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Las personas detrás de las pruebas de covid-19

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Daniel Fernando Clavijo Bolívar, Comunicación Social y Periodismo

Fecha:

Jesith Osorio, un superhéroe, esposo y padre de familia, asumió la misión de salvar vidas con una armadura especial: tapabocas, hisopos y piyama quirúrgica.

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Foto:
Daniel Fernando Clavijo Bolívar

Mascarilla N95, monogafas, pijamas quirúrgicas, polainas, caretas, entre otros equipos de protección personal, hacen parte del traje de los superhéroes del 2020 y 2021. Se cambiaron las capas por tapabocas. Ya el alcohol no hace parte de fiestas o de reuniones con amigos, ahora se aplica en las manos y es el fiel compañero de esta nueva realidad. En un mundo que parece salido de un cómic, los doctores son parte de un ejército, en la primera línea de combate, con hisopos como sus armas para proteger a decenas de familias. Ellos enfrentan a un enemigo que no dispara, pero destruye rápida y silenciosamente.


Detrás de un tapabocas


Más allá de un superhéroe con traje azul desechable, más allá de un tapabocas y una careta, estaba un padre de familia, esposo y amigo. Es el caso de Jesith Osorio quien durante mes y medio salía no solo a combatir ese frío estremecedor de las mañanas capitalinas, sino a ese difícil virus que llegó a cambiarle la normalidad en la que vivió durante años. Un mundo que lo sacó de su zona de confort. Después de la llegada del covid-19 a Colombia, el edificio donde hacía sus consultas particulares fue cerrado. El miedo a una crisis económica aumentó poco a poco. Pasaron semanas hasta que Jesith decidió mandar una hoja de vida a una IPS, el pánico económico disminuía, pero el precio de ello era poner en riesgo su vida y la de su familia.


“El pánico se apoderó de mí”


Esto fue lo que sintió Jesith en su primer día de trabajo de campo. En su cabeza, escasa de pelo, caían poco a poco gotas de sudor que le nublaban la vista. Por su mente pasaba su familia, no podía respirar muy bien, sin embargo, había llegado el momento de realizar la primera prueba, no había tiempo de pensar en algo diferente, como los soldados enfrentándose a su primer combate. El primero de los muchos a los que se tuvo que enfrentar.


El desafío consistía en realizar las pruebas para covid-19, pero esta guerra tenía un obstáculo más… su armadura. Estos trajes, lejos de las capas usadas por los superhéroes tradicionales, eran agobiantes. La careta, las monogafas, y la mascarilla N95 le disminuían la visibilidad en un 80%. “Solo veía masas”, recordaba con nostalgia Jesith. Además, respirar era muy difícil y el calor de la pijama quirúrgica lo desesperaba. Los protocolos de bioseguridad llevaron a Jesith al límite durante las primeras semanas. Al mismo tiempo, lo atacó un enemigo inesperado: la cefalea -dolor de cabeza intenso-, muchas veces perdió la orientación, aunque como los héroes de las salas de cine nunca perdió las ganas de salvar vidas.


Sus jornadas laborales eran exigentes, el cansancio no daba respiro. Hora tras hora, paciente tras paciente iban sumándose a ese desgaste que no era solo físico, “era un trabajo bastante intenso y muy fatigante, aparte del esfuerzo era el riesgo que se corría”, declaró Jesith. Salía al campo de batalla a las siete de la mañana, en promedio visitaba alrededor de 15 pacientes por día y terminaba esa extenuante jornada hasta altas horas de la noche, privándose de la

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