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Cortesía de Daniel Botero
“El artista no es nada sin el don, pero el don no es nada sin trabajo”, dijo el escritor Émile Zola. ¿Se ha preguntado cuándo fue la última vez que hizo un dibujo? ¿o que pintó y lo disfrutó como cuando era niño? A medida que el ser humano va creciendo, este comienza a usar más el hemisferio izquierdo de su cerebro, y el espacio que dejan las pinturas y los colores se comienza a llenar de números y signos. Daniel Botero sigue teniendo espacio para ambos. Aunque es bueno para la lógica y los números, es bastante hábil para el dibujo, la pintura y la técnica en acuarela. Quienes ven sus obras, quedan impresionados con el gran don que posee. Sin embargo, él no se considera un artista, ni a sus obras, arte.
No tiene relación alguna con el famoso pintor, también colombiano, Fernando Botero, pero lo que sí tienen en común, además del apellido, es el gran talento en la pintura y el dibujo.
Teniendo solo 17 años, en el 2018, hizo la prueba de admisión de Diseño Industrial en la Pontificia Universidad Javeriana obteniendo el mayor puntaje registrado en la historia de dicho programa y, a pesar de ello, y luego de varios giros en su camino, decidió estudiar Economía en la Universidad de Los Andes. Esta es la historia de Daniel Botero Díaz.
Sus papás, Ruth Díaz y Mario Botero, recuerdan que Daniel desde pequeño mostró interés por el dibujo, pues en lugar de jugar con carros, le gustaba plasmarlos en un cuaderno. La mamá comenta con una gran sonrisa y notorio orgullo en su rostro que ella le heredó el don y el gusto a Daniel por el arte. Cuenta también que cuando van a centros comerciales o viajan, él busca locales donde vendan materiales de dibujo o libros. “Él no entra a una tienda de tenis o juegos, a él le interesan las acuarelas, el papel y los pinceles desde muy pequeño (...) y a mí me parece tan bonito eso, porque además de que le gustan las matemáticas, y él siendo tan joven, siempre ha mostrado interés por lo artístico”, dice Ruth, con ilusión en su rostro. Asimismo, el papá comenta que fue una profesora de Daniel quien destacó el gran talento de su hijo, “ella se aterraba porque hacía unos dibujos muy buenos para ser un niño tan pequeño y nos aconsejó incentivar en él el arte y el dibujo”, recuerda.
Cuando Daniel tenía nueve años, Ruth y Mario decidieron contratar a un profesor personal para que guiara y fortaleciera el talento de su hijo, pues se dieron cuenta de que él seguía mostrando interés y habilidad en el dibujo. “Yo ya había sido profesor de dos niños (antes de Daniel), pero luego tuve varias experiencias con papás que se me acercaban porque a sus hijos les gustaba dibujar y querían que les diera clases, pero de pequeños a todos les gusta dibujar y eso no significa que tengan inclinación particular por el dibujo”, comenta Andrés Rodríguez, graduado de la Facultad de Artes de la Pontificia Universidad Javeriana y profesor de Daniel por cinco años, al preguntarle por qué decidió darle clases a Botero cuando solo tenía nueve años. “Ruth me pidió en una oportunidad que le diera clases a Daniel, y yo no le vi importancia por las experiencias que ya había tenido (...) luego de cuatro o cinco meses me volvió a preguntar, y accedí a dictarle una clase (...) efectivamente me di cuenta de que tenía una inclinación más allá por el arte y también que había desarrollado una habilidad mayor que los chicos a esa edad. Ahí fue cuando me decidí a seguir dándole clases… su talento es algo distinto”.
Daniel define a Andrés como su ídolo y figura a seguir, “algún día quisiera ser tan ‘teso’ como él. Cuando dibujo, pienso en hacerlo como él lo hace (...) me enseñó mucho, si yo no hubiera estado con él, no sabría muchas cosas de las que sé y no hubiera podido desarrollar las técnicas que uso actualmente (...) también me ayudó en la acuarela (...) Mucho se lo debo a él”, dice con una mirada algo eufórica y soñadora. Botero siempre ha recibido elogios y muy buenos comentarios por las obras que ha hecho a lo largo de su vida. “Yo dibujo desde que tengo memoria. Sí, tengo habilidad, pero es producto de que he practicado toda mi vida. De pequeño me gustaba dibujar como a un niño le gusta el fútbol. En mi infancia no era un niño prodigio, era un niño normal que le gustaba dibujar, solo que yo seguí haciéndolo y ya”. Por la manera sin importancia, pero nunca creída, en la cual él se refiere a su habilidad con el pincel y el lápiz, se puede evidenciar que tiene una mirada casi opuesta al de todas las personas que lo rodean: él no considera su talento, o lo que hace, especial.
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Al preguntarle a los papás cómo es su hijo, Ruth Díaz, su mamá, responde luego de tomar aire. - “Difícil pregunta”. -Entre risas, dice: “no, mentiras. Daniel tiene muchos talentos, es una persona creativa en todo, aparte de eso (el dibujo) tiene su matemática, le encanta, y le fascina leer e investigar (...) es una persona que le gusta ir más allá de los retos que tiene”. Luego Mario Botero, el papá, a quien Daniel heredó sus ojos, toma la palabra y dice: “Yo recuerdo que Daniel, desde pequeño, es una persona demasiado independiente (...) aún sigue siendo muy reservado con sus cosas”. Ruth recuerda que antes de los 5 años Daniel era muy apegado a ella, “tenía que llevar a Danielito a todas partes conmigo (...) si lo dejaba solo, él lloraba”. Ahora es todo lo contrario, es muy distante e independiente, como bien lo mencionan. Sin embargo, su mamá aclara que a pesar de que Daniel poco expresa con palabras, recuerda con notorio amor en su rostro que hace menos de un año los despertó a ella y a Mario a media noche para entregarles una carta para cada uno “con unos dibujos hermosos” en la cual les agradecía por todo lo que han hecho. “No podía creer que a la media noche nos despertara y nos estuviera haciendo un dibujo y una carta con unas palabras tan hermosas (...) Daniel cuando quiere expresar -sus sentimientos- lo hace de una manera hermosísima, pero no lo hace muy a menudo”, dice con el amor más puro y genuino que una madre puede sentir por su hijo.
Daniel, como es de esperarse, se expresa por medio de su arte. Al principio, cuando era pequeño, él no le daba importancia a que otras personas conocieran sus dibujos, pues era algo suyo, pero poco a poco fue dando a conocer su talento. Cuando tenía 14 años, en dos oportunidades, Fabriano, una tienda italiana de materiales de arte en la Hacienda Santa Bárbara, en Bogotá; le permitió exponer sus obras en el local, por el atractivo de sus trazos. Su mamá, al contar esa experiencia, dice orgullosa: “es un almacén muy exclusivo, y para que le dejen exponer dos veces las obras a un niño es impresionante”. Por otro lado, Daniel relata esa vivencia como algo normal y sin importancia: “fueron unas exposiciones muy pequeñas, nada del otro mundo (...) no eran exposiciones como tal, solo eran mis dibujos y mis acuarelas ahí en el local”, como si cualquier otro chico a esa edad pudiera hacerlo. Este almacén expone las obras de los artistas que usan el papel que ellos venden y así darlos a conocer. “En ese momento yo no estaba interesado en venderlas (las obras) y tampoco eran muy lindas para hacerlo, eran obras de un chino ahí de catorce años que sabe dibujar bien, pero nada más (...) hubo como dos personas que mostraron interés en comprarlas, pero al final no quise vender nada”, dice Daniel en un tono despreocupado y nada asombrado.
Sin embargo, ahora sí está vendiendo sus trabajos, especialmente las acuarelas. “Decidí empezar, porque me di cuenta de que tenía el potencial de hacer una obra que fuera de gusto para las personas. No sé si eso es arte, pero es algo que requiere de técnica”. La primera obra en acuarela que vendió es una de la Universidad de Los Andes, y luego de esto, su novia, Isabella Callejas, y su mejor amiga, Paula Becerra, lo incentivaron para abrir una cuenta de Instagram (@danielbotero.aqua) con la cual ya tiene algunos encargos de clientes interesados en comprar las obras del joven artista.
Pero este no fue el único cambio que el confinamiento generó en Botero, pues él recalca que también le hizo ser aún más consciente de los hábitos de sueño y alimentación que tiene: “si tengo una vida saludable, voy a tener un mejor desempeño en muchos aspectos de mi vida, tanto en el arte como en mi estudio”. Esto lo nota en gran medida su novia, quien comenta algo sorprendida sobre ello. “He notado muchos cambios buenos (...) al inicio de la cuarentena no, pero luego comenzó a aprovechar y a organizar mucho su tiempo, intenta no estar mucho en redes sociales, se dedica a las acuarelas (...) es la primera vez que Dani me dice que va a hacer ejercicio y en serio lo hace. Está intentando llevar una vida más productiva y más saludable (...) y creo que no hubiera ocurrido si no hubiera sido por la cuarentena”. También, Paula se ha dado cuenta de estos cambios. “Siento que por fin se está dando cuenta de todo lo que puede lograr y se está centrando más en su futuro”.
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Definir a una persona no es fácil, y a una persona multifacética, como lo es Daniel, es mucho más complejo. Sus amigos de la Universidad, Santiago Rodríguez y Santiago Velásquez, luego de tomar un tiempo para pensar su respuesta, lo describen como una persona “bastante segura de sí misma, no le da pena decir lo que piensa (...) es una persona muy chistosa, nos hace reír siempre, a veces hace unos chistes muy bobos, pero son graciosos (...) también es muy pilo, demasiado inteligente, pero vago (...) es muy talentoso”. Isabella, concuerda en que es una persona con un gran sentido del humor. “Es muy chistoso, también es honesto, noble y humilde, pero terco. (...) Tiene muchas capacidades y talentos, no solo para el arte (...) es muy enfocado cuando se propone algo, pero en el estudio suele ser vago”. Paula, por su parte, lo define como alguien alegre, quien no vive del qué dirán y “siempre estará para escucharte y apoyarte; a pesar de que no lo demuestra, ama a quienes considera sus amigos”. Su mamá recalca esa cualidad en él: Es una persona muy reservada, muy callada, pero si me ve triste o llorando se me acerca y me dice ‘mamá no llores’ y me abraza, y que él lo haga siendo tan tímido conmigo, para mí es uff como ir y volver del infinito y más allá”. No hay manera de describir la mirada y sentimiento con los cuales su mamá cuenta esto, en cada palabra pronunciada se puede notar la ilusión y el amor que le genera recordar aquellos momentos en que Daniel rompió esa barrera de timidez y lejanía con la persona que le dio la vida. Su padre toma un tiempo y responde que es un joven que elige muy bien sus decisiones, pero “es un poco testarudo y terco en algunas cosas, cuando quiere algo tiene que ser ya (...) en el colegio lo molestaban mucho por la indisciplina, pero él nos decía que no nos preocupáramos, que él lo solucionaba (...) siempre muy independiente”.
Por otro lado, Daniel, al preguntarle cómo se define él mismo, pone una cara pensativa, pero luego de unos segundos se ríe, al parecer, sin tener una respuesta. Toma unos segundos más, balbucea un poco, y luego pregunta: “la respuesta la doy en tercera persona, ¿no?, ¿o la doy en primera persona?” y luego se ríe de manera nerviosa. Luego responde: “soy una persona que le gusta el orden, no porque sea una persona organizada, sino en mi vida en general, y planear mucho el futuro, (...) básicamente son esas dos cosas, se relacionan entre sí”. En cuanto al arte, entre risas, responde que no le encuentra relación con su respuesta. Se queda pensativo por un momento, y con el pincel que sujeta en su mano comienza a hacer trazos en el papel que tiene enfrente suyo en lo que parece ser un caballete. Luego responde sin dejar de mover su mano y aún pensativo: “No sé… de pronto en la forma en que hago mis obras. Me gustan mucho los pequeños detalles, me gusta que todo se vea bien y realista”. Recalca, de nuevo, su ignorancia frente a la definición de arte, pero que las obras que le gusta ver y hacer son aquellas lo más parecidas a la realidad posible.
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Más o menos en el 2016, cuando Daniel aún estaba en el colegio, el director de la Facultad de Artes de la Javeriana envió una carta, y otra el año consecutivo, a la institución donde estudiaba Botero, en la cual lo invitan a ser estudiante presencial de la Universidad y tener la oportunidad de tomar clases de arte en las instalaciones de la Facultad estando en noveno grado. Sin embargo, el colegio no lo permitió por la carga académica y horario intensivo que tendría. Ruth y Mario son quienes cuentan esta historia, con decepción y tristeza; su hijo nunca la menciona, puede ser por olvido o tal vez porque no la considera algo valioso o importante para mencionar.
Andrés Rodríguez, su profesor, conoce como pocos a Daniel y dice: “si uno empieza a compararse con gente más profesional y con más recorrido, a uno siempre le hace falta… eso le pasa a Daniel (...) Dos conceptos que a mí me parecen muy importantes son growth mindset (mentalidad de crecimiento) y grit (determinación), desarrollados por dos psicólogas de Estados Unidos (Carol Dweck y Angela Duckworth, respectivamente), los cuales significan que falta mucho por aprender y aún no se llega al máximo potencial (...) Daniel es una persona que tiene mentalidad de crecimiento”. Pero y entonces ¿por qué no decide estudiar una carrera relacionada con las artes?
Daniel, al escuchar esta pregunta, sonríe como a quien ya le han preguntado varias veces lo mismo y ya sabe la respuesta, y dice directamente “porque estudiar artes no es solo pintar y dibujar, y yo lo único que quiero es pintar y dibujar”. Sin embargo, él no tenía tan clara esta respuesta cuando estaba en el colegio e inclusive cuando cursó su primer semestre de universidad.
Hasta los nueve años, él quería ser piloto de avión, pues le gustaba mucho dibujar aeroplanos. Luego, al comenzar a ver su habilidad para el dibujo, y de encontrarse con Andrés, decidió que quería estudiar Diseño Automotriz, sueño del cual desistió en el 2018 cuando estaba en undécimo grado, pues se dio cuenta de que es una carrera muy costosa, debía estudiarla en el exterior y sus papás no podían costearla, así que comenzó a buscar otras opciones. Se inclinó, entonces, por el Diseño Industrial, pero al mismo tiempo le llama la atención Ingeniería Mecánica. Para la primera, como ya se mencionó, se presenta en la Universidad Javeriana, y para la segunda, en la Universidad de Los Andes. Al final decide matricularse para Ingeniería Mecánica, pero solamente cursa un semestre de este programa, pues se da cuenta de que el futuro en esa carrera, y en aquellas relacionadas con lo humano, según él, no es tan seguro laboralmente como el de Economía.
Luego de tomar la decisión de cambiarse de carrera, Daniel recibió una asesoría del jefe de su mamá, quien trabaja en el centro del campo laboral de un economista, un banco, sobre lo que significa ser egresado del programa de Economía de la Universidad de Los Andes. Esta vez, no tuvo que darle muchas vueltas a su elección, pues se dio cuenta de que los números son su pasión y el arte es su hobbie. Cuando habla de su programa académico, se da palmaditas en el pecho como felicitándose a sí mismo porque al fin sabe que lo que está haciendo es el camino correcto.
Daniel Botero Díaz definitivamente es un artista, no es necesario tener conocimiento teórico del arte para reconocerlo. Ha trabajado el don que posee toda su vida. Sueña con hacer su propia exposición de arte en un futuro, donde pueda mostrar y vender “a un precio cariñoso”, como dice él, sus pinturas, dibujos y obras, las cuales no se sabe si considerará arte en ese momento, pero lo que sí es seguro es que las continuará viendo como un negocio… con ojos de economista, pero hechas con sus manos de artista.