Planificación: ¿cuestión sólo de mujeres?
Sofía Leal Grondona, Comunicación Social y Periodismo
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Es injusto tener que sacrificar el funcionamiento hormonal y natural de nuestro cuerpo por evitar fecundar un óvulo, trabajo que es de dos.
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Las mujeres, en promedio, somos fértiles tres días al mes, y eventualmente dejamos de serlo. Los hombres, por el contrario, son fértiles todos los días de su vida, entonces, ¿por qué la mayoría de métodos anticonceptivos son para nosotras?
La píldora anticonceptiva representa el triunfo de la ciencia sobre la naturaleza, fue el fenómeno que posicionó a la ciencia biomédica en los años sesenta, dándole a las mujeres el control, cambiando la dinámica social, laboral y familiar. Las mujeres tenían la libertad de decidir sobre su cuerpo, su sexualidad y fertilidad, dejaron de casarse a temprana edad, tener hijos y dedicarse al hogar para estudiar y tener una carrera. O eso es justo lo que nos han hecho creer. Las pastillas anticonceptivas dieron paso, más bien, a la liberación sexual de los hombres. Desde su creación no es necesario que ellos se protejan, ya que nosotras lo hacemos por ellos. El machismo en nuestra sociedad no es un tema nuevo, y desde hace años se reafirma, con el simple hecho de catalogarnos como el sexo débil.
La Organización Mundial de la Salud publicó la lista de métodos anticonceptivos existentes, 21 en total, de los cuales solo dos son métodos para hombres ¿no es eso discriminación de género? ¿O acaso estamos obligadas a controlar nuestra fertilidad por el hecho de que nosotras somos las que gestamos? Tener un hijo es un proceso que se realiza en pareja, es necesario tener una célula reproductora masculina y una femenina para dar origen a un embrión. Por lo tanto, el “privilegio” de controlar la fertilidad debería ser de ambas partes.
Es innegable que en esta sociedad la responsabilidad de un hijo no suele ser compartida al ciento por ciento por la pareja, o al menos eso dejan ver los datos del DANE: en Colombia hay 12,3 millones de mujeres cabeza de hogar. Esta mentalidad de que la mujer es la que se debe hacer cargo de los hijos, que el hombre es el irresponsable y el que abandona, que al momento de un divorcio los hijos estarán mejor con su madre es fruto de la sociedad machista en que vivimos, en donde pensamos que vestir a un bebé varón de color rosado o permitirle tener una muñeca cambiará su orientación sexual; que las labores del hogar se le deleguen a la mujer; que al momento de ver un accidente de tránsito lo primero que pensemos es que una mujer era la que iba conduciendo.
Es cierto que se han venido desarrollando nuevos métodos anticonceptivos para hombres, pero estos intentos por nivelar un poco la balanza, con respecto a la responsabilidad reproductiva, se han visto frustrados. En 2016 cancelaron las investigaciones de un anticonceptivo hormonal para hombres por sus efectos secundarios, los cuales incluían acné, trastornos del estado de ánimo y disminución del deseo sexual. No es justo cancelar la investigación de un útil y revolucionario producto por sus efectos secundarios, o ¿por qué no han cancelado la venta de píldoras anticonceptivas por sus efectos secundarios? Sus reacciones adversas ya han sido las culpables de la muerte de varias mujeres alrededor del mundo, las cuales van desde depresión, cambios de humor y baja libido, hasta el aumento de riesgo de cáncer de mama, riesgo de trombosis, derrame cerebral, paros cardiacos y coágulos que ocasionan embolias pulmonares. Aun así, es uno de los métodos anticonceptivos hormonales más usados en el mundo con 100 millones de usuarias.
¿Y si el tema de la anticoncepción va más allá de quien debe soportar o no los efectos secundarios? La industria farmacéutica es el tercer sector de la economía mundial. Este poderoso monopolio empresarial vende alrededor de 340.000 millones de dólares anuales, según cifras del Banco Mundial, y ha conseguido ser el principal actor en su propia regulación. No es coincidencia que, tras haberse desarrollado, hace más de ocho años, un método anticonceptivo, inyectable para hombres fácil de usar, altamente efectivo y reversible, el cual podría costar menos de diez dólares en los países más pobres, aun no se esté comercializando por tener el potencial de reducir los 3,2 millones de dólares que venden anualmente en condones y anticonceptivos los gigantes farmacéuticos. Al fin y al cabo, ¿quién va a querer vender un producto que ayude a acabar con los embarazos no deseados, muertes por abortos clandestinos, la falta de educación y la pobreza?
Claro está, la necesidad de más opciones de anticonceptivos para hombres y anticonceptivos más seguros en general, va más allá de la igualdad de género. Lo más importante es evitar las consecuencias que acarrea un embarazo no deseado. Sin embargo, la falta de equilibrio entre los métodos anticonceptivos existentes para hombres y mujeres es otro de los muchos factores que hace evidente la desigualdad de género que persiste en nuestra sociedad, aún en el siglo XXI. Los métodos anticonceptivos masculinos virilizan al hombre, mientras que los femeninos controlan la sexualidad y su capacidad reproductiva.