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Carlos Rodado Noriega, el polímata

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Alejandro Ballestas, Comunicación Social y Periodismo

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La historia del miembro de la Academia Colombiana de Historia y de la Academia Colombiana de la Lengua, dos disciplinas largamente olvidadas en Colombia.

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Carlos Rodado Noriega, el polímata
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Lo primero que veo es la sala. Saludo a Carlos Rodado Noriega, me ofrece una sonrisa amistosa y me invita a sentarme. Me siento en un sofá beige. Él está frente a mí, en una poltrona de color similar, tal vez un tono más oscuro. Las paredes, blancas como la cabellera de Carlos, demuestran el gusto tradicional de él y su esposa. En los muros se observan algunas pinturas y fotos familiares. El apartamento es amplio. Tiene sentido, pues él y su esposa pasan aquí la mayor parte del tiempo. A pesar de eso, conserva su viejo apartamento en Barranquilla y, según confiesa, es su refugio cuando desea escapar del agitado ritmo de la capital. No hay nada fuera de lugar, todo encaja perfectamente. Ya me habían advertido que encontraría esa característica.


Sus gafas, que conservan la misma montura transparente de hace años, le dan cierto aire de académico, pero jamás de aburrido. Podrían describirlo como un abuelo, que de hecho sí es, pero no como un anciano. Las canas de Carlos denotan su experiencia, no solo como un hombre de casi 76 años, sino como un hombre que ha incursionado en casi todos los campos de acción imaginables.


Pero toda historia tiene un principio: nació el 20 de septiembre de 1943 en Sabanalarga, un municipio del Atlántico del que popularmente se dice: “la tierra donde la inteligencia es peste y deambula como perro por las calles”.


Carlos estudió en el Colegio de Sabanalarga, fundado hace 104 años. Se graduó con honores y las mejores notas de su clase, además de ser el mejor bachiller de su promoción. Estudió Ingeniería Civil en la Universidad Nacional e hizo una maestría en Economía en la Universidad de Los Andes. Después, viajó a Michigan donde continuó sus estudios en economía.


A su regreso al país, fue presidente de Colpatria, Ministro de Minas en dos ocasiones, Representante a la Cámara, presidente de Odinsa, presidente de Ecopetrol, Rector de la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito, Gobernador del Atlántico y Embajador en España y Argentina.


También se desempeñó como columnista de diarios El Espectador, Portafolio, El País, La República y El Heraldo. Participó como constituyente del 91, en la redacción de artículos para que el lenguaje interpretara con fidelidad el espíritu de la norma. Igualmente, es autor de El alegato de la costa y La tierra cambia de piel, este último escrito en conjunto con su esposa, Elizabeth. Incluso ha sido profesor de varias universidades, así como miembro del consejo directivo de la Universidad Simón Bolívar.


Mientras era representante a la cámara, presentó un proyecto que buscaba impulsar, reglamentar y apoyar económicamente a los pescadores para organizarlos y transformar la pesca en una actividad lucrativa para ellos.


Incluso más impresionante, Carlos es miembro de la Academia Colombiana de Historia y de la Academia Colombiana de la Lengua, dos disciplinas largamente olvidadas en Colombia. Me causa curiosidad el tema pues es un hecho poco conocido que existan academias de este tipo en nuestro país y que se sigan nutriendo de miembros cada tanto.


Me cuenta que el primer acercamiento a las letras sucedió en su casa cuando era muy pequeño. Su padre había estudiado en la Escuela Normal Superior de Bogotá y recibió clases de profesores como Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno y Enrique Pérez Arbeláez, que fundó el Jardín Botánico José Celestino Mutis. Los docentes sembraron en su padre la sed de conocimiento y de siempre querer ir más allá de lo que se enseñaba en clase. Carlos también adoptó esa mentalidad y desde el colegio era evidente su pasión por el idioma español y la historia universal y nacional. Con el paso del tiempo, investigaba más sobre los dos temas a la par de sus estudios universitarios.


Otro de sus impulsos para adentrarse en la lengua fue El Quijote, la obra cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra. Todavía recuerda vívidamente el día en que su padre sentenció: “En ese libro está todo dicho, los demás libros solo dicen lo que El Quijote ya ha dicho”. Una postura difícil de objetar, pues la historia de Don Alonso Quijano es la piedra angular de nuestro idioma. También afirma haberlo leído unas doce veces.


Al preguntarle por la historia y cómo esta lo ayuda a entender la situación actual del país, asegura que Colombia se encuentra en un desajuste político, social y económico, equiparable a Francia antes de la Revolución, que abolió la monarquía absolutista en 1789. “Hace falta un acuerdo fundamental, porque para que haya constitución debe haber consenso y no un aval silencioso”, expresa, mientras sus pequeños ojos se abren. “Nunca nos ponemos de acuerdo”, continúa, mirándome fijamente. “He ahí el problema, pues cuando la justicia se demora, no hay justicia. Necesitamos llegar a la madurez política”, me dice con seriedad. Un consejo simple pero que rara vez se pone en práctica.


Sin embargo, Rodado cree que la forma en que se enseña historia en Colombia no es la correcta. La asignatura quedó relegada a ser un componente de Ciencias Sociales desde 1994, bajo la administración Gaviria. Otras materias también sufrieron la misma suerte, como Geografía y Constitución Política.  Para él fue un golpe duro y acude a la famosa, y, admite, trillada frase que dice: “el que no conoce su historia está condenado a repetirla”, para justificarse. Considera preocupante que los jóvenes no conocen la historia de su propio país e incluso muchos no saben qué paso el 20 de julio de 1810 o el 7 de agosto de 1819. Asimismo, celebró la iniciativa de volverla una materia independiente en 2017. Para él fue como una victoria personal y quiere que así se mantenga.


Cuando le pregunto por su inclusión en las academias, dice que para ser aceptado como miembro, primero se debe ser postulado por un antiguo integrante. Luego el candidato entra en un proceso en el que se observan y estudian sus antecedentes y aportes en ambas disciplinas. También se verifica si cumple con ciertos requisitos y estatutos, además de comprobar si cuenta con publicaciones como libros, artículos y estudios sobre las materias.


Mientras habla, me doy cuenta de que Rodado utiliza sus manos para expresarse, gesticula varias veces, y según su amigo de vieja data, Alberto Ballestas, es un hábito de hace muchos años, de esos difíciles de romper. Asimismo, noto que la posición de su cuerpo es distinta. Se le ve más cómodo, pero no pierde su compostura característica.


Ballestas también afirma que Carlos es de esos amigos que vale la pena cuidar, pues es raro encontrarse con alguien como él por sus “grandes condiciones como ser humano”. Lo describe como solidario con sus amigos y conocidos en sus momentos de dificultad y siempre presto a colaborar desinteresadamente en los momentos en que se necesite.


Su esposa, Elizabeth Grijalba, concuerda con la afirmación. Tienen cinco hijos juntos: Beatriz, Ana María, Juan Pablo, Carlos Andrés e Isabella, además de cinco nietos. Beatriz, la mayor, vive en Medellín y es madre de dos pequeñas. La segunda, Ana María, reside en Bogotá y tiene dos niños. El cuarto hijo, Carlos Andrés, se convirtió en padre recientemente. Isabella, la menor, estudia en el CESA. “La debilidad de Carlos son sus nietos”, dice Grijalba entre risas. Él coincide.


Carlos describe a su pareja como su cómplice. Fue ella quien le transmitió su amor por la naturaleza, la ecología y el medio ambiente, llegando incluso a escribir un libro en conjunto sobre el tema.


"Sabanalarga es otro de sus amores pues se siente orgulloso de haber nacido en esa tierra", asevera Alberto. Al compartir aquella apreciación con Rodado, dice estar de acuerdo. Agrega que es así desde que su madre, Clara Noriega, le enseñó sobre el servicio a la comunidad, el respeto, y la disciplina cuando era muy niño. Cabe anotar que durante su periodo como gobernador, creó un plan para desarrollar el municipio, que en ese momento se encontraba en una situación precaria.


Una de sus inspiraciones para el proyecto vino de un viaje que hizo a Grecia, específicamente a la Isla de Creta. Quedó maravillado por su sistema de acueducto, construido hace aproximadamente 9 mil años. Le asombró que los antiguos griegos lograron construirlo con mínima maquinaria y que, en Colombia, ya en el siglo XXI, con todos los avances propios, hubiera municipios que no contaban con uno. La visita le hizo pensar en su pueblo natal y en cuánta ayuda necesitaba.


Otra de sus pasiones es el fútbol. Fue integrante del equipo de la universidad, donde compartió titularidad con Juan Marriaga, quien ya falleció. Se define como un ferviente hincha del Junior, de la Selección Colombia, del Real Madrid y del Boca Juniors. Ve los partidos siempre y cuando el tiempo y sus obligaciones se lo permitan.


Con los años, ha adoptado un estilo de vida saludable. Camina todas las mañanas, tanto así que siempre que viaja, lleva sus tennis. Además del beneficio a su salud y el hábito deportivo, admite que viaja con sus tennis porque “caminar es la mejor forma de conocer una ciudad”. Eso fue justamente lo que hizo en sus primeros días como embajador en España y Argentina: caminar. Así pudo realmente adentrarse en sus los que, en algún momento, fueron sus nuevos hogares y conocerlos mejor. También lleva una dieta balanceada, aunque ocasionalmente se rinde ante la arepa 'e huevo, el chicharrón, el ajiaco o el mero, una especie de pez que no es del agrado de muchos.


Su gusto musical se compone principalmente de música latina y colombiana: sus géneros predilectos son el porro y el bolero. En cuanto a artistas, van desde Lucho Bermúdez hasta Juanes y Shakira, aunque prefiere a la rockera de sus inicios.


Coincidencialmente, de una de las habitaciones de la casa, sellada por una puerta de madera, se escapan las primeras notas de “Atlántico” del maestro Pacho Galán, un clásico de género musical dudoso. Algunos afirman que es porro, otros merecumbé. Carlos sonríe. Lo cierto es que nadie se lo pregunta por largo tiempo, pues no pueden evitar bailar cuando suena.


Al contarle que ya estamos próximos a terminar, expresa que su consejo para los jóvenes es que se atrevan a soñar en grande y a perseguir sus mayores anhelos. Afirma que todo es posible y que con esfuerzo se pueden alcanzar metas que al principio parecen imposibles. “Si yo pude salir de Sabanalarga, cualquiera puede salir adelante y lograr lo que se proponga. Nunca deben perder la esperanza”.

Mientras la canción llega a su final, me levanto y despido de Carlos. Me da la mano efusivamente y sonríe con cierta inocencia. Abro la puerta, me volteo y me despido de nuevo. Las últimas notas se desvanecen con el cierre de la puerta.

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