Diana Marcela Contreras Osorio
“Aunque tú no lo creas, allá uno no se da mala vida, compa. Allá uno juega a arrancón, se lleva sus cartas y la pasa bacano”. A las 6 de la mañana Marco se dispuso a hacer el recorrido de costumbre por la zona. Se encontraban en el corregimiento de Bahía Solano, departamento de Chocó, paraíso turístico, pero en ese entonces, un infierno para sus habitantes: el frente 57 de las Farc controlaba el territorio. A 10 minutos de recorrido, pisó la mina.
“Estábamos en pleno combate cuando me pasó esto”, afirma Marco, señalando su pierna izquierda, y la prótesis. “La verdad, esa vaina ni me dolió, yo no sentí nada. Duré media hora tirado en el piso mientras me podían rescatar. Me quedó una vaina en el oído y cuando me quería levantar me di cuenta de que no tenía el pie, no vi la bota. Cuando me estaban llevando en el helicóptero mis compañeros me pegaban cachetadas para no dormirme, el enfermero dijo que si me dejaban dormir, me moría”, relata.
Con un tono casi alegre, Marco cuenta la historia del suceso que le cambió la vida hace 10 años.
Con una pantaloneta verde fosforescente y una camiseta negra deportiva, unos lentes oscuros y ese aire de familiaridad, ese que sientes cuando distingues a otro costeño en “la nevera”, me hizo entrar al “carrito” blanco que sacó hace poco con la esposa, el que usa para hacer de Uber de vez en cuando, y en el que subí sin pensarlo dos veces.
Con una contextura ejercitada, músculos un poco marcados le sobresalían por la ajustada camiseta y ese aire al jugador de fútbol colombiano Teófilo Gutiérrez, por el que a veces obtiene cervezas gratis cuando juega la Selección. Llegamos a su apartamento y al bajarnos del carro lo primero que siguió mi mirada fue la pierna ortopédica. No le incomodó mi curiosidad y simplemente sacó las llaves para abrir la puerta de entrada. Subimos unas escaleritas angostas hasta un tercer piso, y lo hizo casi corriendo, no teniendo en cuenta la prótesis, él simplemente actuó como si tuviera las dos piernas completas, de una forma muy natural.
“Me trasladaron a Medellín y de una me metieron a cirugía”, dice Marco, refiriéndose al terrible hecho. “Me tuvieron que hacer varios cortes en la pierna porque la infección aún seguía. Yo pensé que solo era el pie, pero me asusté cuando me di cuenta de que me tenían que seguir cortando hasta que no quedara nada de la infección. Luego el médico me dijo que ya estaba todo controlado, que no me harían más cortes”, detalla.
Su ojo derecho también se vio afectado por la explosión, y a pesar de haberle practicado varias cirugías plásticas, no lo recuperó al cien por ciento. No perdió la visión, pero él afirma que ve un poco borroso. Tiene el reflejo del incidente en el rostro, no solo en su prótesis. A primera vista podría parecer que tiene una conjuntivitis grave por el ojo rojo, luego te acercas un poco y te percatas de las cicatrices.
“Cuando terminé el colegio, no tenía para estudiar. La vaina estaba maluca y empecé a trabajar en el mercado de Bazurto, allá en Cartagena, con unos amigos cachacos que tenían un negocio de ropa. Después, otro amigo me propuso prestar el servicio militar y me convenció”, relata.
Nunca faltaron los problemas, como en toda familia. El papá de Marco se fue de la casa cuando él tenía tres años, y a esa edad no entendía lo que pasaba. Nunca dejó de visitarlos, y aunque podía desaparecer dos o tres años seguidos, siempre volvía a ver a sus hijos. Marcos Sánchez, el papá de Marco, se fue a vivir a la capital y allí trabajaba como conductor de mula, y a veces pedía viajes a Cartagena para aprovechar la oportunidad de ver a su familia.
Las tres comidas del día se convertían en una. Los problemas financieros se sentían más que otros. La mamá siempre trabajó duro para sacar a sus hijos adelante.
El servicio militar no había terminado, pero a Marco le gustaba esa vida, el armamento, el entrenamiento, la madrugada, el esfuerzo físico, fue algo que le llamó mucho la atención, por lo que decidió continuar y presentarse para profesional luego de 18 meses de alistamiento.
“En ese tiempo, apenas comencé, me ganaba 600 mil pesos, luego me fueron aumentando el salario. Yo iba guardando la plata y cuando me iba para Cartagena en los días de permiso me tiraba la plata allá en la casa. Yo gastaba todo eso con mi mamá, en comida, trago y mujeres”, detalla.
“Eso es para el que guste esa vaina”, dice en sus propias palabras. Cuando estaban en los campamentos se iban a los pueblos cercanos y allá chicaneaban, buscaban mujeres para divertirse. “Era bacano eso”, dice.
“A primera vista no me gustó”, dice Ángela, esposa de Marco. “Luego hablamos y me llamó mucho la atención, sentí admiración, y yo creo que lo más importante para estar en pareja en sentir admiración por el otro. Es una persona muy proactiva, no se achicopala por nada”, resalta la mujer.
“Todo fue risa pa’ aquí y risa pa’ allá cuando nos conocimos”, dice Marco refiriéndose a su esposa. “Yo la conocí en el desfile de la celebración del 20 de Julio de 2017, me gustó mucho su forma de ser, su físico, y aquí estamos, nos casamos en febrero. Tenemos discusiones como todo matrimonio, pero siempre sabemos superar todo, siempre llegamos al diálogo”, agrega.
A Marco le enamoró el físico de Ángela, así es como le gustan, afirma, “gorditas y todo terreno”. Ángela es teniente de la Armada Nacional y al mismo tiempo psicóloga, y lo que se podría pensar de una mujer que trabaja con armas es que es un poco ruda y con el status “subidito”, y aunque es un poco ruda, la humildad es lo que la caracteriza. La contextura gruesa y las gafas con marco negro, reflejan esa “bravura” que lleva dentro. Sin embargo, también se le nota ese particular sentido del humor que usa con su esposo. Una caleña con un pensamiento y carácter un poco rígido respecto a lo que piensa y quiere, un poco “militar”.
“Yo he madurado mucho gracias a ella. Ya dejé todo eso de estar con una y con la otra, ahora pienso también en tener una familia más adelante. Yo era muy reacio a tener una pareja estable, le corría a eso”, reconoció Marco.
El antes y después que se fijó en la vida de su pareja fue darse cuenta de que por el resto de su vida tendría que vivir sin parte de su pierna. A pesar de ello, afirma que nunca le ha hecho falta y ha aprendido muchas cosas a raíz de ese suceso.
“Recuerdo una vez que fui con Ángela al Parque del café y no me dejaban subir a ciertas atracciones. A mí me gusta estar en pantalonetas, con ropa relajada, y como me vieron la prótesis me dijeron que el parque no permitía que subiera a una atracción en la que quería subir, por cuestiones de seguridad, era como una montaña rusa, no estoy seguro. Me hicieron sentir como un discapacitado”, relata.
“Nos tocó volver al hotel donde nos estábamos quedando y me puse un jean y una gorra, para que no me reconocieran, y volvimos al parque, así fue como logré subir a todas las atracciones. Yo no me siento discapacitado, en ese momento quería que me trataran como a una persona común y corriente”, agrega Marco.
A él no le gusta que lo miren con lástima y las veces que se sube a Transmilenio, el servicio de transporte público de Bogotá, no se sienta en las sillas azules (para discapacitados o personas mayores), prefiere que una persona adulta tome ese lugar, pues afirma que él no la necesita, que está en condiciones de permanecer de pie como los demás.
La palabra que menos le gusta a Marco es precisamente esa: discapacidad. Ha llevado su vida como un guerrero y así quiere seguir hasta el final de sus días.
En 2017, incursionó en el deporte, específicamente en pesas. Un amigo suyo, campeón paralímpico en pesas, lo incentivó para que también entrara en ese asunto, en la categoría de paralímpicos. En el 2012 fue cuando ese amigo le sugirió la idea del deporte. Sin embargo, no le hizo caso y Marco siguió la vida del trago y de las mujeres hasta que en el mismo desfile, donde conoció a su esposa, se encontró con su amigo nuevamente y le recordó que todavía podía entrarle al tema. Y le entró.
Siempre le ha gustado el entrenamiento físico y el mantenerse saludable. Fue por esa razón que también dejó el trago, ya no podía tener esa vida. Aunque no lleva mucho tiempo en esta disciplina ya ha ganado una medalla de bronce en la categoría nacional, y él dice que irá por más, que apenas está comenzando. Acostado sobre una superficie plana, los discos con el peso indicado para su categoría y un entusiasmo abrasador, Marco se dispone a alzar varios kilos. El deporte le ayuda también a superarse, es parte de su motivación en la vida.
Por otro lado, la palabra felicidad es su favorita, es lo que lo caracteriza. Y es precisamente lo que Marco evoca, felicidad, pasión por la vida, ganas de seguir adelante y de superarse.
“He sido feliz con todo lo que tengo. Yo no cambiaría nada, aunque lo que siempre quise fue ser futbolista. He aprendido de todo, a pesar de los problemas. Puedo decir que he gozado bastante y he hecho lo que he querido”, concluye.