Juajibioy, de 49 años, es médico tradicional de la comunidad Kametsa o Kamsá, quienes están ubicados en el valle del Sibundoy, en el Putumayo. De este pueblo aún no se conoce bien sus orígenes, pero mantiene viva su tradición oral y muchas de sus costumbres.

“El yagé se utiliza para beber, para purgar, para limpiar el cuerpo, para hacer pomadas, aceites, preparar baños, limpiar malas energías”, cuenta Jamioy. “Quienes lo preparan deben saber del tema y tener una conexión con lo sagrado en un espacio silencioso dentro de la naturaleza”.

La bebida se compone del yagé (Banisteriopsis caapi) y la chacruna (Psychotria viridis), que contiene el alucinógeno dimetiltriptamina (DMT).

El pueblo Kametsa considera que esta no es solo una planta, sino una forma para repensar la vida. “El territorio es sagrado porque la tierra produce frutos. Si no lo hiciera, no tendríamos alimentos para subsistir. Los mayores dicen: ‘voy a sembrar una semilla, y esa planta me va a ayudar a mi sostenimiento. También voy a alimentar a mis herederos con lo que la tierra produce, por eso hay que protegerla’”, dice Jamioy.

Aún cuando el yagé fue de los primeros tipos de cocciones de plantas en Colombia, hoy hay hierbas más comunes y diversas. Esta herencia indígena muestra una conexión primigenia con las aromáticas y que se ha extendido a nuestros días, lo que puede potenciar el desarrollo de este sector agrícola, estableciendo una unión entre cultura y economía.

Edison Javier Osorio, coordinador del Grupo de Investigación en Sustancias Bioactivas (GISB) de la Universidad de Antioquia, explica que mediante la industria de las aromáticas se puede mejorar la economía y la salud del país. En especial, porque las condiciones de cultivo dan elementos únicos a las plantas.

Osorio afirma que el clima, altitud, cantidad de agua y pisos térmicos son una ventaja para Colombia, pues al no tener estaciones puede mantenerse una producción continua, algo que no sucede en Europa. Lo que falta es darle valor agregado a las aromáticas, para que vendamos productos transformados y no solamente la materia prima, opina.

“Hay que generar acciones, programas, para que se creen productos innovadores a partir de nuestras plantas aromáticas. Con el valor agregado se aprovechan los metabolitos de las plantas y podríamos realizar una buena cantidad de productos que contribuyan a la soberanía farmacéutica que tanto necesitamos”, dice Osorio.

“Deberíamos entonces aprovechar la experiencia acumulada de miles de productores y comercializadores para establecer modelos de negocio más rentables’', añade.

De acuerdo con la información brindada por la Confederación Colombiana de Cámaras de Comercio, el número de trabajadores, empresas y asociaciones en la industria de las aromáticas ha crecido en los últimos cinco años.

Hay soluciones
Carlos Peña, director ejecutivo de la Asociación Colombiana de Productores de Hierbas Aromáticas, explica que estamos en un momento fundamental para definir el rumbo de este sector agrícola. Fundamental porque puede determinar que el país gane o pierda productos de alto valor.

Para que se dé un resultado positivo para los miembros de esta industria se requiere consolidar un gremio que los represente a escala nacional e internacional, acabando con la fragilidad extendida por más de una década, dice Peña.

El sector de las aromáticas presenta muchos retos que se pueden superar con asociatividad y promoción y fomento estatal. “Su demanda puede hacer que se mantenga una calidad homogénea. Es decir, que todos alcancemos la mejor calidad posible, tanto así que los pequeños productores puedan alcanzar los mercados internacionales”, afirma.

Si se refiere a sus componentes, “el término infusión aromática se refiere al contacto de agua con plantas en un tiempo determinado. Lo que hacemos aquí en Colombia más que infusiones son cocciones, mucho más prolongadas para extraer más beneficios”, afirma Gustavo Rodríguez, el experto en hierbas aromáticas de la Universidad de La Sabana.

Pero si de cotidianidad se trata, la aromática tiene el potencial de ser el mercado que los pequeños y medianos productores, agricultores y campesinos han esperado por tanto tiempo que les sea reconocido. Una aromática preparada con productos campesinos es una experiencia que una bolsa de té no iguala, debido a las propiedades de la cocción directa de hierbas y frutas. La aromática es cultura, economía, historia, sabor y una experiencia.

La aromática es cortar las hojas de la hierbabuena de la casa de la abuela, lavarlas, hervirlas, agregarle las uchuvas que trajo la mamá, las fresas, moras, panela o así sola, para que las primas ‘fit’ la quieran beber. Sea junto al fuego en un día lluvioso, como bajativo en las grandes comidas familiares, para llenar el estómago en las salas de espera, para sanar el dolor de huesos rotos en los colegios o dar paz y calidez a quien la beba. Dicen que una agua aromática cura todos los males.

Quizás curaría más males del país si tuviera las hectáreas y atención necesarias.

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