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Empatía: la lucha por desterrar al olvido

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Juan Nicolás Barahona Espinosa, Comunicación Social y Periodismo

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45 pinturas de la exposición 'Empatía' representan años de violencia en Colombia, pero son más que vigentes para la crisis que enfrenta el país en 2020, por cuenta de la pandemia.

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 ​Foto: Juan Nicolás Barahona Espinosa

No había entendido el mensaje hasta que me vi de frente con su esencia. Antes de la cuarentena por el coronavirus, vi la exposición Empatía, de la artista plástica Martha Lucía Ramírez Uribe*, en Bogotá. Permanecí casi una hora y media analizando las 45 pinturas expuestas, tomando nota sobre ellas, procurando interiorizarlas. Pero me fue muy difícil, quizás porque aún no estaba dispuesto para abrirle las puertas.

Y fue muy duro al inicio. Si plasmara aquí los comentarios que consigné durante mi regreso a casa, este texto sería enfático en resaltar que: “eso que muestran las pinturas ya lo vi en otro lugar”.

Por supuesto que es así, pues son imágenes que se han vuelto cotidianas: víctimas de violencia, desaparición forzada, desigualdad socioeconómica, crisis políticas, asesinato y secuestro. “Imágenes muy poco originales”, dije aquella vez. “No hay un estudio profundo del ser humano”, me atreví a complementar. Fui necio o quizás obtuso, pero no me daba cuenta.

Seguí entonces mis días, dejando sin atención a la exposición, hasta que paulatinamente fue resurgiendo justo cuando en los medios de comunicación se mostraban casi los mismos hechos que dieron origen a las pinturas. Sus imágenes se manifestaron en los diversos relatos que componen al día a día de nuestra realidad: siguen los muertos, el sufrimiento, la miseria, los desplazamientos, los deseos inconclusos, los caminos truncados, la hambruna, el dolor y la desesperanza.

También aparecieron impulsadas por canciones, entre los versos de Víctor Jara y de los Alkolirycoz. Primero fueron las pruebas de vida de los secuestrados por la guerrilla, cuyo fondo era reemplazado por manteles para mantener oculta la ubicación de su cárcel. Luego los familiares de personas muertas que, por un punzón terrible y frío en el alma, se descomponen de dolor al recibir la noticia del fallecimiento. Después los migrantes que cargan sus enseres, empujan piedras o que conforman una cadena humana para cruzar la frontera y no ser llevados por el río.

Y ahí estaban, perforando la tranquilidad, como chispazos, llenando de incomodidad a mis descansos, recordándome que frente al dolor de todos ellos (lo que incluía a aquellos que me encontraba de cerca, al frente de mi casa o mendigando en las calles de la ciudad) también era un cómplice.

Todo esto iba fluyendo entre seres que se irritaban por verse obligados a ceder un poco sus beneficios para que todos participaran de la solidaridad que debería reunirnos en esta época de crisis, cuyos derroteros parecen ser la oscuridad y el pánico. Solo en Colombia hay millones para los que la pobreza es más tenebrosa que el COVID-19 y son millares los que usan ese temor para alimentar sus burlas, acrecentar su capital político o encender el combustible de la aporofobia.

Mas aún, solo bastó precisamente aquel enemigo diminuto, que no discriminara, para abofetearnos con la verdad: vivimos rodeados de miseria.

Y fue esta semana cuando estalló en mi pensamiento la idea central que Martha Lucía me indicó al hablar con ella por teléfono, después de unos cuantos días de iniciada la cuarentena. Lo lograron tres hechos en específico: 1) gente con palos impidiendo que personas en condición de vulnerabilidad accedieran a los refugios adecuados por la alcaldía de Bogotá, 2) un gobernador exponiendo su vida privada y jactándose de su gestión mientras en los municipios no se informa sobre las medidas que se tomarán para proteger a los migrantes venezolanos y 3) la muerte de dos campesinos por coronavirus en Villapinzón, Cundinamarca, cuya historia se le ha dado un trato novelesco por parte de los grandes medios, sin indagar y denunciar la raíz del problema. De nuevo escenas, historias, narraciones que se normalizan.

Justamente, la artista me explicó: vivimos entre una marea de imágenes que no somos capaces de retener y, como consecuencia, vamos olvidando su significado y su incidencia en nuestra historia, cuyo impacto es inevitable en los ciclos de la vida. Por eso hay que rescatar las imágenes que van marcando dicho ciclo, para evitar lo que se ha hecho mal como individuos y como sociedad, pero también para mantener presente los aciertos a los que hemos llegado.

El problema es que a esta reflexión aún no llegamos los colombianos. Y también porque se nos diluye el pasado.

En su exposición, Martha Lucía rescató los relatos que describen el estado de sufrimiento generado por absurdos en una sociedad que se jacta de humanista pero que es capaz de hacer morir a otros por una ideología o por la mezquindad, llevando a la tristeza y a un imparable deterioro a personas cuya identidad les omiten y la reemplazan por cifras.

Lo hizo con cinco series que describen la lucha constante del Hombre para no ser absorbido por el dolor, el desmoronamiento inesperado de su paz o el olvido:

1) Contracorriente, metáforas de esfuerzos y lugares “que no representa(n) el paraíso soñado o la tierra prometida", dijo la artista.

2) Enlace, la búsqueda de afecto y seguridad ante los duelos reiterados que sobrellevamos en toda la existencia.

3) Telón de fondo, cuando convertimos, nos convertimos o nos convierten en fantasmas por medio de la censura de nuestra identidad.

4) Instantes de verdad, “emblema de nuestra incapacidad de vernos y de ver las situaciones difíciles que vivimos”, explicó.

5) Entre manos, aparición y pérdida incansable de posesiones y deseos.

En tiempos de pandemia crecen los discursos que intentan simplificar los esfuerzos por sobrevivir (y con ello se refuerza la reflexión a la que lleva la exposición).

Se plantea abandonar a los demás con tal de asegurar el bienestar propio, llegando a afirmar sin sentidos como: “si los migrantes venezolanos llegaron caminando, también se pueden devolver así, ¿no?”.

También crecen las insistencias para aplicar la pena de muerte, dejando que a los presos – además del hacinamiento – los consuma el virus.  E incluso hay algunos que tienen tanto, pero olvidan las bases de las relaciones humanas, y les sigue doliendo el no poder viajar en tiempos de vacaciones o frenar el errático consumo al que estaban sometidos.

A esta gente (de la que a veces somos parte) les falta empatía.

*Martha Lucía Ramírez Uribe nació en Santa Fe de Bogotá, Colombia, en 1959. Es diseñadora industrial de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y artista plástica de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Fue docente por más 30 años en esta institución y ha tenido 8 exposiciones individuales y 55 colectivas en países como Barcelona, EE.UU. y Colombia.

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