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Ruanda, 27 años desde la masacre

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Gabriela Cabarcas Julio, Comunicación Social y Periodismo

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A sangre fría, murieron hace décadas más de 800.000 ruandeses, en medio de un conflicto étnico y geo-político, que marcó uno de los episodios más oscuros en la historia mundial contemporánea.

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Unsplash

Lo que empezó ese 7 de abril de 1994, en Ruanda, una república centroafricana de imponentes montañas, ubicada en una zona con importantes reservas de recursos minerales, que la harían blanco de alianzas internacionales, surgió el conflicto. Fue ahí donde se desencadenó, en respuesta al ataque que cobró la vida de Juvénal Habyarimana, presidente ruandés en ese entonces, el exterminio sistemático de una misma etnia, los ruandeses; quienes, años atrás, fueron clasificados entre hutus y tutsis, como una marca del colonialismo europeo, que sembró odio y resentimientos en un mismo pueblo.


El pasado 7 de abril se conmemoraron los 27 años desde que ocurrió la ola de crímenes atroces perpetrados durante 100 días en Ruanda, hecho que acabó con el 11% de la población total del Estado. Durante un acto de memoria histórica llevado a cabo ese día, Francia, uno de los países con mayores implicaciones diplomáticas y legales en el genocidio, desclasificó archivos fundamentales para entender y aceptar su responsabilidad. Estos documentos revelan entre líneas la complicidad militar, económica y política que tuvieron durante su “intervención” en Ruanda. Sin embargo, el gobierno francés sigue sin admitir la culpabilidad en los actos cometidos, luego de las pruebas que la historia ha revelado.


La huella sigue intacta, por ello, la publicación de estos documentos es una muestra de que lo sucedido en el país africano no solo fueron asesinatos materializados e incentivados por el odio del gobierno hegemónico Hutu. El problema era más profundo, debido a la imposición de intereses económicos y políticos de grandes potencias internacionales, que estaban en búsqueda de recursos y poder bajo las cuerdas. Dichas potencias incentivaron a una masacre racista, asociada con los regímenes colonizadores que sembraron el daño, y luego fueron actores pasivos del genocidio. La acción e inacción estuvieron a la orden del día.


La prueba fue muy clara, los dos países más sonados eran Francia y Estados Unidos, ambos tuvieron la capacidad de penetración e influencia en Ruanda para detener lo que estaba sucediendo. Por el contrario, financiaron y apoyaron “sin saberlo” e “indirectamente” con armamentos, a los líderes de la masacre. Así lo afirma Vicent Ducelart, presidente de la comisión de historiadores que hizo público el informe de Francés. Este utiliza como argumento el hecho de que los “rebeldes Tutsis”, eran una amenaza para los Hutus. Por ello, entrenaron y financiaron a los segundos, quienes eran aliados del país europeo. Sin embargo, el apoyo estaba más ligado a la vigencia de los intereses geopolíticos implícitos, para evitar enemistades con los africanos.


Por ello, es prudente preguntarse ¿dónde queda el sentido de humanidad? y ¿qué significa el poder cuando para conseguirlo se debe desangrar una nación? Lo cierto es que, nada de eso tuvo valor, poseer buenas relaciones en África central significaba poder explotar cómodamente recursos minerales como el coltán, uno de los más cotizados por su escasez y beneficios industriales.


Por eso, se puede decir que el exterminio no solo vino de los extremistas hutus, quienes lanzaron toda una campaña, desde La Emisora de las Mil Colinas, vocera del Gobierno, usando métodos propagandísticos de estigmatización. La “radio del odio”, se usó para acabar con el mayor porcentaje de tutsis, a quienes los Hutus llamaban “cucarachas” y “asesinos”, por el desprecio que habría sido instaurado en sus mentes años atrás, por los colonos belgas y luego fortalecido por los franceses. Se posicionó, así, al primer grupo étnico con un mayor poder político y recursos en el país. De esa manera, la división étnica fue creciendo con los años, hasta llegar a los extremos ya ilustrados.


En este punto, hierve la sangre al pensar que la manipulación de externos pudo dividir a una nación, los Hutus se tomaron el derecho de asesinar sistemáticamente a sus compatriotas, los acorralaban, llegaban casa por casa a asesinar familias; también violaron a más de 250.000 mujeres de la forma más cruel, perseguían a los tutsis por las calles; usaron machetes, armamento de contrabando, pero también aquellos que las potencias les facilitaron.


Esta fue una tragedia que se vivió desde todos los frentes, por ello, parece impensable que, hoy en día, las familias no hayan obtenido una completa reparación, o que no fuesen dignas de una simple disculpa. Al contrario, así como sucedió el pasado 7 de abril con el informe publicado, Francia, uno de los mayores culpables, evade, una vez más su complicidad en la construcción de un infierno. Indignante es leer la palabra “ceguera”, como el concepto con el que los franceses cubren la atrocidad de sus actos, alegando que Francia estuvo ciega durante la ocupación en Ruanda, que se arrepienten de no haber actuado a tiempo, mientras que los soldados vieron ante sus ojos la matanza que ocurría.


A esto se le suma el hecho de que el presidente francés en aquel año, François Mitterrand, tuviese un fuerte vínculo con el Jefe del Estado ruandés, Juvénal Habyarimana, con el propósito de establecer una cooperación militar que impulsara el desarrollo y las alianzas políticas en Ruanda. Esto, con el fin de evitar el aprovechamiento de Estados Unidos en la zona. Sin embargo, esa alianza se convirtió en el dominio y la opresión de una etnia mayoritaria, en este caso los Hutus. “Sin saberlo”, Francia, hoy se defiende diciendo que la entrega de armas, la colaboración con el sanguinario gobierno Hutu y el racismo generalizado, son parte de su responsabilidad,pero no hay culpas, cuando lo único que les interesaba era obtener riquezas a costa de los ruandeses.


Este fue un lamentable crimen de lesa humanidad. Que no se borre de los libros de historia, que se sepa que no había ley, tampoco misericordia, solo hombres y mujeres ignorantes de lo que sucedió, o tal vez muy informados pero poco interesados en salvar a más de las 800.000 víctimas. Ni la ONU fue capaz de intervenir cuando, desde Ruanda, se envió un fax, emitido por Romeo Dallaire, responsable de la misión de la ONU en el país africano, advirtiendo la matanza que se estaba planeando. Mientras, todos los estados miembros miraron hacia un lado, según datos publicados por el Diario La Razón de España. Fue hasta el 22 de junio de 1994, semanas antes del fin de la tragedia, cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas autorizó que fuerzas francesas enviasen una misión humanitaria, cuando ya no había mucho que hacer y las calles en Ruanda estaban llenas de pilas de cadáveres.


Probablemente, que Francia publicase esos documentos es un paso importante para mejorar la frágil relación con el Gobierno ruandés, y que además ayudará a entender y asumir las cargas que deja una masacre de esta magnitud. Sin embargo, muchos de los familiares de las víctimas, saben que el dolor y las pérdidas son irreparables. Aun así, la historia se sigue repitiendo en muchas naciones, las grandes potencias tienen todo que ver, al poner por delante sus intereses y olvidar la humanidad en tierras que no les pertenecen. Que las vidas que se perdieron en Ruanda no pasen por alto, que el horror del genocidio cobre a sus responsables, para que no triunfe la impunidad.

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