Reflexiones contagiosas
Sofía Bayona Horlandy, Comunicación Social y Periodismo
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La pandemia conlleva cambios en la vida cotidiana de los colombianos. Muchos han aprovechado el aislamiento para tomar conciencia sobre su vida y la de los suyos.
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Foto: Sofía Bayona Horlandy
Una lágrima se deslizaba por mi mejilla mientras metía las últimas camisas de mi mamá en su maleta de viaje. El closet ya estaba vacío, y ella entraba en la habitación con su cepillo de dientes y su maquillaje, lo único que faltaba por empacar. Al verme, secó la lágrima con su mano y me dio un abrazo, acariciando mi espalda suavemente. Esta no era una despedida común y corriente, como cuando alguien se va de paseo. Esta era por tiempo indefinido y, para completar, a causa de una pandemia.
-Vas a ver que el tiempo se pasa rápido – me dijo– yo no podría estar tranquila si pienso que estoy trayendo el virus a mi casa.
- Tienes razón – le respondí, forzando una sonrisa.
Ella se llama Laura Horlandy, es médica y la jefe del servicio de Urgencias de un hospital en Bogotá. Y el virus al que se refiere es el COVID-19, el mismo que tiene en crisis al mundo entero.
Hace poco más de un mes que se fue de la casa y hoy no tengo más remedio que hablar con ella por FaceTime y, a pesar de que no podemos abrazarnos como de costumbre, me alegra ver su cabello crespo y negro, su piel blanca y su sonrisa amplia a través de una cámara un poco borrosa.
Estos han sido un par de meses duros para ella en todos los aspectos. Su trabajo, por un lado, ha sido más pesado que nunca, atendiendo la emergencia por coronavirus. “El hospital se está preparando para lo peor y el Ministerio saca nuevas normas al respecto casi todos los días, lo que me obliga a estar actualizada todo el tiempo”, cuenta. Y es que no es fácil hacer parte de la primera línea de defensa en Colombia frente a algo que tiene de rodillas a todo el primer mundo.
Según la Organización Mundial de la Salud, existen muchos tipos de coronavirus, y todos causan infecciones respiratorias que van desde el resfriado común, hasta enfermedades más graves. El COVID-19 es una nueva sepa de coronavirus que se transmitió del murciélago al ser humano.
Actualmente, el virus está presente en 185 países según el Instituto Nacional de Salud, y el número de contagios a nivel mundial supera los 3 millones y en países como Italia se han llegado a reportar casi 1000 muertos en 24 horas. En Colombia, acabamos de pasar la frontera de los 6 mil casos y algunos se preocupan por cómo pueda avanzar la curva de contagios y que, ante ello, el sistema de salud no sea capaz de ofrecer una respuesta eficiente.
“Necesitamos mucho respeto, apoyo, y que se queden en la casa”, dice Laura, este es su pedido a toda la comunidad, y es lo que nosotros estamos haciendo. Es nuestra única forma de ayudarla. Mi compañía en esta cuarentena consiste en un tío, dos primos y dos abuelos, y mientras ella le pone el pecho a esta crisis mundial, nosotros se lo ponemos a las pequeñas crisis que nos trae día a día el aislamiento.
LO DIFÍCIL DE NO HACER NADA
Para Esteban Horlandy, mi primo y estudiante universitario, lo más difícil ha sido la convivencia. “Estoy que mato a mi hermano”, dice bromeando, pero la realidad es que no es fácil para él, para ninguno a decir verdad, estar encerrado tanto tiempo con las mismas personas. Y sin manera alguna de escapar, ni amigos para desahogarse con una cerveza, él se refugia en el estudio y la televisión.
Mis abuelos, por su parte, están dentro de la población más vulnerable ante el COVID-19 y, por lo tanto, su encierro obligatorio se extendió hasta el 30 de mayo. A pesar de su edad, ellos son personas llenas de energía, cuyas agendas solían estar repletas de reuniones con los amigos de su pueblo, con los vecinos, con los familiares. Pero la coyuntura que actualmente aqueja al mundo los ha obligado a cambiar no solo sus hábitos, sino también su manera de pensar.
“Ya no puedo salir ni a saludar”, se queja mi abuela, Fabiola Gómez, quien últimamente pasa sus días entre fiestas virtuales de cumpleaños y videoconferencias para rezar el rosario. “Me siento un poquito depresiva al estar encerrada – añade – estoy valorando más la libertad”. Sin embargo, es artista y la pintura le ha servido como escape al aburrimiento.
Ella es una mujer que le sonríe a todo, y ahora espera pacientemente que se acabe todo esto para volver a la normalidad, pero con algunos cambios. “Tengo que dedicarme más a los demás, sembrar mucho amor, mucha esperanza y estar siempre muy unida a la familia”, dice, confesando que este virus le ha hecho darse cuenta de su propia vulnerabilidad.
Mi abuelo Francisco, por otro lado, ha aprovechado el tiempo de más para dedicarse a la escritura y la reflexión. “Mi padre decía que todas las cosas tienen su valor. He hecho el intento de descubrir el lado positivo a todo lo que parece negativo, porque creo que todo lo que existe, hasta esto, tiene alguna importancia”, dice. “He notado que el mundo anda como en una desesperación, sin rumbo, sin metas fijas. No reflexiona, solo vive”, opina.
Además, con respecto a cómo la pandemia ha afectado su vida, admite que lo que más extraña es a su hija pues, aunque está orgulloso de lo que está haciendo, no pasa un día sin que piense en ella. “Todas las mañanas me levantaba a las 4:30 a.m. a atenderla porque ella es médica y tiene que salir a trabajar. Eso para mí justificaba las madrugadas”. Ahora, él sigue despertando todos los días a la misma hora, pero inmediatamente lo invade la desagradable sensación de no tener nada que hacer. “Eso realmente ha sido un vacío”, concluye.
Al escucharlo decir esto, a mi abuela la invade la nostalgia y, por mucho que lo intenta, no puede evitar dejar escapar un sollozo y un par de lágrimas. Se quita las gafas para poder secarse bien los ojos y, mientras Kira, la perrita de la casa, corre a su auxilio, ella murmura “tan bella Laurita”, respira profundo y sigue adelante.
LA REFLEXIÓN TAMBIÉN SE CONTAGIA
Ella también nos extraña a nosotros, y también se le quiebra la voz al hablar del tema. Y es que, hasta ella, la “heroína” que exaltan los medios y a quien le aplaude la gente desde sus balcones, hasta ella siente miedo cuando piensa en la pandemia. “Uno se da cuenta de lo frágiles que somos, y me embarga la necesidad de oración y reflexión frente a lo que estamos haciendo como humanidad”, dice. Para Laura, esta situación nos demuestra que debemos reorganizar nuestras prioridades como sociedad. “La prioridad es la salud, la familia, la solidaridad entre seres humanos. Probablemente todo el tema de querer viajar y tener cosas estaba equivocado”.
La verdad es que el encierro y el miedo son excelentes para impulsar el pensamiento, y la imposibilidad de hacer algo en este momento nos lleva a todos a soñar con lo que haremos mejor una vez pase la tormenta. Mi abuela va a apegarse más a la familia. Yo voy a preocuparme menos por cosas poco importantes. Mi abuelo va a hacer su mejor esfuerzo por mejorar su temperamento. Mi mamá va a hacer más ejercicio. Y para mi primo, lo básico es lavarse mejor las manos. Son propósitos, pero ya no de año nuevo, sino de fin de cuarentena.
Sin embargo, las lecciones realmente importantes serán las que aprendamos como sociedad porque, si algo nos ha demostrado este virus, es que la única forma de ayudarse uno mismo es ayudando a los demás. Además de ser más aseados, mi primo espera que todo el mundo aprenda “que tenemos que cuidarnos entre todos. No solo entre nosotros sino también con el ambiente”.
Para mi abuelo, por otro lado, esta crisis es un llamado al orden. Él piensa que “debemos darnos cuenta de que el poder es muy frágil. Un solo bicho tiene al mundo en ascuas, de manera que si no tomamos esta lección estamos perdidos”.
En definitiva, las consecuencias del nuevo coronavirus no se limitan a las de cualquier gripa. Y, lamentablemente, tampoco se detienen en más de 160 mil muertos a nivel mundial. El covid-19 también trajo consigo una reflexión forzada, como una cachetada que despierta a alguien de un sueño profundo. Nos ha demostrado lo pequeños que somos, pero también va a dar inicio a una nueva era y, como los seres humanos que vivimos esta crisis, tenemos la responsabilidad de aprovecharla.