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Manuela Álvarez, confección de una mujer

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Laura Natalia Sáenz Pedraza, Comunicación Social y Periodismo

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El camino que recorrió la diseñadora colombiana estuvo lleno de altibajos, pero le sirvió para ser reconocida como una mujer emprendedora.

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Manuela Álvarez, confección de una mujer
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Foto: Laura Sáenz

A diferencia de lo que muchos esperarían ver en una diseñadora, la apariencia de Manuela Álvarez es una alegoría a lo descomplicado. El negro reina en ella: zapatos, jean, camiseta y una chaqueta de cuyas mangas cuelgan algunas tiritas de cuero, todos los anteriores del mismo color, y solo contrastados por una pashmina que tiene un estampado en tonalidades tierra. Su cabello, también negro, está en desorden, y hace juego con la piel blanca de su rostro.

Su atuendo y apariencia terminan siendo completamente coherentes con su conducta. Si siente la necesidad de soltar una carcajada lo hace, sin trabas. De hecho, cuando la esperaba en la recepción del edificio donde vive, me percaté de que había llegado porque el silencio que reinaba en el lugar fue interrumpido por las risas que intercambiaba con dos de sus amigas y colegas.

Cuando entramos a su apartamento, lo primero a la vista fueron sus dos gatas, las cuales despertaron el lado que pocos han visto de ella. Las abrazó con la emoción de quien ha extrañado algo durante mucho tiempo y se aceleró un poco para pedirnos, a sus compañeras y a mí, que cerráramos la puerta principal para evitar que alguna de sus mascotas saliera sin supervisión. No es que llevara días sin estar en su casa, es más, solo estuvo fuera algunas horas mientras hablaba acerca de moda sostenible en un evento que tuvo lugar, ese mismo día, en las horas de la mañana. Sin embargo, sobresale en ella ese deseo de aprovechar los que ama, y lo que tiene, por lo cual ha luchado tanto.

Álvarez es diseñadora de modas y, a sus 31 años, tiene la fortuna de ser la directora de su propia marca: MAZ. No obstante, esa fortuna es el resultado de años de sacrificio, reinvención, y planificación de lo que quería ser.

La libertad creativa es algo que nunca ha faltado en la vida de Manuela. Cuando era niña, y aún sin saber que llegaría a mostrar sus diseños en grandes pasarelas, pasaba horas jugando con retazos de tela y ropa vieja, incluso se inventaba desfiles con sus primas.

“Todo era más un producto de mi sensación a gusto con la posibilidad que tenía de expresarme a través de la moda. No lo veo tanto como gusto por el diseño, porque eso es muy general y no dice nada”, asegura la diseñadora cuando hace memoria para contar de dónde proviene el amor por lo que hace. Y sí, ese es precisamente su diferencial, el hecho de ver la ropa como algo más que una idea que vuelve tangible.

Dicha posibilidad de expresión, que gozó sin límite desde muy corta edad, es en gran parte gracias a su familia, conformada por sus padres y sus dos hermanos, uno mayor y otro menor. Inclusive, esboza una sonrisa casi que involuntariamente cuando cuenta que su mamá siempre los crió sin establecer diferencia alguna por su género o sus anhelos personales y profesionales.

Esas experiencias fueron el inicio del camino que recorrería para llegar al lugar donde se encuentra. También, fueron el impulso que necesitaba para decidir que el diseño de modas se convertiría en una parte esencial de su vida y dar el primer paso: salir de su zona de confort, estudiar en Italia.

El comienzo del camino


El factor económico pudo haber sido el mayor obstáculo para cumplir ese objetivo que se había planteado tras tomar la decisión de dedicarse a la moda. Pese a esto, sus papás se esforzaron para ayudarla a recorrer el camino que apenas empezaba. La gratitud por dichos esfuerzos es algo que emana de la mirada de Manuela cuando relata cómo su familia la apoyaba; mira al techo por un instante como si se estuviese transportando a los días en que empezó su aventura y se escapa un suspiro, tal vez en honor a todo lo que hizo en ese entonces.

Las razones que, a sus 18 años, tuvo para anhelar estudiar en el extranjero estuvieron, casi en su totalidad, enfocadas en el ámbito profesional. “En esa época no se sentía mucho ese aire de moda en Colombia, y en cualquier país de Europa sí era diferente, increíble. La cultura es inigualable y eso fue algo que encajó mucho con lo que yo pretendía para mi formación”, explica Álvarez. Sin embargo, el destino se encargó de mostrarle que esos años fuera de su país, serían también una escuela personal donde se reinventaría como mujer.

Cuando viajó a Milán no solo empezó sus estudios en el instituto Maragoni, también, como consecuencia de lo anterior, fue necesario que abandonara algunas cosas que había construido aquí, en Colombia; como la relación de varios años que tenía con su novio, Felipe. Esto último fue una de las cosas más difíciles para Manuela, porque dice haber sentido deseos de devolverse a causa de la ‘tusa' que le causó en un principio.

A pesar de eso, manifiesta que esa situación fue clave para florecer como mujer, ya que representó, en ese momento, un reto que le ponía la vida para que estableciera sus prioridades. “Dolió en un principio, pero al final entendí que ese era mi momento y debía vivirlo antes de que se acabara”, señala con una especie de satisfacción por haber superado lo que doce años atrás parecía imposible.

Tras un par de meses, se adaptó a su nueva vida, empezó a aprovechar por completo su experiencia y encontró a alguien que sería muy importante para descubrir no solo su esencia, sino también, el cimiento de la marca que crearía más adelante.

Esa persona fue Titsiana, una de sus profesoras en el instituto, la cual, a través de exigencias, la hizo darse cuenta de que tenía muy arraigadas en su cabeza las cualidades estéticas de moda femenina que existían en Colombia. Tal momento es el que más relevancia cobra en la memoria de Álvarez, porque asegura que, al entender que esos ideales no la representaban ni como diseñadora, ni como mujer, cambió completamente su rumbo.

Inclusive, gracias a su profesora, también se dio cuenta de que gran parte de su propósito era empoderar a las mujeres con sus diseños de ropa, ya que, a pesar de lo contradictorio que pueda sonar, ella se declara feminista, precisamente porque considera que las posibilidades y la equidad que le brindaron en su hogar no se ven reflejadas en nuestra sociedad.

Confeccionando el sueño


Cuando Manuela se graduó como diseñadora, decidió realizar su pasantía con Tomaso Stefanelli, marca que le enseñó mucho sobre lo que en verdad era el mundo de la moda. Sin embargo, al concluir el tiempo de dicha pasantía, se enfrentó con una realidad para la cual no estaba preparada: encontrar trabajo era muy difícil por los problemas que experimentaba tramitando los papeles de autorización. Por tal motivo, y viéndose sumergida en la imposibilidad de ejercer lo aprendido, decidió volver a Colombia.

El plan que tenía era básicamente adquirir experiencia y alimentar su hoja de vida, de manera que, cuando llegase el momento de ser independiente, contara con todos los recursos, tanto conceptuales, como prácticos.

Álvarez siempre admiró el estilo de Olga Piedrahita, otra reconocida diseñadora de modas, y, desde el primer día de vuelta a este país, estableció como un propósito llegar a trabajar a su lado, lo cual, con mucha insistencia, terminó convirtiéndose en un hecho. Fueron varios los meses que trabajó junto a Olga; tiempo en el que pudo entender la estética que manejaba, y en el que también se brindó a sí misma la oportunidad de abrir su mente y panorama.

La ocasión para emprender llegó a Manuela, en cierta forma, disfrazada. En el 2013, aun cuando trabajaba como empleada, decidió participar por tercera vez en el concurso de la revista Fucsia, llamado “se busca diseñador”.

Para su sorpresa y bienestar, fue la ganadora de esa edición, y encontró en esa victoria el trampolín perfecto para impulsarse como diseñadora independiente. Gracias al premio que obtuvo, montó su taller y empezó a moldear uno de sus sueños más grandes.

Abrir un taller propio representaba una plataforma para darse a conocer y para posicionar sus diseños. De hecho, tras dos años de trabajo arduo, su taller dio frutos y le sirvió de peldaño para llegar, en dos ocasiones seguidas, a uno de los eventos más importantes de la moda: Paris fashion week. En ambas ocasiones, como siempre quiso, presentó sus colecciones en el exterior, y logró ampliar el mercado de las prendas que confeccionaba.

Dejar ir y reinventar


Dicen que cuando hay mucha calma es porque se avecina una tormenta muy fuerte. Esa es probablemente la frase que describe, en parte, lo que le sucedió a Manuela.

A comienzos de 2017 la situación económica de la diseñadora no fue muy buena, y tuvo que cerrar su taller, ese por el cual había entregado tanto tiempo, compromiso y dedicación.

Claramente, ese no era un momento que tuviese lugar entre sus planes previos. “No quería cerrarlo, pero tuve que hacerlo, por plata”, dice con una fuerza que parece ser la coraza de los sentimientos que prevalecieron en ese entonces, pero que ya se han agotado casi en su totalidad. Ese año no fue tan fácil y, aun así, brilló más la valentía de Álvarez, que su fracaso.

El camino parecía comenzar de nuevo, pero a pesar de lo duro que fue, la diseñadora decidió quedarse con lo positivo y empezar a buscar nuevos horizontes, que le permitieran continuar con su propósito, la expresión a través de lo que amaba hacer.

“Ella es una berraca, no es una palabra que suela usar, pero para describirla a ella sí es fundamental, porque ha sabido resurgir siempre, en cualquier momento. Incluso, siempre que yo entraba en crisis por algo que no sabía hacer, ella me ayudaba”, señala Carolina, una de las amigas más cercanas de Manuela, a la cual conoce desde que estudiaban en el instituto Maragoni.

Haber caído le permitió experimentar un momento de “despertar consciente” como ella lo llama, porque fue ahí cuando conoció proyectos como Maestros Ancestrales, el cual busca empoderar a las comunidades indígenas colombianas para que su cultura no se diluya o desaparezca.

“La vida es tan matemáticamente perfecta que por cada fracaso hay una liberación y un renacimiento”. Esa es la frase que usa para explicar la forma en la que ve ahora lo sucedido con su taller. Es más, esa tranquilidad que refleja en sus palabras inunda también su rostro, que se adorna con una sonrisa agradecida por la etapa que vive.

Actualmente, Manuela diseña desde el segundo piso de su apartamento dúplex. Sigue siendo la directora de su marca y cumple sus propósitos, como el de empoderar a las mujeres, desde las cosas más simples reflejadas en su forma de interactuar con las mujeres que hacen parte de su cotidianidad. Un claro ejemplo es su empleada, a quien saluda como una amiga de mucho tiempo y a la que le recuerda, cuando la ve, lo linda que es, sin importar lo que lleve puesto.

Además, asegura que vive el proyecto de las comunidades indígenas como un espacio de aprendizaje mutuo, en el que deja de sentirse superior por ayudar, y empieza a reconocer cada persona presente en dichas comunidades, como la mejor manera de aprender acerca de expresión.

Esa es Manuela Álvarez, una mujer que ya hizo las paces con sus limitaciones y que ahora se dedica a hacer lo que ama desde un enfoque y propósito distinto.

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