Luisa Fernanda Moreno Rodríguez
En 1996, en Nueva York, un colombiano de 34 años corría por las calles de esa ciudad en persecución de un criminal; el pillo medía casi 1,85 metros y su persecutor era 20 cm más pequeño. Todo comenzó cuando aquel colombiano, junto con un amigo, intentaba encontrar los patines de moda para sus hijas. De repente, le arrebataron el preciado regalo. El culpable fue Willie Green, criminal estadounidense con un extenso prontuario delictivo.
El seguimiento se dio en 10 cuadras de la Gran Manzana y terminó cuando ese valeroso colombiano lo alcanzó, y en una maniobra rápida estiró su pie para hacerlo tropezar. Esa heroica hazaña se convertiría para ese hombre en uno de los momentos más valiosos en su vida, pues fue nombrado policía honorario de la ciudad de Nueva York.
Alberto Guevara Díaz tiene 57 años, cuerpo fornido, ojos rasgados, tez blanca, cabeza calva, de lo que bromea constantemente. Se encuentra disfrutando de la vida. Es coronel de la reserva activa de la Policía Nacional, institución a la cual perteneció durante 30 años y de la que está pensionado desde hace 12.
El coronel Guevara sigue viendo a su padre, aún después de su muerte, como su héroe y ejemplo a seguir. Su papá les dejó a él y a sus cuatro hermanos, como legado familiar, el amor por el universo de las motos Harley Davidson (H-D) y por la Policía Nacional.
“La Policía Nacional de Colombia es una de las mejores instituciones del país; mi papá desde muy joven ingresó y yo seguí los pasos […] Es hereditario el ser policía, se lleva en la sangre”, cuenta Guevara con orgullo y una sonrisa amplia. “Fui el segundo en mi promoción, además me gradué como abogado, administrador policial y administrador de empresas”.
Y aunque su corazón se le hinche de alegría cada vez que habla de su Policía, no puede evitar entristecerse cuando recuerda a sus compañeros abatidos en operativos y procedimientos. Para él, uno de los momentos más dolorosos fue el día en el que se encontraba en un enfrentamiento armado con el grupo M-19 y su tripulante (guardaespaldas), el agente Obdulio Vargas Peña, no sobrevivió al combate.
“Estábamos recibiendo ataques con armas de grueso calibre y explosivos. Mi compañero fue herido y lamentablemente murió ante mis ojos. Tenía impotencia de no poder salvar a mi policía. Fue algo que jamás se borrará de mi mente”, subraya el coronel Guevara.
Desde que tenía 9 años y su padre, con paciencia, le enseñó a dominar la H-D, la cultura harlista se quedó en la vida de Guevara. Se reúne cada jueves en el barrio 7 de Agosto, de Bogotá, para salir con su parche de amigos harlistas en una rodadita.
Él pertenece a la asociación colombiana de esa comunidad. Su casa es como un museo de piezas en honor al harlismo; pequeñas esculturas de motos, libros, un cuarto con solo cuadros familiares en rodadas y hasta un teléfono en forma de una Harley Davidson.
Isami Rodríguez, amigo desde hace 20 años, describe a Alberto como todo un personaje, cuenta que es un excelente amigo y ser humano. Entre risas, Isami recuerda una de las anécdotas que vivió con el Coro, como lo llaman sus amigos con cariño. “Una vez íbamos con él y paré porque mi moto se apagó. Guevara pasó y me dijo: Chao. Yo me quedé en la motocicleta y como a los 20 minutos llegó con un ‘sixpack’ de cerveza y me dijo: ‘Bueno la varada va a ser larga, ya quedémonos acá’”.
Guevara camina por su oficina, adornada con menciones de honor y condecoraciones ubicadas a lo largo y ancho de una de las paredes. Se acerca a un cuadro y posa sus dedos sobre un vidrio rectangular, que protege una ilustración: una resonancia magnética de su cerebro.
– ¿Por qué es importante para usted esa imagen? – Le pregunté.
– Yo me encontraba ya pensionado. Un día me movilizaba en una de mis motos y lamentablemente una persona muy imprudente se pasó el semáforo en rojo y me chocó. Sufrí un golpe en la cabeza, trauma de tórax, 3 costillas rotas y fisura en la clavícula. Duré dos noches en cuidados intensivos, pero gracias a Dios superé eso. Lo curioso fue que, en un TAC que me hicieron en la cabeza, se vio claramente la Virgen del Carmen, la cruz y el Sagrado Corazón de Jesús. Esa imagen es del TAC.
El coronel es instructor nacional e internacional de motociclismo y experto en manejo de armas. Se mantiene activo: da charlas, viaja, monta bicicleta, sale a trotar y se echa una que otra partidita de tejo. Su vida está rodeada de grandes logros y éxitos, pero, como todos, tuvo que pasar por momentos duros. Para él, el más difícil fue el periodo que tuvo que pasar con su esposa en la cárcel.
Todo empezó cuando Guevara y su familia se preparaban para recibir una noticia que daban por hecho. Esperaban con ansias el momento en que se hiciera oficial el ascenso a general. Se fueron a un viaje a Chile y cuando regresaron se enfrentaron con una realidad distinta. Guevara no fue ascendido. Eso para el coronel fue un golpe duro.
“Yo quería que mi esposo no sufriera”, relata Diana Vaca, exesposa de Alberto. “Una hermana nos ofreció otra expectativa de vida, es decir, nos mostró la posibilidad de irnos a otro país. Nunca trabajé y por eso quise hacer parte de eso. Le creí a mi hermana y terminó siendo una estafa que hizo una señora junto con ella. Desafortunadamente, eso recayó sobre nosotros. Se aprovecharon de que mi esposo era una figura pública, e hicieron creer que él y yo habíamos participado de eso”.
Alberto pasó cinco días en la cárcel, mientras que su esposa pasó siete meses. Fueron acusados de ofrecer visas a Canadá en condiciones especiales de asilo con posibilidad de vivienda y trabajo, cargos que se plasmaron en el boletín 128 publicado en 2009 por la Procuraduría General de la Nación.
Luego de casi 9 años en el proceso todo se solucionó a favor de la familia Guevara Vaca. Las casi 80 horas de grabaciones que Diana recolectó y la confesión del verdadero culpable le pusieron final a ese capítulo. Alberto rescata que gracias a ese proceso se le presentaron cosas muy bonitas. “Ahí vi quiénes realmente eran mis amigos. Continuaron conmigo el 95 % de ellos”.
El ‘coro’ se pasea por Colombia en su Harley Davidson, modelo 2009, que pesa 320 kilos y alcanza una velocidad máxima de 240 km/h. Le encanta rodar y aún más compartir esa pasión con sus hijas. Valentina Guevara Vaca, hija menor, expresa: “Mi papá, por su formación policial, está acostumbrado a que estén subordinados a él y a veces nos trata así, pero él es mi amigo, mi confidente y siempre ha dejado que nos expresemos con libertad”.
Por años, Alberto ha combinado su vida estricta en la institución policial con una vida más relajada en las motos. Cuando se le pregunta cuál de las dos elegiría, con tono seguro responde: “Elegiría la Policía. El harlismo es mi hobbie, la Policía es mi profesión, mi carrera. Si volviera a nacer, volvería a ser policía”.