La participación ciudadana: entre algoritmos y libertad
María José Lobo Arévalo y Sofía Garay Rubiano
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Es probable que todos hayamos escuchado que los datos se han convertido en el activo más valioso de nuestros tiempos. Actores de diversas índoles se nutren de nuestra información personal para crear, a través de algoritmos, perfiles que les permiten identificar qué queremos, cuándo lo queremos, cómo lo queremos.
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(Pexels - Element5 Digital)
¿Qué sucede cuando nuestros datos son usados para manipular nuestras decisiones? ¿Qué tan libre o auténtica puede ser la participación política de un ciudadano que es constantemente objeto de esta manipulación?
El ser humano se ha venido adentrando, particularmente desde finales del siglo XX, en un periodo de transformación multidireccional propiciado por el desarrollo tecnológico y la digitalización de procesos cotidianos y complejos. En el 2022, según el Informe Global Digital, existían 4,700 millones de usuarios en las redes sociales, cifra que incrementó un 5% desde el 2021. Se calcula que el 60% de la población mundial ya será usuaria de redes sociales para mitades del 2023... En definitiva, un mundo interconectado.
Dentro de las múltiples aristas que se desprenden de este fenómeno, encontramos un negocio que se nutre con nuestros datos personales y con la información que no solo publicamos voluntariamente en redes sociales, por ejemplo, sino con cada transacción electrónica, cada búsqueda en internet, cada actividad nuestra que deja un rastro – por más romántico que suene el adjetivo – imborrable.
¿Y cómo aventurarnos a hablar de datos sin mencionar a un gigante digital? Para conocer a profundidad las dinámicas detrás de la manipulación, analizaremos el caso de Facebook. En el año 2004, Mark Zuckerberg creó esta plataforma con el propósito de recopilar información relacionada con los gustos e intereses de las personas pertenecientes a un círculo social. “Si alimentas un ordenador con esa información, este podría empezar a realizar algunas cosas bastante interesantes y útiles: entre otras, decirte qué estaban haciendo tus amigos, dónde estaban y qué les interesaba”, dijo Eli Pariser, activista de Internet, en su libro El filtro burbuja: cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos.
Facebook funciona mediante un algoritmo estratégico, capaz de decidir qué contenido aparece en la página de inicio de los usuarios mediante la recopilación de información personal. Desde el 2012, Paula Sibilia, autora del libro La intimidad como espectáculo, describía que a pesar de que el proceso de creación de una cuenta sea gratuito, en realidad se está pagando un gran precio: la venta de los datos e información de los usuarios.
Compañías como Cambridge Analytica fueron conscientes de esto y de la eficacia de los sistemas de predicción del comportamiento para manipular las decisiones de determinada audiencia. Una investigación reveladora es la de Karim Amer y Jehane Noujaim Amer con su aclamado documental Nada es privado. Allí expusieron cómo la organización inglesa se convirtió en “líder mundial de las comunicaciones basadas en datos” y su involucramiento en la política, que sentó un precedente para el desarrollo de las campañas electorales, puesto que, mediante la información recopilada a través de Facebook, la empresa encontró aquellos públicos sobre los cuales la estrategia podría ser implementada con eficacia.
Una de las campañas en las que participó fue la del Congreso Nacional Unido (UNC), partido indígena de Trinidad y Tobago, en las elecciones del 2009. “Estos querían arrebatar el Gobierno al Movimiento Nacional Popular (PNM), que concentra el voto de los afrodescendientes tras diez años en el poder”, explicó el periodista Mariano Escribano en un artículo publicado en 2019. Mediante el análisis del contexto y los comportamientos de los jóvenes que apoyaban el partido afrodescendiente – su público objetivo –, la empresa creó el movimiento “Do so”; este promovió la no participación en las votaciones y la resistencia contra las políticas del país a través de una variedad de contenido en las redes sociales. La estrategia fue efectiva y el partido de la UNC salió victorioso de la contienda electoral.
Ahora, ¿por qué todo esto es un problema? ¿Acaso no es deseable que los algoritmos nos entreguen aquello que necesitamos en el momento en que lo necesitamos? Desde una perspectiva puramente económica es de gran utilidad que las compañías suplan con exactitud los deseos del consumidor, pero, al abordar la cuestión desde un plano más general, es posible notar que algunas de estas prácticas obstruyen el ejercicio libre, consciente y auténtico de participación ciudadana. ¿Podemos diferenciar entre las decisiones que son fruto de nuestra voluntad y aquellas que corresponden a una manipulación casi imperceptible de nuestro comportamiento?
Dentro de los aspectos que influyen en esta dinámica, las burbujas de información cumplen un papel determinante. Este concepto, acuñado por primera vez por Eli Pariser, pretende explicar cómo los algoritmos nos entregan justo el contenido que se adecua a nuestra forma de ver el mundo, insertándonos en “burbujas” entre iguales, burbujas que alimentan nuestra percepción ilusoria de estar informados y de estar del “lado correcto de la historia”. “De hecho, desde dentro de la burbuja es prácticamente imposible ver lo sesgada que es”, dijo Pariser en su libro.
Para comprender por qué somos individuos susceptibles de caer en los sesgos y en la manipulación orquestada por intereses de terceros, resulta necesario incluir a la “posverdad” en esta discusión. Este concepto surge en un entorno en el que las emociones, lo subjetivo, las creencias personales – entre otros estímulos – tienen mayor peso que los hechos objetivos. Cambio constante, sentimentalismo exacerbado, afluencia abismal de información, ciudadanos digitales activos, relaciones volátiles… Desarrollar una postura crítica se ha convertido en una misión heroica en “tiempos” de posverdad. Darío Villanueva, profesor de la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela, estableció en 2021 que la tergiversación sistemática de la realidad es un resultado de la instrumentalización económica o política de estrategias como la manipulación de la información. Si el contenido que consumimos tiene la capacidad de influir en nuestra toma de decisiones, y cada vez es más difícil distinguir lo verdadero de lo falso, lo real de lo ficticio, ¿la libertad sigue siendo una opción para el ciudadano de hoy?
Debemos reconocer que ni las noticias falsas ni la manipulación son fenómenos nuevos; no obstante, la “plataformización” de las interacciones humanas, la inteligencia artificial y el auge de las redes sociales no deberían ser factores de menor relevancia al momento de estudiar los efectos que un uso irresponsable de ellos podría acarrear, en este caso, para la participación ciudadana. Teniendo en cuenta el caso de Cambridge Analytica, ¿podremos pensar en elecciones libres, justas y competitivas? ¿Dónde quedan la autenticidad y libertad en este ejercicio de participación?
La sociedad civil constituye uno de los cimientos de la democracia, y por ello cada ciudadano es responsable de participar activamente en ella (sea por medio de mecanismos formales o informales de participación política). Propender por que esta participación surja de una iniciativa auténtica y libre, y no de la manipulación, es quizás uno de los dilemas más significativos que enfrenta la democracia en las sociedades contemporáneas.
Hemos de reconocer que, aunque escapar completamente de la manipulación y de la gran red de la que hacemos parte probablemente no sea posible, aún podemos corresponder a la protección de la democracia por medio de una participación ciudadana ejercida desde el conocimiento, la transparencia y la responsabilidad. “La libertad y el desarrollo individual sólo pueden alcanzarse plenamente con la participación directa y continua de los ciudadanos, en la regulación de la sociedad y Estado”, afirmó Crawford Macpherson, reconocido profesor canadiense de Ciencias Sociales, en 1977. Si bien esto suena como una fórmula mágica, el pensamiento crítico y el control sobre el contenido que consumimos pueden ser aquellas herramientas que usemos para salvaguardar la pluralidad y la libertad.
Estamos siendo parte de un proceso de transformación que inequívocamente ha alterado y alterará nuestras interacciones y roles como miembros de una sociedad. Hace siglos hubiera sido absurdo pensar que nuestra información personal sería monetizada. Hoy, es nuestra realidad. La posverdad, las burbujas de información, las fake news – entre otros recursos – son los ingredientes del coctel que embriaga a la participación ciudadana y extrae de ella la libertad.
Reconocer que la participación está en juego, a causa de la manipulación de nuestros datos personales, es el primer paso para iniciar una batalla en la que el ciudadano lucha por tener dominio de sí en una obra donde la manipulación es el acto principal.