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Antonio Ortiz es un psicólogo literario

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Erika Juliana Obando Castro.

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El escritor colombiano se inspira a través de los problemas cotidianos de sus estudiantes y amigos. Sus libros ilustran la falta de comunicación entre padres e hijos. “MalEducada” y “La extraña en mí” exponen la soledad de los jóvenes.

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Antonio Ortiz ha vendido más de 15.000 copias de su primer libro “La extraña en mí”. Cortesía de Antonio Ortiz

Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, es una película que puede llegar a transmitir miedo profundo por el nivel de violencia que expone. Sin embargo, hay personas que la encuentran como sinónimo de placer e inspiración. La certeza es que la tipografía de su portada, de amarillo cobre, atrae a cualquier cinéfilo místico, como lo es el escritor colombiano Antonio Ortiz, para quien resulta apropiado combinar sus jeans ajustados con una camisa que lleva el estampado con aquel nombre y un suéter azulado.


Su casa está ubicada en un barrio al nororiente de la ciudad de Bogotá. La brisa acaricia los árboles, mientras que los últimos rayos de sol se alejan para dar paso a una larga fila de luceros. Por el camino, chiquillos que aún cursan la primaria corren tras un mismo objetivo, un balón de fútbol. Junto a ellos, máquinas de ejercicio y uno que otro sujeto resonando la campana de su carrito de helados. Dos cuadras más adelante, a pocos metros de la estación de Transmilenio, está su casa. Ortiz camina hacia una casa de ladrillos con un jardín lleno de orquídeas. Sujeta una llave con la letra “A” dibujada y abre una pesada puerta de madera. Al entrar, música clásica de fondo. Nos aproximamos a las escaleras para llegar al segundo piso. Caminamos por el pasillo y entramos en una habitación al costado derecho. Poca luz. Apenas se observa un sofá color índigo y cuadros con la frase “I love you” en las paredes.


Pone su mirada fija en el techo y recuerda que su pasión por la escritura viene desde niño, porque, a pesar de las disputas con sus compañeros de clase, escribir le corría por las venas. Su padre, José Ortiz, fue quien le compartió la incesante pasión por las letras. Antonio as us 10 años ya era todo un romanticón, escribiendo poemas de amor a sus novias de la infancia como un primer recorrido por la literatura, que es su mantra hasta hoy. Su imaginación dio saltos extensos. En la secundaria, cada experiencia insólita era la inspiración para crear microrrelatos. Al finalizar el bachillerato, por su talento obtuvo una beca para estudiar en Estados Unidos. Eligió la carrera de literatura inglesa en la Universidad de Arkansas.


Un momento específico marcó su vida. Fue cuando nació Estefanía, la hija mayor de Ortiz, su esposa estaba en la universidad, y él en su primer trabajo. La madre de Ortiz los obligó a que se casaran, porque no asimilaba la idea de que construyeran una familia sin estar comprometidos. Debido a este nuevo reto, su carrera de literato estuvo en riesgo. A pesar de ello, sus ideas brotaban hasta de los espacios menos esperados, como el bus o una banca del parque. Su libro más famoso empezó allí.


El arte de enseñar


“MalEducada”, la obra que lo llevó al éxito, la culminó en 2016. Registró más de 20.000 copias vendidas y llegó al número uno en ventas en cuatro países de Latinoamérica. Esto fue el impulso para crear otras cuatro novelas, todas con alusión a un controversial tema: problemáticas juveniles. Ortiz nunca estudió sociología ni mucho menos psicología, pues su brújula apunta a la literatura y, actualmente, a la docencia. Su inspiración llegó de una simple palabra: la escucha. No solo era oír, era comprender, era intimar las historias de sus estudiantes y amigos.


Paula era una alumna de su clase. Familia rica, padres ocupados. Una chica que, por falta de amor, se topó con “un coctel mortal de amigos que acabaron con su inocencia”, relata Ortiz. Frunce el ceño al poner en duda a los padres del siglo XXI. “Los adolescentes no saben tomar responsabilidades. Los adultos cubren las huellas de sus hijos cuando hacen algo malo y quieren que sean perfectos frente a los demás”. Añade que el dinero es el mejor amigo de los padres que tienen un hijo en la cárcel; la transparencia quedó como segundo plano. El nombre de MalEducada no es por Paula, es por la generación perdida de jóvenes que existen tras el libertinaje.


“Es el mejor papá del mundo, aunque muy imperfecto. Nunca fui una joven problemática, pero él siempre estuvo muy pendiente de mi hermana y de mí. Cuando estaba en el colegio veía que los papás de mis amigas eran serios y exigentes con ellas; no entendían su mal humor o tristeza constante”, reflexiona Tania, hija menor de Ortiz. La base de una buena relación entre los padres e hijos es la confianza, el hablar de esos temas que acobardan el carácter de un chico. “Le contamos nuestros miedos, lo que nos atormenta, y para él es completamente normal”, expresa.

Sandra Zuluaga, esposa de Ortiz, recalca que “instruir a una persona, en ocasiones, no es tan sencillo, ya que no existen las palabras adecuadas. Antonio supo criar de forma pedagógica, con comunicación y ejemplo”.


Él era muy cuidadoso cuando su hija mayor le pedía permiso para salir a las fiestas. El sermón estaba a la orden del día: Antes de tomar o fumar, piensa en cómo te sentirás luego; no lo hagas si te sientes presionada por tus amigos. Ortiz no quería ser “el Grinch” de la historia. Se le ponían los pelos de punta al escuchar que su niña regresaría en la madrugada del otro día. Sin embargo, la empatía fue el plato principal ante la llegada de esta vida juvenil.


Tan importante como comer o dormir, así es para Ortiz la enseñanza. Él es profesor de estudiantes, también maestro de vida de Tania y Estefanía. El amor por la lectura es el legado más grande que Antonio ha dejado en su familia. Al comenzar a publicar sus primeros escritos, sentía angustia de que las niñas no encontraran solución ante las dificultades mentales de la edad. “Yo quería saber de qué manera las podría ayudar, que no sea con una saga de vampiros. Los libros me permitieron llegar mucho más alto. Maduré como ser humano, escritor, esposo y padre; esto se refleja en mis hijas”. Ellas son aficionadas de sus historias. “Cuando escribí MalEducada, Estefanía, mi hija mayor, tenía 14 años. Lágrimas fluyeron de sus ojos al terminar de leer el libro. Me dijo lo orgullosa que se sentía de mí: esas cosas pasan, a mis amigos les pasa, a mí también”, manifiesta.


El tabú de la juventud


Relajado y armonioso, así se define Ortiz a menudo. Crítico si se trata de temas como la violencia y el antifeminismo. “Hay que disciplinarnos, porque somos un país ultraconservador en el que la mujer obedece al hombre. Ese es el propósito de mi libro Un silencio prohibido”. Su voz es sólida cuando atestigua que el aumento de los conflictos intrafamiliares se da porque son más influyentes las cifras que un gobernante presenta de la violencia de género que los propios testimonios de mujeres maltratadas. “Colombia no está educada, porque hablar de este tema se ha convertido en pañitos de agua que han pasado por alto la educación de casa que se fortalece en el colegio”, concluye.


Nunca le han censurado un libro, pero “en un país como el nuestro es complicado publicar sobre drogadicción, sexualidad, ansiedad y depresión”, explica el escritor. “Descubriendo a Miranda” es uno de sus libros más cuestionados. “Para algunos padres y profesores no es más que la vida de una muchacha lesbiana que no enseña nada bueno. Ellos no comprenden, hay gente identificada con los personajes”, analiza. Ortiz examina la brecha multicultural que hay ante los cambios sociales. “Por eso tocar estos asuntos tan espinosos, hace más difícil el camino de ser escritor”.


Se sorprende aún al percatarse de la cantidad de mensajes que recibe por Instagram de seguidores peruanos. En 2017 fue invitado a una feria del libro en Lima. Al llegar, el gerente de la editorial cubría su cara de desesperación, puesto que, a pesar de la convocatoria que hizo a los lectores, no sabía cuántas personas asistirían al conversatorio. “Entré al pabellón principal y había una fila larguísima. En ese momento me pregunté: ¿esa gente a quién estará esperando?”, recuerda Ortiz. Al adentrarse en el sitio, lo sentaron en lo que él define como trono con sus cinco textos frente a él y una multitud de ojos llenos de ilusión. Los lentes de las cámaras disparaban muy veloz, lo señalaban una decena de micrófonos y aplausos retumbaban por todo el salón. “Este ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida; aún no lo supero”, declara.  Le conmueve que los jóvenes peruanos se identifiquen con los sucesos colombianos; muchos de ellos temen “salir del closet” por su cultura tan conservadora.


Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) de Perú hecho a 8.630 jóvenes de la comunidad LGBTI, 4.885 temen expresar su orientación sexual e identidad de género. El 72,5% de estos adolescentes tienen miedo a ser discriminados o agredidos por su preferencia sexual. El 51,5% siente temor de perder a su familia. El 44,7% teme perder su trabajo u oportunidades laborales.


También visitó uno que otro colegio evangélico donde enaltecían su trabajo. “En ese momento me di cuenta de que hago algo importante por medio de los libros. La gente se reconoce y se concientiza sobre su relación familiar”, dice Ortiz.


Un escritor sin reglas


Su pasión por redactar ha arropado hasta las fibras más íntimas de su ser. “Es lo que lo hace feliz, define su manera de expresarse con canciones, poesías o creando historias”, asegura su esposa. Hoy en día, este entrañable amor lo transmite por redes sociales, con la publicación de videos sobre consejos a futuros novelistas. “Es muy chistoso porque uno hace contenido de valor, pero le va mejor a la gente que se desnuda”, susurra. Adora intercambiar mensajes con sus followers y encontrar diversos testimonios de vida.


Escribe a cualquier hora y en indeterminados sitios. “Él me dice que su cabeza no para y constantemente tiene ideas. Es curioso, porque lleva a cabo todo lo que piensa, aunque a veces sea cool y otras veces no tanto”, dice Tania.


Antonio Ortiz no solo se sumerge en la realidad. “Walpurgis: la primera piedra, me tomó cinco años para su creación, es una obra que desarrollé desde mis 15. Lo finalicé el año pasado”. Es un libro de fantasía con personajes poderosos. Cada uno tiene un don especial. Se desarrolla en un mundo de seres mágicos. “Uno no tiene que encajar en un solo nicho. Puede ser como Stephen King que ha escrito sobre terror, pero seguramente tendrá otros intereses temáticos”, expresa. Añade que, entre otros proyectos, le gustaría escribir sobre la vida de un profesor, “mi autobiografía”.


De un cajón saca tres libretas desordenadas, algunas hojas caen y las pone frente a mi vista. “Yo no escribo para la gente, yo escribo para mí, mientras yo esté satisfecho con lo que he escrito está bien”, afirma. Acepta que tiene un sancocho de hojas. En una página anota los personajes, en otra el contexto de la historia, la siguiente contiene poemas o letras de canciones, y en algunas esquinas se visualizan mini recordatorios: “¡Aviso: terminar de describir a Simona!”.


Sus ojos se iluminan mientras lee un fragmento de su última composición. “En el colegio, cerca de la cancha de fútbol hay una capilla. Bueno no se si definir el lugar como capilla, porque tiene más cara de observatorio astronómico. Le dicen el oratorio, un espacio donde se celebran ceremonias de diferentes religiones. Es un regalo de la familia Strauss, unos padres que perdieron su hija en esa cancha que queda exactamente detrás del oratorio. Hanna murió haciendo lo que más le gustaba: jugar al futbol. Se desplomó en ese mismo lugar reverdecido, defendiendo los colores del colegio muy a pesar de que mucha gente la humillaba y la pisoteaba. Al terminar, explica que su motivación vino de uno de sus estudiantes que había muerto de esta forma.


“Yo escribo a mano y desarrollo la idea, me voy para allá y para acá. Es como jugar ajedrez. La imaginación surge como si un personaje te fuera contando y tú haces las descripciones. Estoy todo el tiempo inquieto”, sonríe. Tomar un papel y lápiz se ha vuelto su mayor hobby. Se sienta en una banca y mira a su alrededor. “La escritura se volvió mi necesidad. Saco a flote mis miedos, frustraciones y anhelos. Siempre tengo un mensaje para dar”.

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