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Entre líneas: la mirada al escritor

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Gabriela Cabarcas Julio, Comunicación Social y Periodismo

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Para Fernando Vásquez Rodríguez, el recorrido por el interminable mundo de las letras comenzó luego de que viera pasar por sus ojos miles de libros colmados de historias como reflejo de su esencia, cuerpo y espíritu.

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Foto:
Fernando Vásquez Rodríguez

Esta vez no hubo un café que acompañara una charla situada en medio del bullicio de la ciudad, ni una caminata abrazada por el frío viento de la capital. Tampoco un fuerte apretón de manos o un abrazo fraternal, así como Fernando Vásquez menciona le hubiese encantado que fuese, pero en lo posible y a través de aquel recuadro en el cual ahora somos menos desconocidos y más cercanos por solo un par de clics, se materializó el diálogo acompañado de un intercambio de experiencias.


Entre la presentación, cordialidades y un par de sonrisas e intereses comunes, fue posible ver más allá de aquellos lentes tan cultos como su portador, por el ir y venir de las letras.


Cuando nos vimos, Fernando tenía puesta una agradable camisa azul que casualmente hacía juego con el lienzo que lo precedía en la pared de aquella habitación tan acogedora y que era justamente su estudio, el lugar donde pasa la mayor parte del tiempo acompañado de sus libros y manuscritos que, como él mismo expresa, son la forma que tiene de crear mundos paralelos brindando la posibilidad de dar una vista más allá del olvido y la desmemoria.


Fernando Vásquez es un hombre que irradia mucha seguridad y certeza en su discurso, cada una de sus palabras va acompañada de una mirada pensante que a veces apunta a otro sitio mientras las ideas se empalman en una misma oración; tampoco puede faltar su reafirmante movimiento de manos mientras deja volar cada frase.


La esencia


Llegar a ser ese hombre tan tenaz, persistente, culto y disciplinado ha sido un proceso de años que le ha costado un par de canas como reflejo de una vida dedicada al servicio desde uno de los campos que, como él mismo define, componen la segunda columna vertebral en su vida, la docencia. A lo largo de los años ha sido uno de los grandes impulsores que ha ayudado a dignificar y exaltar la labor docente en Colombia.


Su trabajo ha estado vinculado a la dirección de la Maestría en Educación de la Universidad Javeriana y después a la Maestría en Docencia de la Universidad de la Salle, espacios que le ayudaron a crecer más como educador y a encontrar la esencia del oficio. “La docencia me ha permitido crecer, es una profesión fuerte en la interacción, es una construcción por medio de la palabra, por eso es muy importante en mi vida”, dice.


Así mismo, en el año 2004 publicó su primer libro como editor independiente, llamado Pregúntele al ensayista, uno de los más solicitados por los docentes, siendo un gran aporte a la investigación, el desarrollo y difusión de ciertas tipologías textuales en los procesos de enseñanza del país. Para él, llegar a editar y publicar su propio libro es un logro que trasciende entre todas las experiencias de su vida. Desde ese entonces, ha trazado como uno de sus principales propósitos publicar un libro cada año, como muestra de su entrega a la escritura como eje sustancial de su cotidianidad, esa es su primera columna vertebral.


Cada experiencia plasmada por aquel hombre con ceño fruncido y mirada razonante      denotaba verdad y pasión por el oficio, una entrega inequívoca hacia aquello en lo que se desempeña. De todo lo que se dijo durante la conversación y especialmente al referirse a la labor hecha como docente y escritor, hace pensar que así es como todos debemos referirnos sobre aquello que nos apasiona, ya sea personal, académica o profesionalmente.


Fernando es un hombre que disfruta cada palabra, y vive cada cosa que hace. Así lo expresa Fanny Julio, una de sus colegas, quien también se toma su tiempo antes de hablar de Fernando. Eleva la mirada y respira profundo cuando intenta encontrar las palabras: “el señor Fernando Vásquez muestra sabiduría en su mirada, eso solo lo da los años de lectura y recorridos colmados del saber adquirido por la experiencia”.


Llegar a ser formador de formadores a escala nacional e internacional es uno de los logros personales y profesionales que más le enorgullece. Define a los maestros como constructores de una mejor sociedad a partir de la labor diaria que se realiza desde las aulas de clase. “Con la docencia puedo dar lo que he recibido, ha sido la manera en que he cumplido el deseo de ayudar y acompañar a otros, la docencia es una manera de servir socialmente y contribuir al país, es una forma de aportar de una manera a un mejor mañana, un mejor futuro”.


Ha sido justamente ese recorrido, marcado por la firme convicción de instruir para lograr generar un cambio desde la palabra y el ejercicio de la docencia por distintas ciudades del mundo, el que lo ha llevado a aprender y conocer las realidades de cada uno de esos lugares. Fue durante uno de sus viajes a Buenos Aires cuando recibió la noticia de que había sido galardonado por la Pontificia Universidad Bolivariana y la Universidad de Granada de España con la distinción de “Maestro de maestros”. Recuerda ese momento con gran gozo y una sonrisa que se deja ver por encima de su rostro piel canela.


Ya en este punto de su vida, luego de un gran recorrido desde su oficio de maestro, las letras, los libros y las personas, a sus 63 años le fue otorgado uno de sus más recientes logros por la Universidad de la Salle, el doctorado Honoris Causa en educación y sociedad. Nostálgico, afirma que lo llena de felicidad porque dicho título es un homenaje a su legado y trabajo por el servicio realizado a lo largo de su vida desde las instituciones y de manera independiente. Ese es el pilar por el que será recordado como un gran contribuyente a la construcción de un entorno educativo y social más preeminente.


La huella del pasado


Lograr ser lo que es hoy en gran parte se lo atribuye a sus raíces y a nunca dejar atrás el lugar donde todo empezó. A su mente llegaron imágenes de montañas, nubes y palmeras abrazadas por un verde infinito. Fue en Capira, una Vereda situada en los límites de Cundinamarca y Tolima, donde aquel niño visionario rodeado de la inmensa naturaleza tuvo su primer contacto con las narraciones orales. Toma un respiro y por un momento queda en silencio, seguramente recordando esos tiempos y continúa diciendo: “hay experiencias con narradores orales que me marcaron. Narradores del campo, sencillos, que contaban cuentos de espanto, historias de la región, (…) considero que marcaron mi percepción frente a la literatura. A eso se suma el paisaje de mi infancia, que fue sustancial en lo que después va a volverse mi producción literaria”.


A pesar de que aquellos fueron días maravillosos, cuando tenía siete años tuvo que dejar ese paraíso junto con sus padres para emprender una nueva vida en Bogotá a causa del bandolerismo que azotaba esa zona del país. Tras su llegada a la capital, Fernando cuenta que fue difícil adaptarse a la idea de estar encapsulado sin poder salir y deleitarse una vez más con las imponentes montañas que lo precedieron.  Sin embargo, las circunstancias lo llevaron a adquirir el gusto por los libros al estar inmerso la mayoría del tiempo en ese mundo infinito de letras en tiempos tan difíciles.


Sus fibras


Contrario a lo que se pensaría, la llegada de Fernando Vásquez a la literatura fue tardía. Con gran ilusión y voz serena, menciona que por un tiempo tuvo la plena convicción de que su vocación estaba en sus manos, en crear mundos paralelos esta vez por medio del dibujo y la pintura al encontrar cierta facilidad en las habilidades plásticas.  Como muestra de esto, a sus 14 años trabajó en el periódico El Espectador, dibujando y diseñando para el periódico. Ese espacio le brindó la posibilidad estar más cerca de las salas de redacción y posar su mirada en un arte distinto, el arte de dibujar con las letras.


Las experiencias cotidianas, acompañadas de una voluntad de acero, lo fueron acercando cada vez más a su oficio como escritor y maestro. Siempre con certeza, voz firme y mirada merodeante, afirma que la docencia le ha permitido crecer como persona y adentrarse en la esencia misma del oficio con los maestros, creando vínculos que serán eternos en la memoria. El legado de Fernando trasciende en una relación con el entorno para crear sociedad.


En ese momento toma una pausa y respira acomodando el marco de sus lentes para luego entrelazar sus manos y continuar hablando sobre uno de los libros que más lo marcó “Custodiar la vida”, una obra que surgió después de un proceso largo de una enfermedad gástrica complicada, como secuela de trabajar incansablemente, dejando atrás detalles pequeños del cuidado de sí mismo. Con la mirada baja y un tono de voz más sutil recuerda aquellos días en los que el desaliento era cotidiano. Gira la mirada diciendo - “me ayudó mucho la escritura y la reflexión; de ahí comencé a trabajar en las éticas del cuidado y me di cuenta de que la vida no es solo trabajar, que hay que dedicarle tiempo al goce y al disfrute. En ese momento replanteé mi vida... la enfermedad me ayudó a pensar en el modo de vida que estaba llevando”. Tal experiencia condujo a una reflexión muy profunda sobre qué debía abarcar en su cotidianidad teniendo en cuenta las particularidades que entrañan su existir.


Entre tanto, fueron cada una de esas situaciones y momentos determinantes los que componen su ser y lo llevan a ser un personaje lleno de historia, pasión por el discurso y amor por lo que hace. Escuchar a Fernando Vásquez es una experiencia que se vive desde la palabra, al escuchar cada una de estas se denota sustancialmente cada partícula de ese hombre al que los años le han pasado como como un apacible recuerdo del quehacer cotidiano.


Y es ese trabajo lleno de éxitos y huellas imperecederas el que lo llevan a estar hoy en aquel estudio lleno de libros y pensamientos venideros acompañando un nuevo propósito sucedido al escribir sobre otro universo naciente, titulado “Saul Cadena”, una novela a la que le ha impregnado un proceso de investigación de más de 30 años y a la que dedica todo su ingenio acompañado del quehacer literario.


En su estudio lleno de experiencias, Fernando Vásquez, ya con una arrugada expresión, da la vuelta a su silla y con gran entusiasmo toma un paquete de libros como si fueran los más preciados tesoros encontrados entre un mar de infinitas posibilidades. “Escribir es poner afuera nuestro pensamiento, es una artesanía, una forma de felicidad, es crear mundos posibles con las palabras, un medio que he utilizado para descubrirme, para servir al otro. Yo pienso que en el fondo se escribe por dos cosas: la primera para reafirmarse y acabar de conocerse y también se escribe para compartirle y contarle a otro a partir de lo que uno experimenta, vive, siente y ve”, dice.


Con esta expresión tan diciente vi enteramente a ese niño del campo que andaba venturoso entre las montañas, a ese joven valeroso, pero sobre todo al hombre que vuelve efímeros los problemas al imponer su tenacidad, que como bien recuerda heredó de su querido padre, un hombre trabajador y esforzado. A esto se le suma su madre, - “mi polo al sueño, a cosas que parece que no se pueden pero al final sí”- menciona con una mirada cubierta del fino manto del recuerdo.


Fernando Vásquez Rodríguez es el maestro de maestros, es el escritor versátil y es el hombre que proyecta una vida vivida plenamente a través de su mirada.

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