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“Lucho” Díaz aún busca la gloria

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Estefanía Mayorga Rincón.

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Fue lustrador de zapatos salió del Concejo de Bogotá hace 19 años y descubrió una nueva alternativa en la venta de comestibles y en el trabajo social. Hoy busca una segunda oportunidad por parte de los ciudadanos para volver al ayuntamiento.

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“Lucho” posando para la cámara feliz y a su izquierda, en la mesa, la caja para embolar zapatos. - Foto por Estefanía Mayorga Rincón.

Fue fácil que accediera a la entrevista en su casa ubicada en el sur de Bogotá. Es una construcción de cuatro pisos en piedras color tierra, con un letrero en la ventana que dice "Se arrienda” y un cartel grande en el último piso que dice “Fundación San Luis”. En el primer piso hay un puesto de helados y comidas rápidas, que es atendido por su hija mayor, Marcela, y por donde tocaba pasar para entrar a la cochera, seguido de las escaleras negras de metal que daban a la habitación principal de su hogar, la sala.


Ya estando en la sala de su casa con Leidy Johanna, la tercera de sus hijas le explicaba el porqué de este trabajo mientras esperábamos a su papá. Pasados 15 minutos, apareció detrás de mí un hombre con pantalones jeans rojos, una camiseta gris, zapatos blancos con bordes y franjas negras, parecidas a los Adidas Superstar, pero de otra marca. Caminó hacia mi dirección para presentarse, estrecharme la mano y posteriormente sentarse en el sofá esquinero de cuero beige. Era Luis Eduardo Díaz, mejor conocido en la farándula colombiana como “Lucho” Díaz.


La voz fuerte y profunda de Leidy, como le dice su papá, comenzó a explicarle de qué íbamos a hablar en la entrevista. Y el hombre, con una mirada fija mientras esbozaba una ligera sonrisa, me preguntó: “¿No había otra persona más interesante que yo para la entrevista?”.


El hombre detrás del exconcejal


La mente de “Lucho” funciona como una máquina de ideas rápidas y chistes para hablar sobre las injusticias que han estado presentes en el país por años y de todo lo que a él le gustaría que fuera Colombia. Injusticias como el hecho de haber pagado doble condena a causa de la segunda acusación por parte de la Procuraduría General de la Nación por hurto agravado, “sabiendo que ya había pagado por esto y que debido a esto me tocó pagar por segunda vez”.


Está conociendo a un hombre que le teme a Dios y que no tiene miedo de decir la verdad en la cara, “aunque lo considere como un defecto, ya que no me puedo quedar callado y si se ponen bravos bien y si no, pues seguir”, dice “Lucho”. Sobre todo, cuando se trata de injusticias, no se queda callado. Algo que, según él, hacía cuando era parte del Concejo de Bogotá y le proponían tomar decisiones incorrectas.


Su reloj de plata y las dos manillas de acero inoxidable en la muñeca izquierda se golpean entre sí, haciendo un ruido similar al traqueteo de las cadenas, cada vez que usa las manos para expresarse. Y cuando abordamos un tema de mucho interés para él o que le genera indignación se coge la cabeza con las manos. Es un hombre muy expresivo, con el que se puede hablar todo tipo de temas y con el que se puede romper el hielo de manera fácil. Un ser humano al que con verle la mirada se le nota el dolor que siente al recordar cómo su hija mayor, Marcela, se quemó en la cara, cuenta “Lucho”, en “un accidente cuando era pequeña”.


Las quemaduras lo motivaron a “hacer cosas que no debía haber hecho”, para conseguir el dinero que necesitaba su hija para la operación. Haber robado es algo que no le enorgullece, pero como dice el exconcejal: “Un padre hace cualquier cosa por su hijo”. A pesar de que no logró sufragar la cirugía, contó con el apoyo de “una familia de muy buen corazón que les financió la ida a los Estados Unidos. La operaron”.


Hoy en día se encuentra agradecido con aquel cliente a quien, mientras le embolaba los zapatos, le firmó un papel que decía “consenso electoral” que le sería de aval para ser concejal de Bogotá y darle a su familia una mejor vida. Algo que logró, de acuerdo con él, debido a la "indisposición de la gente con los políticos tradicionales", que no ayudaban al pueblo y que él pretendía cambiar para que las personas que estuvieran pasando por la misma situación que él pasó, no hicieran lo mismo que él hizo.

Entre risas dice que una de sus aficiones, aparte de “pelear” con sus hijas, es estar en su pequeña casa, en cuya habitación principal hay un estante blanco pegado a la pared donde permanecen las copas. La otra es ver televisión en la sala beige que se encuentra al lado del anaquel y cuyo espacio está decorado con una mesa de centro en vidrio que soporta tres estatuas medianas de elefantes blancos y cuadros de fotografías de la familia que cuelgan de la pared, o también en su lugar favorito de la casa, que no quiso mostrar: su habitación.


Hasta en el caminar transmite mucha seguridad y confianza, con su buena postura y sus hombros atrás. Y todo para señalarme un cuadro de su familia ubicado encima de la pecera, que no dudó en enseñarme, de su hija Leidy cuando tenía 3 años, junto con su esposa y él jóvenes, y decirme que su matrimonio de “43 años es un muy buen ejemplo para la sociedad, porque son bastantes años, aunque no ha sido “color de rosa” han sido años muy bellos”.


En busca de una segunda oportunidad


Mientras le tomo un par de fotos en varios puntos de su casa, nos acompañan su hija Leidy, la heredera del legado de su padre, que fue estudiar Derecho, algo que “Lucho” siempre quiso. La menor de todas las hermanas, que aún está en el colegio, también está ahí, y en algunas ocasiones pasa por allí su pequeña nieta, de unos 5 años, posando como modelo y sonriendo cada vez que alguien le habla. “Está muy bonita”, le dice “Lucho”, el hombre que llegó hasta quinto de primaria en el colegio, a la niña que responde con una gran sonrisa para luego desaparecer. Está Gloria, su esposa, de pelo llamativo color rosado, quien viste ropa cómoda y una ruana, según ella “por el frío”. Procede a quitársela por decisión propia. Saluda con seriedad, estrechando la mano y presentándose. Su formalidad poco a poco se va desvaneciendo hasta que surgen las risas cuando califica a su esposo como “malgeniado, pero prefiero dejarlo hasta que se le pase”.


Dice haber pensado en volver al Concejo, pero con más conocimientos y estrategias para defender a los demás, “no como los políticos tradicionales. Si Bogotá me diera la oportunidad, llegaría con los argumentos suficientes para mitigar las necesidades”, lo dice con la alegría que lo ha caracterizado en el transcurso del día y con la que se refiere a sí mismo para decir “que siempre está muerto de la risa, que por lo general trata de tomar todo por el lado amable y que la gente jamás lo vio como un concejal serio o aburrido”, dice el mismo “Lucho”.


Es un hombre dispuesto a escuchar, obedecer y posar como se lo pidan ante la cámara o a volver a repetir la entrevista si algo sale mal. Sonríe calurosamente. Sugiere prender está luz o abrir las cortinas para que el espacio se vea bien. Es de buen corazón y noble a pesar de las adversidades. Se considera un ejemplo a seguir como ser humano porque dice: “Soy un hombre sin máscaras, siempre he sido Luis Eduardo Díaz” y el hombre que deja “el mejor de los ejemplos", como dice su hija Leidy, "un buen ser humano y papá”.


Pero esas buenas referencias no siempre fueron así. Hoy en día, cuenta que, gracias a su novela biográfica, La gloria de Lucho, la gente lo quiere. “Cuando vieron la historia, cambiaron la imagen. Ellos al final se dieron cuenta que uno no es como los medios decían, porque aprendieron a conocerme y ver que soy todo lo contrario a lo que pensaban”. En 2004 cuando lo destituyeron e inhabilitaron por 13 años y tres meses “fue muy duro, porque él estaba incomunicado en República Dominicana ya que estaba grabando “La Isla de los famosos” y nos dieron la noticia. No sabíamos qué hacer. Yo estaba en bachillerato. Mi mami estaba sola. Me parece injusto porque le hubieran dado el derecho de que se defendiera”, dice su hija Leidy.


“Lucho” es de “esos hombres que ya no existen”, dice Gloria, su esposa. Impulsó el proyecto para regular la vasectomía y uso de piercings y tatuajes. Lleva años con su compromiso de mejorar las oportunidades en la ciudad. En el norte de Bogotá se encuentra el puesto de empanadas, que vende con su esposa, y en su propia casa funciona la Fundación San Luis, una idea que “se le ocurrió a Gloria, hace 23 años, para ayudar a las familias de la localidad cuarta de San Cristóbal, llevarles comida a los indigentes, regalos a los niños y ropa”, dice “Lucho”.


Es el exconcejal que aportó un grano de arena para el bienestar de Bogotá, y también el que hace trabajo social para los más necesitados. Al que le gusta leer la biblia en sus ratos libres. El que dice que cada momento que pasa es feliz para él. Y el que desde siempre recuerda sus inicios como lustrador de calzado cargando con su caja de madera café para embolar zapatos, la cual lleva el logo de su exitosa novela biográfica y que guarda con mucho amor para nunca olvidar que Luis Eduardo Díaz encuentra su gloria cada día.

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