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Una victoria llamada derrota

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Juliana Moreno

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Colombia, un país que no se cansa de esperar la victoria, pero ha sabido aprender de sus derrotas.

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El fútbol femenino aún requiere apoyo para seguir creciendo - Foto de Getty Images Signature.

Éramos muchos los que creíamos que las ‘chicas superpoderosas’ nos traerían, por fin, una copa del mundo. Sin embargo, el sueño se esfumó y con “él” la esperanza de millones de colombianos que anhelan, aún, ganar un Mundial.


Así como muchos colombianos, crecí pensando que “si no iba a ganar, pa que iba”. Desde que tengo memoria, siempre busqué ser la primera: en balé, en patinaje, en inglés y en el sinfín de cursos en los que mi mamá me inscribía. Ella, como muchos, piensa que en la exigencia está la excelencia; eso, sin duda, no ha cambiado con el tiempo.


El concepto de "perder" tiene raíces profundas en la historia y en la evolución humana.  Esta palabra corta, pero escandalosa, proviene del latín "perdere", que significa “destruir", "malgastar" o "desperdiciar", y en sus inicios se asociaba a la idea de perder algo valioso debido a una acción destructiva o negligente, nada positivo evidentemente.


Thomas Edison dijo alguna vez: "No he fracasado, solo he encontrado 10,000 formas que no funcionan". Esto es algo que no muchos entienden. En Occidente, la cultura del ganador siempre ha estado presente. La sobreestimación del éxito, el logro y la competencia han hecho que exista una arraigada presión social por superar y destacarse dentro de una mayoría.


En cambio, en muchos países orientales, la derrota es vista con humildad y desde la autocrítica constructiva. A diferencia nuestra, al otro lado del charco, el éxito es visto como una experiencia colectiva que sobrepone cualquier interés individual. Filosofías como el taoísmo, el confucianismo y el budismo han influido en la construcción de nuevas definiciones de derrota.


Y es que para tener algo, casi siempre hay que perder otra cosa: es imposible amar sin despojarnos del ego, aprender a caminar sin caernos, y adelgazar sin dejar de comer hamburguesas todos los días. Cuando nos perdemos también podemos encontrarnos.


El futbol, más que un deporte, ha sido siempre una pasión nacional, un reflejo de nuestra identidad. En la Historia, los triunfos, pero, sobre todo, los fracasos, han dado cuenta de la situación social del país. La mayoría de las veces ganar se reduce a gritos y felicitaciones, pero perder fomenta la construcción de conversaciones catalizadoras del cambio, la reflexión y el surgimiento de mejores oportunidades.


La reciente derrota contra Inglaterra puso a la selección femenina en el foco de la atención, esto ha permitido retomar discusiones determinantes respecto al precario apoyo a las deportistas. Es ampliamente conocido que, en Colombia, el futbol femenino está lleno de dificultades: la poca inversión en infraestructura, la evidente desigualdad salarial, los estereotipos de género, la poca visibilidad mediática y el precario apoyo gubernamental son una realidad.


Desde su presencia mundialista, los hombres han alcanzado solo una vez los cuartos de final, tomándoles 52 años. Las mujeres lo hicieron apenas en 12 años. Y, en ambos casos, nos siguen esperanzando y enseñando con sus respectivas caídas y triunfos.


Hay quienes justifican la derrota con estas problemáticas, pero ¿qué hubiera pasado si ganábamos el Mundial? Aunque felices, probablemente esta conversación se archivaría junto con otras, y el crédito, sin duda, estaría en manos equivocadas.  Esperemos que la cosa cambie y podamos ser campeonas, porque talento es lo que menos falta.


Aunque el desafío de mejorar las condiciones aún tiene un largo camino por delante, este experencia nos enseñó, en palabras de Catalina Usme, “que podemos, que tenemos que cambiar la mentalidad. No podemos ser pobres a la hora de soñar en grande, no podemos ser mediocres a la hora de prepararnos y no podemos escatimar en darle a esta selección lo que realmente se merece”… Ah y, claro, que sin derrotas no hay victorias.

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