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Yo soy tu amigo... infiel

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María Paula Hoyos  , Comunicación Social y Periodismo

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Toy Story 4 es esa película que triunfó en los Óscar gracias a su animación excelsa y pese a su argumento fofo.

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Toy Story 4 es un filme que, por aspectos como la fluidez y el detalle, se constituye en un verdadero portento de la animación. Este año, durante la celebración de la nonagésima segunda edición de los Premios de la Academia, Pixar, el gigante de la animación, se llevó el premio a Mejor Película Animada con la cuarta secuela de la historia de Woody y su equipo.


Tratándose de una película inscrita en una tetralogía que pasó a la historia por haber lanzado el primer largometraje animado por computadora, y que ya había obtenido la estatuilla a Mejor Película de Animación con la tercera cinta, el éxito de esta cuarta continuación se veía venir. Lo anterior, sin duda, deja entrever la constancia de un equipo de producción compuesto por cineastas como John Lasseter, que se han comprometido con la historia de juguetes desde el primer estreno hasta la actualidad.

La animación del filme es sencillamente primorosa: desde las arrugas que se forman en la indumentaria de Woody al encorvarse, pasando por el definidísimo movimiento labial de Forky al articular el nombre de Bo, la pastorcita; hasta minucias como las raeduras de la puerta blanca del armario de Bonnie, existe clara evidencia de que los realizadores de la cinta prestaron vehemente atención al detalle. El trabajo animado, además, contribuye al esclarecimiento de mensajes como el contexto espacio-temporal de la trama: elementos como el hecho de que el hilo rojo que se utilizó para remendar el brazo de Woody en la segunda película comience a notarse, o los raspones opacos que se observan cerca de las articulaciones de Buzz, dan cuenta del desgaste por uso y tiempo de los juguetes. Escenas como la última – en la cual la profundidad de campo creada realza a los protagonistas ubicándolos en un primer plano que contrasta con el blur del fondo – develan, además, una rigurosa atención a la composición.


Ahora, si bien la película presenta uno que otro ‘descache’ de animación, como el cambio físico de Andy respecto a la primera cinta; el mérito que genera la meticulosidad impresa en el grueso del trabajo de animación es razón suficiente para que el público dedique una hora y cuarenta minutos de su preciadísimo tiempo a la contemplación de esta maravilla animada.


Es necesario decir, sin embargo, que lo solemne de la animación puede verse empañado por la ligereza del argumento. Detrás de una fachada de emancipación femenina encarnada por Bo Peet - personaje que migró de la delicadeza a la tenacidad y de la falda al pantalón, en la última secuela – permea el refuerzo de estereotipos machistas a través de escenas como la de la avería del auto de los padres de Bonnie, en la cual el padre es quien toma las riendas de la reparación de las llantas, delegando a la madre la responsabilidad de hacerse cargo de la niña… Y ni hablar, ahora, del remedo de final, pues aquella serie fílmica que se catapultó a la gloria al ritmo de Yo soy tu amigo fiel terminó, en últimas, como señalan sabiamente los memes que circulan en redes: “enseñando a cambiar los amigos por una chica”.


Toy Story 4: un culto a los principios de la animación, un oprobio en contra de ciertos valores morales básicos y una producción que, lejos de constituir una simple pieza pueril, es un entramado de esfuerzos y desaciertos que bien vale la pena analizar.

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