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Hace un par de semanas, al tener una conversación trivial con un grupo de compañeros, uno de ellos, con la ignorancia característica de aquellos que bromean con la salud mental, creyó prudente equiparar su repentino cambio de humor con el trastorno bipolar. “Es que soy un poco bipolar” —exclamó— seguido de una larga carcajada. Me sorprendí. No era la primera vez que escuchaba a alguien utilizar esta expresión. ¿Un poco bipolar?, ¿en serio? No se trataba de un mal chiste; era continuar estigmatizando una patología mental, desentenderse de los más de 40 millones de personas que, según la OMS, en verdad la padecen. Su pequeña broma ignoraba al 26 % de las personas con trastorno bipolar que intentan suicidarse y a aquellos que pierden años valiosos en su desarrollo académico, afectivo, laboral y social, que deben cargar con una sombra que los inhibe y pinta su vida a su antojo.
La sorpresa que experimenté aquel día se ha tornado en enojo, pues recientemente una persona que conozco, y quien padece la enfermedad, tuvo un episodio con una conducta agresiva hacia otras personas. A los amantes del sensacionalismo no se les ocurrió mejor idea que agarrar sus teléfonos y empezar a grabar, para después subir los videos a las redes sociales. En las publicaciones, me encontré con comentarios como: “Está endemoniada”, “Es una loca”, “Métale una paliza (para) que se acuerde de usted toda la vida”, “Para mí que ella no tiene problemas, más bien le gusta hacer eso”. Los pacientes no solo deben cargar con la sombra, que puede durar días, semanas o meses, sino también lidiar con los estigmas y estereotipos, como ser llamados locos y/o mentirosos. Es un sufrimiento añadido que acrecienta el problema y afecta al proceso de recuperación.
Hay dos sombras particularmente oscuras. La peor el trastorno bipolar 1. Llega sin avisar y se presenta con dos caras distintas; algunas veces, con euforia, desenfreno y un exceso de energía (manía), haciéndole creer al sujeto que todo le va a salir bien, que es el dueño del mundo, provocándole una imagen omnipotente de sí mismo, desconectándolo de su cotidianidad. Y otras veces aparece desde el extremo contrario, acompañado de ansiedad y tristeza. La depresión lo paraliza con una sensación de vacío y una conducta culposa. Parece imposible levantarse de la cama por la fatiga, la falta de esperanza y la incapacidad para disfrutar de aquello que le gusta hacer. ¿Qué pensarán de esto los bromistas que reproducen un discurso fundado en el desconocimiento? O, peor aún, aquellos que quieren golpear a una persona solo por tener una enfermedad mental.
La segunda sombra —el trastorno bipolar II— se define por episodios depresivos, pero en lugar de graves episodios maníacos, se presentan episodios hipomaníacos (la hipomanía es una versión menos grave de la manía). Según un estudio de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, la prevalencia del intento de suicidio en el trastorno bipolar II es del 32,4 % y del trastorno bipolar I es 36,3 %. La Organización Mundial de la Salud ubica al trastorno bipolar en el puesto 46 entre las principales 291 enfermedades y causas de lesiones que generan discapacidad y mortalidad, por delante del cáncer de mama y el alzhéimer. Sí, la bipolaridad puede provocar discapacidad. En el mundo, cerca del 50% de los pacientes que sufren trastorno bipolar I reconoce haber perdido su puesto de trabajo como consecuencia de la enfermedad y un 72% ha visto reducidas sus expectativas de éxito en la vida.
La sombra no mira la edad, ni el género de su víctima. Se desconoce la causa exacta de su presencia; sin embargo, una vez que llega, la acompaña de por vida, pues no tiene cura. No obstante, se trata con medicamentos y psicoterapia. La ignorancia, acompañada con la falta de empatía, solo propaga la banalización de la bipolaridad; les suma otra carga a los pacientes; es una sombra más.