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De la muerte a la vida

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Angélica María Martínez Triana, Comunicación Social y Periodismo

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La taxidermia es el arte de disecar los animales para conservarlos con apariencia de vivos. ¿Usted la practicaría con su mascota, una vez fallezca? 

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De la muerte a la vida
Foto:
Unsplash

Eran las 5 de la tarde y Javier se encontraba lavando a Paco, un chihuahua de aproximadamente 3 años que había sido atropellado el día anterior. Mientras Javier le echaba, con cuidado, jabón y champú para quitarle las bacterias, yo me encontraba en el centro del cuarto intentando respirar despacio por el fuerte olor que tenía el lugar. Un olor a comida vieja, parecido a atún dañado, tan irritante que es la misma sensación de cuando quieres oler una colonia y acercas mucho tu nariz. Tal vez para una persona normal, sin problemas de asma y rinosinusitis como yo, no hubiera sido tan exasperante, pero incluso para sus estudiantes que pasaban de vez en cuando a ayudarlo era un tanto molesto.

— ¿A qué huele? Este olor tan fuerte, se siente apenas uno entra— le pregunto a Javier.

— Es olor a piel seca, huele más fuerte recién el animal es terminado, entre más pasa el tiempo, más se va yendo— me respondió Javier mientras yo iba caminando y observando a cada uno de los animales que había alrededor — Es por el químico de bórax y alumbre que se le aplica al final. Cuando se trata de un pez, se le pone formol.


Javier tiene en sus repisas y mesas animales marinos como mantarrayas, moluscos, costras, etc. También tiene otros de tierra caliente y tierra fría: osos perezosos, serpientes, tortugas y demás. Hay otros del llano y del polo norte: armadillos, güíos o comúnmente llamadas anacondas, especies de chigüiros, entre otros. Pero, además, tiene aves: loros, águilas, búhos, garzas, corocoras y muchos más. Eso, porque durante los últimos 15 años Javier ha disecado más de 800 animales.

Sus favoritos para ejercer el arte son las aves, pues llevan más tiempo de preparación, pero le gustan los detalles y los animales más exóticos que ha disecado son una jirafa y un oso polar. El más grande y difícil al que le ha hecho taxidermia es un toro de la india por el que una familia granjera de Tunja-Boyacá le pagó 18 millones de pesos y con el que se tardó un mes.


Después de casi cuarenta minutos de lavar al chihuahua, dedicó las siguientes 3 horas al proceso de la taxidermia. Javier abrió el perro desde el tórax hasta la parte baja del abdomen. Con mucho cuidado, el bisturí se abrió espacio y dividió la carne de la piel, para sacar las vísceras y el resto del cuerpo, incluyendo músculos y esqueleto—proceso que no pude terminar de ver—. Para poder apartar completamente la piel del cuerpo, Javier le rompió las extremidades, tanto traseras como delanteras, la cola y la nuca. Luego de esto, la piel inició un proceso de curtimiento durante otras 3 horas, con alumbre, bórax, sal yodada y aceite de ricino, este último para darle movimiento a la piel y que no se seque ni se cuartee.

Mientras el curtimiento terminaba, yo le hacía varias preguntas a Javier respecto a su profesionalismo para hacer todo lo que hacía sin problema alguno: enfrentar el olor, la sensibilidad, la sangre… ¡ni siquiera tapabocas usaba!

— ¿Nunca se sintió mal las primeras veces al abrir los animales o aguantar su olor?

— La verdad, no. Es algo que me ha apasionado desde muy chiquito. No me molestaba ver los animales muertos y yo siempre he sido muy curioso— respondió serio y con la mirada ida como recordando su infancia —. El olor es molesto al principio y para la sangre uso aserrín para que no se extienda y se absorba, pero ya uno se acostumbra, todo lo que tenga que ver con Biología siempre me ha apasionado.

— ¿Y es viable económicamente? — le pregunté.

— Para los que sabemos hacerlo de verdad, sí. Para los que sabemos darles vida, puesto que no se trata solo de los mamíferos perro y gato. Es más apasionante y provechoso con los que están próximos a extinguirse o ya están extintos.

Por último, el procedimiento de taxidermia se da por finalizado al momento en que Javier toma casi los mismos ingredientes (alumbre, bórax y aromatizante) para limpiar la piel y dar un buen aroma por aproximadamente una hora y deja su piel sumergida en el químico durante toda la noche.

Al siguiente día se prepara todo para iniciar con el Montaje o, en otras palabras, se arma y se le da forma al animal.

— ¿Ha matado usted a algún animal para hacerle taxidermia?

— Nunca. Hay casos en los que los familiares saben que un animal va a morir por enfermedad, entonces se llama al veterinario para que se encargue de la eutanasia y se tiene preparado todo, pero siempre me entregan los animales muertos.

Para hacer el montaje de los animales, Javier investiga por unos minutos su hábitat y ambiente, mira fotografías de animales vivos o en este caso, la dueña del perro le enseñó una foto y le dijo exactamente qué expresión y postura quería que tuviera, de esa manera el animal tiene el objetivo que se le quiere dar: que parezca vivo y auténtico.

Casi cuatro horas le tomó a Javier recrear el cuerpo de Paco. El maniquí estaba conformado por el mismo esqueleto del perro, incluyendo el cráneo ya lavado y desinfectado, y poliuretano. Se unió la piel con el maniquí, se cosió lo necesario, se le introdujeron los ojos de plásticos exactamente iguales a los de Paco y delicadamente se le dio la forma que la dueña había pedido.

— ¿Cuánto tiempo máximo tiene una persona para mandar a disecar su mascota? — le pregunté mientras me percataba del gran tigre de bengala que estaba en el fondo, uno que medía 2 metros y que solía pertenecer al Circo Hermanos Gasca.

— Veinticuatro horas. Si se excede de ese tiempo va a ser muy difícil que el animal quede exactamente como cuando estaba vivo, su carne y su piel estarán muy descompuestas— me responde Javier mientras me muestra algunos animales que se excedieron de tiempo— estos no se ven estéticamente perfectos.

Y así era, uno era un ave, que sus ojos habían quedado muy hundidos porque su cráneo fue muy difícil de limpiar y reacomodar. El otro era un gato silvestre muy pequeño que habían encontrado muerto y al que le inyectaron formol para que aguantara algunas horas antes de llegar al taller de Javier. Eso causó que el animal se momificara y que no se le pudiera hacer ninguna sutura ni arreglo. En ese momento divisé unos zorros que solo eran piel, habían sido decomisados a unas mujeres y decidieron donarlos. Uno era utilizado como bufanda o abrigo y el otro era un bolso, solo tenía una cuerda de extremo a extremo y un cierre del tórax al inicio de la cola.

A paco se le hicieron los detalles finales: la limpieza externa. Con una brocha gruesa de las que se usa en las casas para pintar las paredes, Javier le roció el mismo químico de lumbre, bórax y aceite de ricino con un poco de aromatizante para peinarlo en la dirección capilar correcta y que oliera bien. Y así fue, era un olor parecido a del líquido que se utiliza para darle brillo a la carrocería de una motocicleta o un automóvil, claro está que después de unas horas ese olor no sería el mismo. Paco vive en la casa donde nació y pasó su tiempo en vida y ahora, en muerte.

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