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Cajicá, el primer colombiano en terminar un Rally Dakar

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Camila Andrea Díaz Molano, Comunicación Social y Periodismo

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Su vida son las cuatrimotos. En una de ellas, aunque no fue vencedor, en 2015 logró lo que ningún otro colombiano: terminar un Rally Dakar. Esta es su historia.

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No hay día en el que no monte cuatrimoto, no es su hobby, es su profesión. Nunca buscó ganarse un título, pero el amor por las carreras y su pasión por las aventuras hicieron que se convirtiera en el primer piloto colombiano en terminar un Rally Dakar.

A las afueras de la ciudad capitalina, cerca de una bomba gasolinera, se escuchan encender y apagar motores. Sentado al lado de su cuatrimoto, en frente de su camión, viste de pies a cabeza ropa de color negro marcada con los logos de sus patrocinadores.

Christian Cajicá o “Cajicá”, como lo apodan sus cuatro grandes amigos, es un bogotano lleno de talento y adrenalina pura, quien desde muy pequeño fijó su rumbo deportivo.

Fue campeón nacional de motocross y de motos de agua; se graduó como diseñador industrial, pero nunca lo ejerció, pues lo que se lleva en la sangre, no se niega.

A sus 31 años, en 2015 logró lo que ningún colombiano había hecho, no fue vencedor, pero terminó un Rally Dakar en cuatrimoto.

“Hay que ser persona antes que piloto”, repite Cajicá, cuando menciona aquella tarde soleada lo que Héctor, su padre, siempre le ha enseñado, el valor de la humildad y la sencillez.

Con traje de motociclista y casco en la mano, ese día del encuentro entró el piloto saludando a sus colegas presentes en el taller, un lugar donde se encontraban exhibidos en la vitrina lujosos autos de carreras, brillantes y relucientes, totalmente diferentes a la cuatrimoto de Cajicá, llena de barro, pero protagonista de mil historias valiosas.

Y no son canas, es su cabello tinturado de color gris el que le aporta más edad a aquel hombre que aparte de ser piloto le gusta compartir tiempo con su hijo, relajarse y escuchar música.

  • Tengo días chocolate, a veces son amargos y otros dulces.

Amarga fue la experiencia de Cajicá cuando, bajo el sol picante, en medio de la frontera entre Argentina y Chile chocó con un camión que se le atravesó en medio de una curva. Ese accidente le dejó una costilla rota y un brazo fracturado. Sin embargo, asegura, con mucha tranquilidad y frescura, que eso no es tan grave en comparación con los choques que han tenido otros competidores, quienes se han tenido que enfrentar de cara con la muerte.

“Los rallys te ponen a prueba mental y físicamente; el cuerpo se cansa y te puede jugar malas pasadas”, admite Cajicá cuando, sin preguntarle por su fe, quiso hacer referencia a Dios, ya que es un hombre muy creyente que cada vez que sale a correr en el desierto se persigna con devoción y entrega. En su concepto, de nada sirve hacer este gesto si en verdad no se siente ese amor tan grande hacia Dios, ese sentimiento que se ve reflejado en cada una de las competencias, pues el piloto ha estado en lugares considerados peligrosos en los que, hasta el momento, no le ha pasado nada grave.

“Tengo un hijo y esa es mi mayor vivencia en este planeta”, señala y dice que lo ama plenamente, por lo cual daría la vida por él. El pequeñín de seis años, a tan corta edad, ya ha participado en carreras de motos y, sin duda alguna, ha demostrado que el amor y la adicción por la velocidad también corre por sus venas.

El Dakar le ha dejado vivencias maravillosas, triunfos y derrotas, pero nada se compara con la segunda familia que ha construido a través de los rallys: un grupo de 4 amigos con los que ha compartido risas y lágrimas; con ellos fundó su propia empresa, 4W, dedicada a la venta y diseño de cuatrimotos hechas netamente en Colombia.

Se dice que detrás de todo buen hombre hay una buena mujer; pero en el mundo del Dakar detrás de un buen piloto hay un buen mecánico. Ese es Richard en la vida de Cajicá, con quien ya lleva compartiendo 11 años.

Dice que la relación con Christian no es solo laboral, pues el piloto es una persona muy especial para él, ya que siempre ha estado presente para tenderle la mano cuando más lo necesita.

  • ¡Cajicá!, que lo buscan.

  • Listo, Don Francisco, ya voy.

A quien responde Cajicá es un señor entrado en edad, de pelo blanco y arrugas en la cara. Dentro del taller, cuando los observé a los dos detalladamente pensé que aquel personaje sería su abuelo, pues la forma en la que se trataban dio a entender eso, pero, vaya sorpresa cuando le pregunté por el viejo a Cajicá.

  • Don Francisco, claro, él es como mi segundo padre.

Aunque biológicamente no son parientes, el ADN de los rallys es el que los ha llevado a construir durante varios años ese vínculo familiar tan fuerte que han consolidado.

Su edad no lo limita a seguir corriendo rallys en camioneta y, aunque no compita en la misma categoría de Cajicá, ellos se convierten en rivales dentro de la pista.

Christian es para don Francisco una persona apasionada por el Dakar, un hombre que ha luchado por salir adelante en su deporte, porque es una disciplina que implica muchos costos y en este país no es tan fácil conseguir apoyo.

Pese a ello, Cajicá considera que su insumo más poderoso para ejercer su trabajo es la humildad, palabra que lo define como persona y que lo alienta a dejar un legado. Ello, cree él, lo logrará cuando logre ganar algún Dakar porque, finalmente, para eso corren los pilotos: para ganar.

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