Marcela Novoa Ramírez
“Recibo el balón en la mitad del campo y sale a marcarme Joao Batista, uno de los mejores jugadores de Brasil, le hago un sombrero, bajo de nuevo el balón y al defensa que viene le hago un túnel de taquito, pateo hacia el palo derecho del arco y hago gol”. Esa es la anécdota que cuenta Jhon recordando su mejor momento en el fútbol, cuando competía para un equipo brasileño en el 2017.
Acordamos encontrarnos en el Parque Nacional, donde entrena sin falta los miércoles y viernes de cada semana. No sabía realmente en qué consistía aquel deporte y la curiosidad que me generaba ver a Jhon y a sus compañeros jugando era enorme. Llegué más temprano de lo pactado y tiempo después llegó él tomado del hombro de otro joven. Cuando lo saludé
no fue necesario presentarme, habíamos hablado un par de veces por teléfono y recordaba perfectamente mi voz. De inmediato me llamó por mi nombre y extendió su mano con un poco de timidez para saludarme.
—Perdona la demora, el tráfico estaba pesado —dijo con una sonrisa sutil.
Moverse de Ciudad Bolívar al nororiente de la ciudad claramente no es tarea fácil para nadie, por lo que comprendía su retraso. Ese día Jhon llegó al parque en compañía de su sobrino, algo poco habitual, pues la mayor parte del tiempo se mueve solo por la ciudad.
Allí, junto a la cancha que lo ha visto evolucionar, inició nuestra conversación. Su sueño de ser futbolista empezó siendo tan solo un niño. Tenía 6 años cuando le obsequiaron lo que él describe como el mejor regalo que ha recibido hasta ahora, un balón de fútbol. Desde entonces, empezó a practicar fuertemente, quería seguir el ejemplo de sus dos hermanos, uno de ellos arquero y el otro delantero;se destacaba entre sus compañeros
y se esforzaba al máximo para cumplir ese sueño de ser el mejor jugador del mundo.
Para cualquier persona puede ser algo difícil, incluso insuperable, perder la visión. Sin embargo, para Jhon las cosas fueron diferentes.
“Jugaba fútbol 11, salté a cabecear el balón y mi compañero igual, chocamos tan fuerte nuestras cabezas que los dos quedamos inconscientes y nos tuvieron que llevar al hospital”, dice
Tenía 9 años cuando esto ocurrió y, a pesar del fuerte choque, su tiempo en el hospital no fue extenso. Tras una revisión, el médico les dijo a él y a su familia que no había ninguna complicación, entonces se fueron a casa. Pasó un día y Jhon empezó a sentir una fuerte molestia en sus ojos, el impacto que recibió en aquel salto fue tan fuerte que terminó afectando para siempre su visión.
“Empecé a ver muy borroso y me ardían mucho los ojos, mi madre me llevó al médico y entonces nos dijeron que tenía desprendimiento de retina”, recuerda con incomodidad.
Jhon no creyó que esto fuera razón para dejar de hacer lo que tanto amaba. Estuvo un mes lejos de las canchas, el de la recuperación, y pronto volvió a jugar, sabiendo que ya no lo podría hacer como había querido siempre, profesionalmente.
Durante nuestra conversación, me repetía una y otra vez que el apoyo de su familia fue lo más importante en aquel entonces, que sin sus hermanas y su madre no habría afrontado igual lo que ocurrió. No le gustaban los tatuajes, pero lleva tatuado el nombre de su mamá y la fecha de su nacimiento en el brazo derecho, pues asegura que el amor que siente por ella merece todo. Para su familia, él es la mayor razón de orgullo, es así como se refieren
sus hermanas al hablar de él y de todo lo que ha logrado.
El fútbol para ciegos, a diferencia del fútbol convencional, se juega en una cancha sintética que permite que el balón, el cual tiene 6 cámaras de sonido incorporadas, suene al impactar con el piso y los deportistas puedan ubicarlo. Los jugadores deben gritar la palabra ‘voy’ para alertar a quienes estén cerca y evitar choques y todos los competidores, exceptuando
a los arqueros, son personas con discapacidad visual.
Por todo lo demás, este deporte es igual o más apasionante que el fútbol que todos conocemos. Dejar el fútbol no fue la reacción que tuvo Jhon tras el accidente, pero por supuesto hubo alguna:
“Estaba muy pequeño cuando quedé ciego y por eso no fue tan difícil afrontarlo. Mi única reacción fue no querer estudiar más”, dice.
La mayoría de nosotros afrontamos muchos cambios en nuestra adolescencia y a Jhon hablar de esta etapa le afecta un poco. Fue entre los 14 y los 16 años cuando emocionalmente sintió el impacto de haber quedado ciego y asegura que para ese entonces no tenía ninguna motivación en su vida.
“A esa edad ya era más consciente de las cosas y, como todos, entré en una etapa de rebeldía, no quería hacer nada con mi vida y me afectaba el hecho de saber que nunca podría jugar fútbol en césped porque el balón no sonaba”, cuenta.
La motivación y el apoyo de su familia y de aquellos que tanto lo querían fueron lo que lo llevaron a conocer el fútbol que ahora practica. Fue mediante un conocido de sus hermanas que llegó a las canchas donde entrenaba el equipo del que hace parte desde hace 4 años.
Juan Carlos Castañeda, director de la Selección Cundinamarca de Fútbol 5 para ciegos, fue quien recibió a Jhon en el equipo. Cariñosamente lo llama Jhoncito y destaca de él su disciplina y constancia con el deporte. Ha sido testigo de su crecimiento como deportista y de cada uno de sus logros como persona.
“Cuando él llegó al grupo aún no había terminado su bachillerato, pero con la motivación de todossus compañeros y su familia lo está haciendo, incluso está pensando en qué carrera universitaria quiere realizar”, cuenta Juan Carlos con orgullo.
Aquel día estaba maravillada con la destreza de cada uno de los jugadores, nunca había visto un partido de fútbol sonoro y no podía explicarme cómo un deporte tan maravilloso y el talento de todos estos deportistas eran poco conocidos. Jhon tiene un sentido de ubicación muy bueno y realmente parece que sus pies conocen a la perfección la cancha. Es ágil, rápido y muy fuerte, no por nada se llevó el título de mejor jugador en la copa América de
Chile 2017, el de mejor jugador extranjero, que ganó compitiendo para un equipo brasileño en el mismo año, y ahora, el del mejor del mundo, que se trajo con todo el mérito del mundial de España 2018.
Jhon es uno de los jugadores más jóvenes del equipo y entre sus compañeros resalta la relación que tiene con Sebastián Zárate, a quien conoce desde que empezó a practicar este deporte.
“Su gran amor es el fútbol, no hay duda, todo el tiempo habla de él. Es una gran persona y un excelente amigo”, menciona Sebastián con una sonrisa.
Con 21 años, los sueños de Jhon Eider González no son los mismos, si bien ha logrado ser el mejor jugador del mundo y, de una u otra manera, cumplir ese sueño de ser un excelente futbolista, reconoce que desafortunadamente el fútbol para ciegos no es un deporte del que pueda vivir, ya que no es reconocido ni bien remunerado. Entre sus metas está terminar
el bachillerato y ser periodista, pues le gustaría entrevistar a las grandes estrellas del deporte. Por otro lado, sueña con comprarle la casa a su mamá, quien ha sido su apoyo incondicional y su razón de ser. Se mantiene sujeto en su fe en Dios y asegura que gracias a él ha podido llegar hasta donde está y que solo él sabe por qué las cosas han pasado así.
Ahora se está preparando para los juegos Parapanamericanos de Lima 2019 y los juegos Paralímpicos de Tokio 2020, donde, seguramente, seguirá dejando en alto el nombre del país y demostrando que, como él mismo lo dice, ser ciego no es una limitación para absolutamente nada.