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Cosechas de superación: Una granja nacida en el corazón de una mujer.

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Diana Marcela Contreras Osorio.

"La crisis alimentaria solo será superada si capacitamos e informamos a nuestros niños y jóvenes fomentando la armonía con el entorno natural": Rosa Poveda.

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Diana Marcela Contreras Osorio.

A sus 6 años Rosa Poveda, la sexta hija de 11 hermanos, fue robada por dos mujeres que estaban de paso en el pueblo. Su madre, al ser muy hospitalaria dejó que aquellas mujeres se quedaran en su casa por varios días, pero lo que no sabía era que aquellas señoras traficaban de niñas y jóvenes.

Al llegar a la capital del país, y después de atravesar ríos y montañas, a aquellas mujeres se les cayó el negocio, pues según cuenta Rosa, ya ella estaba vendida. Rosa se volvió un encarte para las mujeres, así que la entregaron a una señora que le dio todo lo que cualquier niña a esa edad podría querer: estudio, ropa, vivienda y lujos. Así sobrevivió Rosita por muchos años, y no fue hasta los diecisiete que decidió dejar de estudiar, pues le parecía que aquella forma de educación no le permitía ser quien ella quería. Ella no quería ser una más del montón, quería hacer un cambio.

La vida de Rosita tomó un giro completamente diferente al ser raptada de su hogar, aunque, para su madre, ella simplemente se escapó con aquellas mujeres. Mientras le hace huequitos a una taza de plástico con un objeto puntiagudo y caliente, —es para sembrar plantas, afirma—Rosita cuenta que a eso de la una de la mañana, aquellas mujeres entraron a su habitación y la obligaron a irse, pues le pusieron un cuchillo “muy grande” en el cuello, “como de este tamaño—señala Rosita, mostrando su brazo y señalando con el dedo—.

Cuando se vio amenazada, casi de forma inmediata, revivió en su mente una escena que la marcó de por vida: una mañana, cuando apenas tenía 5 años, en la vereda de San Cristóbal, en un pueblecito boyancense, ocurrió un hecho terrible. Le habían quitado la cabeza a una mujer, madre de una amiga de Rosita. La vio tirada en el piso de su casa, con la cabeza separada del cuerpo en un enorme charco de sangre. Ella no podía concebir que aquella mujer no pudiera tener la cabeza pegada al cuerpo, “no podía ver, no podía caminar”, decía. —“Yo quería ponerle la cabeza a esa señora”.

Por eso fue tan fácil convencerme. —agrega Rosita— Yo tenía en mi mente todavía aquella escena, y cuando aquellas señoras me dijeron que me iban a quitar mi cabeza, no pude negarme a irme con ellas.

Rosa es una mujer de estatura pequeña, de al menos un metro cincuenta, contextura ancha, con los dientes un tanto torcidos y cejas poco pobladas. Con su peculiar aspecto sin peinar y un aire de relajada, habla con cierta crítica a esta sociedad corrupta y poco preocupada por el tema agrícola y ambiental. Su cabello rebelde está atado con una coleta, pero con aspecto de no estar bien sujetado. Todo a su alrededor podría ser considerado un reflejo de pobreza y miseria; el piso sin terminar, apenas la tierra comprimida, las paredes con los ladrillos sin cubrir y un montón de platos y ollas al aire libre. Pero, Rosita no es pobre, nunca le falta nada, y menos, el alimento en su mesa.

Rosita es muy religiosa, y afirma que Dios es el centro de su vida y su razón de ser. Una revelación llegó a su vida, afirma que Dios le mostró aquel terreno donde ha vivido por 17 años y donde mantiene viva su Granja Agroecológica. Es una mujer luchadora, y así como el nombre del barrio donde habita, La Perseverancia, en el centro-oriente de Bogotá, mantiene esas ganas de seguir dando lo mejor de sí y de mostrar al mundo que se puede dar algo mejor y aportar buenas conductas a esta sociedad.

La Granja se encuentra cerca a la Vía Circunvalar, en la carrera primera con calle 32, y al entrar hay que pasar por un gran portón de hierro, que se encuentra en medio de un muro que lleva inscrito el nombre de la granja. Al entrar el recibimiento es hecho por un perro criollo, al que llaman Caramelo. Al lado derecho de la entrada se encuentra lo que se podría llamar una cocina y un comedor, pero en realidad hay tres mesas largas con bancas de madera, un sofá a un costado y varias sillas al otro. Siguiendo por un caminito hecho con tablas de madera, se hace el recorrido por la Granja, a los costados solo hay plantas sembradas en botellas, latas y otros materiales reciclados. —Nada es basura—afirma Rosita. Hay que caminar con cuidado de no caerse, pues, aunque todo allí es muy firme, uno pensaría que se le podría ir el pie por alguna ranura del piso de tablas.

Casas hechas de madera y materiales reciclables, tres en total en todo el terreno, que tiene unos 1800 metros cuadrados. Huertos, viveros y gallineros; Rosita vive rodeada de plantaciones que ella misma cosecha para su autoconsumo y el de su familia. Encima de donde se ubica la cocina está una de las tres casas, que es donde duerme Rosita con su hija Rubí y 6 venezolanos que están allí de paso. En la casa del fondo, duerme Ricardo, un caleño que llegó hace unos meses a la capital y que ayuda a Rosita a mantener la Granja lo más ordenada y limpia posible. Él nunca está sin hacer nada, —agrega Rosita, refiriéndose a Ricardo—siempre está barriendo todo, por todos lados, le gusta ver todo limpio.

“Acá estoy de paso”, afirma Ricardo. El estar aquí me hace sentir tranquilo, pues hago lo que me gusta. A Rosa le ha faltado una buena mano con la granja, por eso estoy aquí, para ayudarla ordenando y limpiando todo. Se siente bien tener ese conocimiento de la granja, de la siembra y de la agricultura, pero no solo eso, sino también impartirlo a otros.

Todas las personas que viven en la granja, y que están de paso, deben trabajar allí o simplemente pagar el día, por el que Rosita cobra cinco mil pesos. Lo ideal es que las personas lleven comida, colaboren en lo que puedan y ayuden en los quehaceres de la granja, así como Ricardo. “Él se gana el vivir aquí”, dice Rosita—pues él trabaja todos los días. También está Andrés, otro joven que ayuda en la Granja hace tres meses y quien afirma que el mayor impacto que genera el manejo de la granja es que se puede cosechar su propio alimento y no pagar a otros por ello, teniendo todo lo necesario en un solo lugar.

En la Granja hay más de 40 tipos de frijoles, plantaciones de fresa, tomate de árbol, curuba, uchuva, mora, calabaza, marihuana, tomillo, lechuga, variedad de flores y de plantas medicinales. Hay también un gallinero con alrededor de 12 gallinas que ella misma alimenta y mantiene siempre, y de las que se vale para sacar sus huevos o hacer sancochos. Rosa, además, practica la apicultura para polinizar su gran variedad de flores y tiene varios panales destinados a ello. Asimismo, la granja cuenta con un nacimiento de agua natural, con una profundidad de 1 metro 60 centímetros aproximadamente, y del cual sacan el agua para sus necesidades básicas y el abastecimiento de todo el lugar.

Rosa utiliza muchos residuos orgánicos para la producción de la granja, para el abono y la siembra. Uno de ellos es la humanaza, que sale de los residuos fecales, y puede tardar un año en sacarla. Para ello, adecuó el único baño que tiene la granja. No utiliza agua, es un baño seco, simplemente se le echa un poco de tierra, y los desechos se van debajo del piso, el que está hecho también con tablas de madera y algunas ranuras visibles. Todo eso se procesa y, al año, ya está listo para ser usado como abono para la siembra.

Doña Rosa, como también se le conoce, adquirió el lote por un comodato, que es un contrato por el cual recibió el lugar como un préstamo, de forma gratuita, pero con la obligatoriedad de no destruirlo. Es decir, que todos los cambios y mejoras que Rosita ha realizado al lugar deben quedarse allí. Sin embargo, ella está llevando a cabo todos los trámites para que las escrituras estén a su nombre y pueda ser propietaria directa del terreno.

Un basurero, eso cubría los 1800 metros cuadrados de toda el área, donde los habitantes del barrio tiraban toda clase de residuos, como baños, ladrillos, madera, aguas negras, baterías, plásticos, residuos domésticos, entre otros. Poco a poco, Rosita, con ayuda de 3 de sus 5 hijos, fue acomodando el lugar y convirtiéndolo en lo que hoy es. Además, se valió de algunos animales como los conejos, pollos y patos para crear huecos y así remover la basura más rápido.

“No fue nada fácil. Al principio solo tenía un metro o dos metros de tierra disponible para sembrar mis semillas, pero ahí sembraba el cilantro, la lechuga, el frijol, en fin”. Las primeras semillas que sembró fueron un legado de su abuela y, hoy en día conserva algunas de ellas. Con el tiempo, fue adecuando todo el lugar para seguir cosechando, hasta que ya no quedó más basura.

Doña Rosa comenzó un proceso agroecológico con la producción de orgánicos, uso de semillas nativas que luego se convirtió en un espacio de encuentro y minga, donde hoy en día se enseña y comparte saberes en torno a la agroecología, a partir del trabajo comunitario o mingas, en las cuales participan muchas personas, entre ellas niños y jóvenes del barrio, jóvenes estudiantes y campesinos.

El interés de Rosita siempre ha estado en que los más pequeños sean quienes reciban los intercambios de conocimiento y las prácticas que pueden hacerse en la granja y que así lo puedan difundir en sus propias casas y/o entornos. En esta escuela agroecológica enseña producción de plántulas y semillas, construcción en guadua y materiales diferentes al concreto, elaboración de abonos naturales, lombricultura y cría de especies menores.

Además del tema agroecológico, Rosita enseña el uso de los materiales reciclables, a crear objetos con tapitas, con botellas plásticas, latas, alambres, y muchos materiales que otras personas desechan, pero que ella los encuentra útiles todavía. Enseña a fabricar bolsos, canastos, estuches, cajitas, manteles con lana y bordados, muchas veces hechos con sacos y ropa vieja.

La Granja ha tenido y sigue manteniendo un gran impacto a nivel internacional, pues en países como Suiza, Francia, Alemania y Brasil ha logrado la creación de otras sedes de la Escuela Agroindustrial, pero en el tema principal de la siembra y la cosecha. En Francia, por ejemplo, crearon un centro llamado Semillas de Rosita. Ella ha llevado semillas de aquí de Colombia a muchos países, y aunque es un tema ilegal, para ella es gratificante que en otros lugares se lleven a cabo estas prácticas agrarias gracias a su labor y ejemplo.

Moniquirá, Boyacá, se debería sentir orgullosa de parir a una mujer como Rosa Poveda, que, aunque raptada de su nicho y de su núcleo familiar, siempre llevará en su corazón a su municipio, a su vereda de San Cristóbal.

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