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Trastornos mentales, más allá de las cifras

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Sophia Martin, estudiante de Comunicación Social y Periodismo

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Para algunos no son solo momentos, son interminables guerras que los siguen a los rincones más íntimos que puede tener un ser humano.

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Foto por María Paola Sánchez Monroy, estudiante de Comunicación Audiovisual y Multimedios

Hay días en los que la vida duele, hay días en los que la vida enoja, hay otros en los que la vida aterra. Todos hemos vivido angustia, desolación, rabia o miedo; sin embargo, para algunos no son solo momentos, son interminables guerras que los siguen a los rincones más íntimos que puede tener un ser humano.


¿Qué se hace cuando a lo que más le temes es a tu propia mente? ¿Cómo se le explica al mundo que no quieres estar enfermo, que esa enfermedad no te define? ¿Quién te enseña a ti, y a los otros, a estar de la manera correcta y en el momento justo cuando los síntomas atacan? En pleno Siglo XXI parece aun no haber una respuesta, y así, quienes padecen trastornos mentales, avanzan en medio de la incertidumbre que representa vivir en un mundo post pandemia.


En octubre de 2020; la ONU informó que casi mil millones de personas en el mundo viven con un trastorno mental y cada 40 segundos alguien muere por suicidio. Lo cierto es que, más allá de la fría estadística, hay un sinfín de nombres que no deberían ser olvidados; y no, no basta con ‘normalizar’ la asistencia a consulta psicológica o psiquiátrica para revertir estos números.


“Este camino inicia alejándonos de las soluciones rápidas y comprometiéndonos con la incorporación del cuidado de la salud mental como el movilizador del desarrollo de las personas”, asegura Blanca Sánchez, máster en neurociencia aplicada al alto rendimiento y la felicidad, en el artículo “2021; ‘el reto de la salud mental’”, publicado en la Revista Forbes Colombia


La cuestión es que, si bien hemos avanzado significativamente, aun perpetuamos estereotipos clásicos – y, además, perjudiciales – en lo que a salud mental se refiere.


Permitimos que se empezara a romantizar el sufrir un trastorno mental, toleramos que aquel producto audiovisual que contaba la típica historia de amor adolescente nos metiera en las entrañas la falsa idea de que ‘el amor todo lo puede’, pero la realidad es otra.


En cuestiones de salud no se trata de cuánto amor recibimos, sino de cómo nos tratamos. ¡He aquí otro gran problema! “En los países de ingresos bajos y medianos – según el comunicado de la ONU en 2020 – más del 75% de las personas con problemas de salud mental no reciben ningún tratamiento”. Y, además, según un comunicado publicado por la OPS, durante el mismo año, “en la Región de las Américas, el gasto en los servicios de salud mental ronda entre el 0,2% y el 8,6%, mientras que el gasto promedio es del 2,0%”, una cifra extremadamente baja, teniendo en cuenta que los trastornos mentales, neurológicos y por el consumo de sustancias representan el 10% de la carga mundial de morbimortalidad y el 30% de las enfermedades no mortales.


Y, justamente, entre la difícil accesibilidad a tratamientos óptimos y la falsa creencia popular de lo que se supone es padecer un trastorno mental, se crea un nuevo problema para quienes han sido diagnosticados con ansiedad, depresión, trastorno bipolar, TOC, etc. Ya no solo deben luchar contra su condición, sino que también cargan sobre sus hombros el peso de no poder curarse mágicamente, a punta de voluntad y buenas intenciones, como lo vende la televisión.


Es por esto que hoy les digo: está bien no sentirse bien, está bien que algunos días la vida duela, está bien que algunos días la vida nos aterre por completo. Incluso, está bien si de vez en cuando nos enojamos con ella al sentirnos sin salida. Ningún proceso es lineal, hay días buenos y días malos. Hay etapas de total claridad y hay otras de total incertidumbre.


Así que es momento de dejar la culpa, ¡basta ya de sentirnos menos por no encajar en el libreto perfecto! ¡Basta ya de creer que todo aquel que sufre de un trastorno está en busca de un salvador que sea su amor eterno! No hemos venido al mundo incompletos, no estamos en busca de una media naranja ni de un príncipe – o princesa – de cuento. Vinimos al mundo a reír, a llorar, a sufrir y amar como cualquier otro. Un diagnóstico no nos define, no nos controla y, si bien puede resultar realmente aterrador, siempre podemos recurrir a nuevas alternativas.


Afortunadamente, el camino irá poniendo las personas correctas para acompañar dicho proceso: profesionales, amigos, familia y pareja. Y, aunque por momentos se sienta que todo está perdido, es importante apoyarnos en ellos para recordar que con el tratamiento correcto esto será tan solo un amargo recuerdo. No es fácil, no es para nada fácil, pero les aseguro que no es imposible. Y por si algún día sienten que la vida los arrastra en su trágica agonía les dejo este fragmento de Leila Guerriero, una de mis cronistas favoritas: “Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan sólo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo”.

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