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Cacerolo: pintando la vida

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Deisy Dayana Rojas Nivia, Comunicación Social y Periodismo

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Detrás de los murales con sonrisa de guasón pintados a lo largo la ciudad y del gran homenaje con pintura para Egan Bernal, se encuentra Cacerolo. Sus cuadros son llamativos y dan de qué hablar.

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Cacerolo: pintando la vida
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Foto: Deisy Rojas

En las afueras de Bogotá, por allá donde no se está ni lejos ni cerca de la ciudad, se encuentra una casa colorida y pintoresca. Su fachada principal está pintaba de rosa encendido y combina con una imponente puerta café. Ya dentro, al fondo del verde jardín, se alzan tres casitas llamativas pintadas con intensos colores: rojo, amarillo y naranja. Tantas tonalidades entremezcladas parecen la paleta de un pintor.


Quién diría que aquí han residido todo tipo de personajes; desde Frida Kahlo y salvador Dalí, hasta Donald Trump y Hitler. Todos reunidos, sin más, en un pequeño y acogedor lugar.


Los cuadros se alzan imponentes sobre un suelo salpicado de colores. Parece que un arcoíris ha estallado allí. En el lugar hay tarros de pintura desperdigados en la mesa lateral, libros de arte reposando en una esquina y, al fondo, un pequeño escritorio con un computador que parece perdido en medio del aura artística del momento.


Cacerolo, un hombre no muy alto, con ojos claros y voz tímida, es el anfitrión de la morada. Con pincel en mano, este artista ha dado vida a un sin número de personajes. Su casa se convirtió en un museo. Hay tanto que observar, que mantener la mirada en un solo lugar es todo un reto.


Emerson Sánchez es el nombre que le pusieron sus padres, Cacerolo el que le dio la vida. En un principio, este apodo fue un tormento. A veces la primaria puede ser dura. Un día el pequeño Emerson llegó enojado a su hogar. Lo atormentaba ese sobrenombre con el que insistían en llamarlo. Pero aquella vez su padre le dio una lección que jamás olvidó: “No sea bobo, entre más les ponga atención, más lo van a molestar. Mejor asúmalo, firme sus dibujos así y verá que se los quita de encima”. Así lo hizo. Lo que comenzó como un mecanismo de defensa, se convirtió en su marca personal. Hoy porta su seudónimo con orgullo.


Cacerolo lleva arte en las venas, su ADN tiene color: “Yo pinto desde que tengo memoria”, comenta él. Creció en medio de pinturas, pinceles, lienzos, carboncillos y más. La herencia del arte la obtuvo de mamá, pues en casa su castigo era pintar.


- Cuando yo iba a salir, como cualquier otro niño, a jugar fútbol o al parque, mi mamá no me pregunta si yo ya había tendido mi cama o arreglado mi cuarto. Ella me sentaba en el comedor y me ponía a pintar. Si me quedaba bien, tenía el permiso. Entonces yo me esmeraba y lo hacía lo mejor posible.


Parece que esta mujer sabía el futuro que podía tener su hijo. Este “castigo” solo aplicaba para el mayor de ellos: Emerson. Y sí que dio frutos. De los tres hijos, solo su pupilo resultó artista. Hoy en día, ella es la mejor crítica de las pinturas de él.

La familia Cáceres vivía en un barrio popular al sur de Bogotá. Quiroga es uno de los tantos lugares marginados de la capital colombiana, en donde la situación socioeconómica es difícil y el vandalismo y la delincuencia se toman las calles. Sin embargo, allí también es cuna de artistas, deportistas, jóvenes que creen que pueden transformar el futuro.


- Cuando estaba en el barrio fue cuando vi que muchos jóvenes, incluso amigos míos, en vez de irse por un buen camino, hacían cosas malas. Cogían un chuchillo para ir a hacer cosas indebidas. Yo por mi parte cogí unos pinceles y unas latas de aerosol y me iba a hacer graffitis.


Pintar era la forma de expresar su inconformidad y de alguna forma hacer una protesta ante la crisis económica y social que vivía este barrio de la localidad Rafael Uribe Uribe.


Cacerolo era un joven tímido y de voz tranquila. ¿Quién diría que esos fuertes pensamientos residían en la cabeza del niño que pasaba desapercibido en el salón de clases? Era juicioso y aplicado. Su puntaje en las pruebas de estado le permitió obtener una beca para adelantar sus estudios profesionales y allí se encaminó en el mundo de la publicidad.


A pesar de su talento y de que su mamá había estudiado artes, él no lo hizo. O no le dejaron. Sus padres no veían esta profesión como algo rentable para su vida, partiendo un poco de la experiencia que tuvo su mamá siendo artista.


- Mi mamá no fue una artista reconocida. Los cuadros que ella hacía no tuvieron tanto reconocimiento. Además, ella creía que un artista era conocido sólo después de muchos años de trabajo, de mucho esfuerzo, literalmente después de comer “mucha miércoles”. Y ella no quería eso para un hijo.


Con la beca, decidió estudiar Publicidad. Era un alumno destacado, una vez más, por su arte. Tanto así que en las materias de dibujo no tenía que asistir, pues los profesores ya conocían su trabajo y simplemente le pedían que entregara un proyecto final.


Sin embargo, la vida lo llevó a donde tenía que estar y cree que, si hubiera estudiado artes, su trabajo no sería lo que es hoy.

- Después de conocer lo que está pasando con el mundo del arte, creo que fue lo mejor. Los pelaos que se están graduando ahoritica de arte, sinceramente no saben dibujar. Saben conceptualizar, investigar y analizar de una manera espectacular, pero están olvidando lo más básico que tiene el arte que es el dibujo y la pintura. Si yo hubiera estudiado arte estaría haciendo algo completamente diferente y lo que en este momento yo estoy haciendo es lo que de verdad me apasiona.


Cacerolo considera que hoy en día está viviendo su sueño. No todos tienen la dicha de poder vivir y ganar dinero haciendo lo que aman.


De niño, pintaba las paredes de su casa; de adulto se trasladó a las calles. Sigue pintando paredes, pero ahora a gran escala. Salió del estudio como un acto de rebeldía, cuando las galerías no le permitían mostrar su trabajo. “Decían que buscaban artistas titulados, pero no artistas empíricos. Según ellos, buscaban personas que tuvieran los conceptos de teorías del color, proporciones, etc. Y yo tenía los conocimientos, pero igual no me dieron la oportunidad”.


También estaba en contra de los nuevos grafiteros, creía que el verdadero arte de crítica se estaba perdiendo y que nadie estaba pintando la realidad. Por todas estas razones, él buscó su propio espacio donde no hay límites, ni distinciones. Una puerta se le cerró, pero él se abrió al mundo.


El primer mural que pintó nació como oposición a la polarización de un país que luchaba por la paz. Decidió colorear en una avenida de Bogotá su visión de la problemática que vivía el país. En una esquina se encontraba el expresidente Álvaro Uribe Vélez y en la otra, el presidente de ese momento, Juan Manuel Santos. Los dos personajes tenían una extraña marca roja en sus bocas. En la parte superior del cuadro se leía “Paz con justicia social”. Este mural llamó la atención de muchos de los transeúntes.


Los medios y las redes sociales hicieron lo suyo. De pronto, la cuenta de

@CaceroloArt comenzó a sumar seguidores. Fue tanta la viralidad de esta obra que fue a dar hasta Alemania y México. Y, sin esperarlo, el reconocimiento de Cacerolo llegó.


El público se preguntaba por qué pintaba esa extraña boca de guasón en los retratos de personajes ilustres.


Todo comenzó cuando un día, en medio de la búsqueda de su marca personal, analizaba los retratos hechos por grandes artistas como Rembrandt y Velázquez. Allí encontró que ellos hacían retrato psicológico, el cual consiste en mostrar rasgos de la personalidad a través de gestos, del peinado o de la ropa. Además, también le despertó interés la charla que tuvo un día con una amiga suya, donde el tema central fue la maldad del ser humano. Su cabeza daba vueltas. Quería innovar y poner su huella en cada una de sus obras.


Una madrugada, como por un golpe de creatividad, despertó con la idea de hacer una mancha roja. En la boca sería perfecto, pues evocó a uno de los villanos de cómics favoritos de su infancia. Pensó que este toque rojo demostraría toda la maldad oculta en cualquier ser humano. El arte no da espera, así que de inmediato se puso en marcha y le dibujó la boca de guasón a uno de sus retratos. En la mañana siguiente, acudió a su mejor crítica: su mamá.


- Le envié por chat una foto a mi mamá del resultado. Ella me dijo: “¿qué hizo? ¡se lo tiró!”. Ahí yo pensé que lo había hecho bien, que había encontrado mi distintivo.


Nada es perfecto, mi arte no es perfecto y tampoco quiero que lo sea. Cuando un retrato está quedando muy fiel al personaje, le pinto su boca roja y ahí tiene.

Este artista no pinta solo crítica, también hace homenaje. Pintó, junto su compañero de arte Luis Cifuentes, a Esteban Chaves en Tenjo y al Campeón del Tour de Francia, Egan Bernal, en Zipaquirá. Los murales y graffitis de Cacerolo se han convertido en lugares turísticos. Esta es una de las cosas que más le gusta de pintar en la calle, además de compartir todo el proceso creativo con la gente.


- Los artistas son muy celosos con su trabajo. No les gusta que los vean y se encierran en el estudio. A mí en cambio me gusta vivir este proceso creativo con la gente. De hecho, me gusta más esto que ver los cuadros terminados.


Su obra no distingue de clases, está hecha para la apreciación de todos, tanto para el transeúnte ilustrado como para el analfabeta.


Tímido, de pocas palabras y con una sonrisa pícara. Este es Cacerolo. El arte siempre ha sido su mejor arma. Hasta con las chicas le funcionó. Del grupo de amigos era el que no sabía bailar; en las fiestas buscaba a la chica que le llamaba la atención y le proponía pintarla.


- Así yo pasaba tiempo al lado de la chica y bueno, duraba una hora pintándola. Aprovechaba ese tiempo para conocerla y charlar.


En 1999, su musa llegó. Cuando habla de ella, el rostro se le ilumina y una sonrisa se asoma en sus labios. Lleva 20 años de casado y cuenta que aún es muy feliz. Como todo un galán a la antigua, conquistó a su esposa regalándole dibujos y poemas de Jairo Aníbal Niño.


- Mi esposa es una pareja idónea. Ella ha sido fundamental para todo lo que ha pasado en mi carrera artística. No crea, estar casado con un pintor no es tan chévere como uno pensaría. Yo a veces me encierro en el estudio y se me pasa el tiempo, y ella, con toda la paciencia y el amor del mundo, me lleva un cafecito, me acompaña. Sin ella, mi trabajo no sería lo que es, no tendría tanta paz y tranquilidad para hacer lo que hago.


Los retratos de este artista tienen una composición bien planeada. Cada parte de sus cuadros desean reflejar algo. El amor está presente allí, Cacerolo hace partícipe a su amada en sus obras. Cada retrato terminado tiene un mechón rojo y ese toque fantasma lo pinta su esposa. En los ojos busca reflejar el alma, esta es una de las partes a las que más le dedica tiempo. Le gusta generar una conexión intensa entre sus espectadores, pues un cuadro con una mirada fuerte intimida.


Además de artista, Cacerolo se interesa por otros tipos arte. Es amante del fútbol y del ciclismo. De niño practicó patinaje de velocidad, tenis de mesa y otros deportes más. Ama las plantas, su casa está repleta de ellas y las cuida con parsimonia. Sus mascotas son sus mejores compañeras para pintar.


Cacerolo, como en sus obras, tiene muchos matices. Le pone color a la realidad del país. Su pincel da vida. Tiene la capacidad de dar forma a aquellos abstractos personajes literarios. El último proyecto que está adelantando es sobre el mundo de Macondo, del que tanto hablaba García Márquez. Le ha dado rostro a Fermina Daza, Mauricio Babilonia y hasta al gran Coronel Aureliano Buendía.


Y así como el nobel de literatura colombiano murió escribiendo, tal vez, este artista muera pintando. Pero, por ahora, lo que le quedan son años para retratar sus sueños, anhelos e inconformidades en un lienzo tan colorido como su alma.

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