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Oconnell, la clarinetista que toca en Europa, pero no en Cajicá 

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Isabela Uribe Roa, Comunicación Social y Periodismo

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Foto de: Isabela Uribe Roa

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Oconnell, la clarinetista que toca en Europa, pero no en Cajicá 
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Foto de: Isabela Uribe Roa

El color rosado pastel del atardecer, penetraba las enormes paredes blancas del edificio recientemente construido en el municipio de Cajicá, en el centro de Colombia. Esa construcción es el segundo hogar de todas las personas que en Cajicá se dediquen a la música, el arte y la danza.


Para llegar a la sala de práctica de la galardonada sinfónica de Cajicá, se deben subir cuatro pisos por las anchas escaleras en forma de caracol que se observan a través de los enormes ventanales. Adentro de la sala, amplia, oscura y llena de atriles plateados, se puede percibir la tensión dejada por las fuertes y largas prácticas.


María Alejandra Oconnell se sienta detrás de uno de esos brillantes atriles y saca su clarinete de la caja de cuero negra. Coloca las partituras sobre el atril y empieza a tocar los primeros acordes de O Sole Mio.


“Fue la primera pieza que toqué con el clarinete, la aprendí cuando tenía 14 años”, dijo Oconnell, una de las 19 clarinetistas de la orquesta cajiqueña, fundada en 1987. Actualmente la sinfónica cuenta con 9 grupos de instrumentos de viento: clarinetes, flautas, saxofones, trompetas, trombones, cornos, tubas, fagot y oboes.


Sorprende saber que el sueño de Oconnell siempre fue ser saxofonista y que sabe tocar el clarinete desde hace 5 años, su primer maestro fue YouTube. “Aprendí a tocar clarinete con videos, me iba a un café internet y pagaba horas continuas de internet”, dijo Oconnell.


Con el pelo negro suelto y peinado hacia el lado derecho, Oconnell lucía un saco azul desgastado en las mangas y un jean con, lo que parecía, manchas de hipoclorito.


La artista recuerda que se inició en la música cuando tocaba platillos en la Casa de la Cultura, mostrando sus colmillos blancos y torcidos sonríe y se da un leve golpe en la frente “no podía tocar otro instrumento porque solo tenía 7 años y era muy bajita”, dijo.

Oconnell tiene 19 años y mide 1,55, unos centímetros más que su madre.


Recuerda que su ingreso a la banda sinfónica se dio gracias a su instructor Cristian, quien le enseñó a leer partituras y tocar flauta dulce a los 12 años. Tres años después, Oconnell pasó por, lo que ella llamaría, el momento más duro de su vida. Se retiró durante un año de la música ya que, en el colegio Antonio Nariño, de Cajicá, donde finalizó sus estudios, la matoneaban debido a las largas horas de práctica que le dedicaba al clarinete.


Desde entonces, Oconnell no da conciertos en el municipio. “No me gusta tocar aquí en Cajicá”, afirmó Oconnell.


“Es terrible tener confrontaciones en el colegio, yo no pude disfrutar ni siquiera 11, me molestaban porque lo único que yo hacía era tocar, la verdad yo solo pensaba en irme”, afirmó la artista.


El maestro Cristian fue quien la impulsó a retomar la carrera musical y a ingresar, en el 2013, a la premiada banda.


“Cajicá te brinda un respaldo y confianza, todos los músicos reconocen a este pueblo como uno de los mejores en música”, menciona Oconnell. Cajicá es reconocido también en la Universidad Nacional de Colombia, donde la clarinetista sueña ser admitida.


Con una sonrisa que recorre su ancho rostro, Oconnell saluda a su madre, que está recostada sobre el marco de la puerta y que con señas le indica que entre a la oscura sala. A la clarinetista se le viene a la mente Holanda, exactamente el domingo 9 de julio de 2017, cuando ella, junto a la sinfónica de Cajicá, dio el concierto más importante de su vida en Kerkrade. Allí lucía un vestido largo vinotinto, el vestido más elegante que ha usado. “Tuvimos dos meses para mandarlo hacer, fue un problema porque nadie se ponía de acuerdo, igual fue la noche en la que me sentí más bella”, menciona Oconnell. “Ella, mi hija, nunca ha sido una mujer de accesorios y tacones altos”, dijo Katerine, la madre, interrumpiendo la charla inesperadamente.

Oconnell no se perdió de la diversión en tierras europeas, en Maastricht, Holanda asistió al festival de la cerveza. “Siempre he sido muy mala para beber alcohol, me tomé un vaso gigante de cerveza, quedé muy feliz y no sé cómo al otro día no me dio resaca”, mencionó, con risas tímidas, una de las clarinetistas de la banda.


La sinfónica de Cajicá ganó en la categoría de la tercera división con un puntaje de 90,17, y dio conciertos en París, Bélgica y España. Para Oconnell fue una sensación indescriptible poder estar de pie en escenarios tan imponentes. “Ver a personas que escuchaban ‘Mi pueblo natal’ y lloraban, eso, como músico, es la expresión más linda que tú puedes ver”, dijo Oconnell recogiéndose las mangas del saco. “No cambio por nada la sensación de ver el público de pie aplaudiéndote”.


La banda no tocaba solamente dentro de lujosos auditorios, también en hoteles y calles. Así fue en Brujas, en Bélgica, donde no solo comieron chocolates de toda variedad, sino también decidieron tocar en una avenida.


“Comí tanto chocolate, porque era exquisito el sabor, que no quiero volver a saber nada de dulce”, mencionó Oconnell tapándose la boca y cerrando los ojos. Lo que la clarinetista sí extrañó de Colombia durante su estadía en Europa fue el arroz.


Dijo que en todo el mes que estuvo por fuera del país no probó ni un grano. “Me encanta el arroz, en París me ilusioné porque por fin lo había encontrado, sin embargo era horrible, sabía a plástico”, menciono Oconnell.


Durante su estadía en Europa, Oconnell se comunicó pocas veces con su madre, sin embargo el instituto de Cajicá hizo una emisión en vivo del momento en que la banda sinfónica tocó. Katerine asistió y fue de la única forma en que pudo volver a ver a su hija.


Pelo negro liso, ojos cafés oscuros y grandes, piernas cortas, rostro ancho, dientes pequeños, al igual que sus manos, y uñas largas, así es la madre de Oconnell. Sin embargo, tan parecidas son que es como describir a la clarinetista de la banda sinfónica.


“Dicen que somos muy parecidas y a mí me encanta, quiero parecerme a ella no solo físicamente si no también intelectualmente, es un ejemplo para mí, sé que no ha tenido una vida fácil porque le ha tocado trabajar muy duro, ella trabajaba en un aeropuerto ni siquiera tenía tiempo para mí, pero eso me motiva a dar lo mejor de mí”, afirmó Oconnell refiriéndose a la mujer que le dio la vida. También agregó que “este logro es únicamente para ella, por eso es que toco, para ver esa sonrisa en su rostro”.


De pronto se escuchó una voz que llegaba del piso inferior al que donde estaba la clarinetista: La voz de mujer avisaba “María Alejandra es hora de la clase”.


La artista se levantó del asiento y estiró su espalda. Oconnell, hija única, la cual no menciona nada acerca de su padre, se despide y se le pide que busque la ocasión para tocar en Cajicá.


“No, yo por acá no toco, si quieres verme nos vemos en Europa”, dijo la joven artista riéndose y se alejó por el inmenso corredor. Al verla de espaldas solo se pudo percibir la enorme caja de cuero negra, en la que carga su instrumento, tapándole la cabeza.

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