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Men Too

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Luisa María Vela Guerrero, estudiante de Comunicación Social y Periodismo

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En la ceremonia número 94 de los premios Óscar, las intervenciones de Regina Hall como presentadora demostraron que, así como de Bruno, del acoso sexual hacia los hombres no se habla.

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El 27 de marzo de este año se realizó la 94ª edición de los premios Óscar. Fue una noche que le dejó a su público varios momentos sobre los que discutir. El más sonado es, por supuesto, la bofetada por parte del ganador a mejor actor, Will Smith, al comediante Chris Rock. También otros hechos son dignos de mención. Tal es el caso de las interpretaciones de las canciones que hacen parte de Encanto, la película de Disney situada en Colombia; los espectadores pudimos emocionarnos hasta las lágrimas con las Dos Oruguitas de Sebastián Yatra, y confundirnos con una nueva versión de No se habla de Bruno – que evidentemente le agradó mucho menos a la audiencia latina que a la estadounidense–. Sin embargo, otro punto clave de la noche del que, como de Bruno, no se habla, fueron los chistes sexistas de Regina Hall a algunos de sus colegas. 


Antes de que empiece la premiación, es costumbre que los anfitriones realicen pequeños monólogos que den el tono para el resto de la ceremonia. Este año, la Academia apostó por elegir a tres mujeres comediantes (dos de ellas afroamericanas) como las encargadas de la tarea. Sin embargo, el progresismo y la inclusión fueron tan solo pantallas, pues lo que pretendía ser un momento cómico resultó ser una ejemplificación absurda de acoso sexual.


Mientras Regina Hall realizaba su parte dentro del acto de introducción, anunció a los presentes que había ocurrido un error con las pruebas de covid realizadas antes de la ceremonia y que, por lo tanto, algunas personas debían acompañarla para practicarse los tests nuevamente. Así, la presentadora procedió a llamar a la tarima a cuatro actores que son reconocidos por su atractivo físico. A continuación, Hall hizo una serie de “chistes” sobre la manera en la que les practicaría la prueba a los elegidos, como pedirles que se quitaran sus mascarillas y su ropa, confesar que realizaría la revisión con su lengua e incluso comentar que uno de los elegidos ya era “legal” (haciendo referencia a su mayoría de edad) de tal forma que sí podría acompañarla. Como si esto fuera poco, la comediante excedió los límites aún más cuando decidió que debía hacer una “requisa de covid” y manoseó a los actores Josh Brolin y Jason Momoa justo antes de que estos presentaran el primer premio de la noche.


El discurso de Hall fue la representación perfecta de cómo los hombres también se ven expuestos a situaciones incómodas en los que se vulnera su dignidad; el hecho de que los organizadores de la ceremonia aprobaran un espectáculo de ese estilo es la prueba de que el patriarcado sigue instaurado en lo profundo de las grandes organizaciones. Que la indignación sobre lo ocurrido sea mínima —y que varias personas incluso se atrevan a defender a Regina— demuestra que nuestra sociedad tiene aún mucho que cuestionarse y aprender.


¿Qué pasó entonces con el movimiento MeToo, que buscaba denunciar la agresión sexual en redes sociales y que fue tan popular en años anteriores? ¿Por qué es gracioso cuando los afectados son los hombres?  Es muy grave que el público, el mismo que se rasgó las vestiduras para denunciar el acoso sexual hacia actrices y trabajadoras de la industria cinematográfica, sea capaz de reírse descaradamente ante la exhibición de carne fresca orquestada por Hall. Es una completa hipocresía. ¿Qué hubiera pasado si los papeles hubieran sido invertidos? ¿No habría el hecho ocupado las primeras planas en los portales de noticias? ¿No habría sido tendencia durante semanas en las redes sociales? ¿No habría desatado toda una avalancha dentro de la popular cultura de la cancelación?


Pero claro, no se habla de Bruno y mucho menos del acoso a los hombres. Por supuesto, este no es un caso aislado. Dentro de la industria del entretenimiento han existido otros ejemplos recientes. Tal es el caso de Katy Perry, quien como jurado del concurso American Idol aprovechó en varias ocasiones para “coquetear” descaradamente con algunos participantes masculinos, haciéndoles comentarios pasados de tono e incluso besando a uno de ellos sin su consentimiento. En Colombia, tenemos también un ejemplo “icónico”; la diva de divas, Amparo Grisales, quien al mejor estilo de Katy aprovecha su posición como jueza del programa Yo me llamo para acosar a los jóvenes concursantes con apuntes inapropiados.  Al parecer, el silencio es una complicidad global: en esos casos tampoco nadie dice nada.


El tomar estos actos de acoso como un chiste significa perpetuar la idea machista de que los hombres son esos seres indestructibles ajenos a los sentimientos humanos más básicos. Les impide la posibilidad de aceptar y abrazar su propia debilidad y de establecer límites. Más allá de si la presentadora contó o no con el consentimiento previo de los actores para hacer ese tipo de show, lo fundamental del asunto es que una plataforma inmensa le esté enviando un mensaje tan perjudicial a más de 15 millones de personas, que el comportamiento sea replicado en otros formatos de la industria y, aún peor, que se traslade al día a día de hombres anónimos.  El acoso sexual no es ningún Bruno que deba ocultarse detrás de las paredes.  Géneros fluidos, mujeres y hombres merecemos protección y el mismo respeto. No es posible que como público consintamos estos asuntos, al seguir riendo cual cómplices mezquinos.

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