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El piloto del C-130 Hércules FAC 1005

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Luisa Fernanda Moreno Rodríguez

El coronel de la Fuerza Aérea Colombiana, Guillermo Navia, fue escogido como superior al mando de la tripulación colombiana que aterrizó en la Antártida.

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Getty

Su teléfono sonó. La voz del general comandante de la Fuerza Aérea Colombiana Guillermo León León le anunciaba la noticia. Esa noche, el coronel Ramírez Navia no pudo dormir de la emoción. Sólo habían pasado tres meses desde que fue solo como observador a la Antártida, gracias a la Fuerza Aérea Chilena.

En horas de la mañana Guillermo y la tripulación, que constaba de 13 Oficiales y Suboficiales de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), se encontraban en el Comando Aéreo de Transporte Militar (CATAM), para dar inicio a lo que sería la travesía que marcó su carrera como piloto militar colombiano.

La FAC se enfrentaba a un gran reto. No cualquiera podía tomar las riendas de una misión tan importante como lo era la Campaña Antártida. Para la selección, los postulados, entre los cuales se encontraba el coronel, tuvieron que pasar por una serie de entrenamientos previos impuestos por la Fuerza Aérea Chilena para que la tripulación escogida estuviera en la capacidad de hacer un vuelo autónomo.

“Cumplir los requisitos principales, ser un gran humano y profesional, el liderazgo y compromiso hicieron que depositara mi confianza en el coronel Ramírez Navia”, dijo el comandante de la Fuerza Aérea. “Sin duda tomé la mejor decisión”.
Este huilense de 44 años, quien desde enero de 2019 trabaja como piloto comercial en Regional Express Americas de Avianca Holdings en Colombia, desde muy niño había sentido atracción por la vida militar, en especial por las armas y los aviones. Gracias a los consejos de un tío que trabajaba en la Policía Nacional, llevó a Guillermo a decidirse por lo que fue su carrera en la Fuerza Aérea Colombiana desde los 17 años.

Con una trayectoria excelente, el piloto cumplió una a una las tareas asignadas pasando por diferentes cargos especiales y teniendo la oportunidad de volar aviones como el T41, Mentor T34, T27 Super Tucano, OV10, Mirage M5 y por último el avión que lo llevó a cumplir la misión: C130 Hércules.

Pese a su nerviosismo y sus movimientos pausados, el coronel transmitió en su tono de voz la emoción y el orgullo que vivió durante su experiencia. Su overol verde, con los parches de la bandera colombiana y el escudo insignia de la misión, adherido a su cuerpo alto y delgado, reflejaba el amor que tenía por servir a la patria: comprometido y dispuesto a cumplir en su labor.

En su cara, ovalada, se notó la euforia. A la vez sus ojos almendrados brillaban y sus manos grandes de tez trigueña estuvieron inquietas. La ceremonia de despedida había iniciado; el coronel recibiendo la bandera de Colombia sabía la responsabilidad que cargaría y que de él dependería el éxito de la misión. Dentro de la aeronave, C-130 Hércules FAC 1005, se realizó el respectivo ‘briefing’ o recuento para verificar que todo estuviera en orden.

Sentado en el lugar del piloto, Guillermo, con cautela, empezó a hacer el chequeo de controles junto con el copiloto, el teniente coronel Julián Marín Sinisterra, con el cual tenía constante comunicación. La misión tenía una duración de 12 días en total, del 29 de enero al 10 de febrero de 2015, comenzando en la ciudad de Bogotá donde partirían hacia el primer destino: Antofagasta, Chile, con un vuelo de aproximadamente seis horas. Allí se quedarían una noche para tanquear y descansar.

– Fuerza Aérea 1005, en posición, listos para el despegue, dijo el piloto.

-FAC 1005, autorizado para despegar, viento en calma, afirmó la torre de control del aeropuerto el Dorado de Bogotá.

Y en la carrera de despegue, con sus cuatro poderosos motores T56 impulsando al majestuoso Hércules, indicaban que el continente blanco estaba cada vez más cerca para Guillermo. Al día siguiente, la tripulación iba rumbo a Santiago de Chile, en donde, una hora de vuelo después, al llegar, se encontraron con la tripulación militar chilena que los acompañaría y les daría las instrucciones para llegar al último destino: La Antártida.

Antes de partir, el comandante debía repasar de nuevo los procedimientos operacionales de la misión, los temas técnicos de la aeronave, para saber en qué condiciones volarían, cuál debía ser el nivel de vuelo para poder llegar a Punta Arenas, su última escala antes de dirigirse al sur del mundo. “El liderazgo del coronel fue sumamente positivo”, dijo su compañero de vuelo.

Con constante comunicación con las personas encargadas de meteorología, el coronel, en este nuevo punto, tuvo que coordinar un carreteo correcto y condiciones óptimas tanto de despegue como de aterrizaje. Llegó el día. Por fin: el primer piloto colombiano en volar y aterrizar a la Antártida había emprendido vuelo.

Su sonrisa no podía ser más grande. Estaba a tan sólo 50 millas (lo que equivale a 80.4672 Km) de la pista de aterrizaje del aeropuerto TE. Rodolfo Marsh. Nivelados a 20.000 pies, listo para el descenso, inició comunicación con su tripulación y la torre de control esperaba con éxito su llegada.

– Ok, preparados, iniciamos nuestro descenso para hacer historia; primer aterrizaje en la Antártida. Tengo campo, iniciamos aproximación para aterrizar, tren de aterrizaje abajo y lista de chequeo, pista a la vista, dijo el piloto.

-Recibido, FAC 1005, está autorizado a efectuar su primer aterrizaje en terreno Antártico, respondió la torre de control.

-Recibido, dijo el Coronel.

-1000 pies, lista de chequeo completa para nuestro aterrizaje, veo la pista, Indicó Guillermo a la tripulación.

El coronel lo había logrado: “la sensación de aterrizar por primera vez en el continente blanco es única dado que era la primera vez que un avión de la FAC y tripulantes colombianos llegaban a ese territorio, esto no tiene comparación con otras sensaciones que despiertan adrenalina cuando se apoya con aeronaves de combate a tropas de superficie en tierra”, expresó el piloto.
Había emoción total en la cabina. Aplausos, sonrisas y saludos reflejaban el éxito rotundo de la misión.

-Bienvenido a la Antártida, FAC 1005, dijo la torre.

Todo era blanco: nieve. El frío recorría todo su cuerpo. Era verano, la temperatura oscilaba entre los -5 a -10 °C, pero la sensación térmica del coronel era de -20. Su cuerpo se congelaba: le dolían los dedos de las manos, afortunadamente siguió los parámetros de vestimenta: camisa, overol, guantes, pasamontañas, gorro, chaqueta térmica; y así logró calmar un poco el frío.

Desde Colombia la familia del Coronel, con el sentimiento intacto, ansiaba todos los días encender el televisor y encontrar información nueva acerca de su héroe en dicha misión.

“Yo era loca para ver las noticias. Siempre estaba pendiente. Cuando ‘el negro’ me avisaba que iban a pasar algo, yo estaba lista para grabar. Era muy emocionante”, afirmó Gloria Romero, esposa de Guillermo, que junto a sus orgullosas hijas ansiaban el momento de ver a su papá triunfando.
Conocer pingüinos y leones marinos, jugar en la nieve como un niño, ver cuando se ocultaba el sol y dormir una noche en la Antártida fueron momentos mágicos para Guillermo.

“Mi coronel era una persona seria en su trabajo, pero verlo en la nieve jugando demostraba en él un verdadero líder que sin perder su norte disfrutaba los momentos”, expresó la teniente Ana Castillo, periodista tripulante que acompañaba la misión.
El día del regreso, a las 12 del mediodía, partió el Hércules, que superando la prueba siguió la misma ruta: Antártida, Chile y Bogotá.

El piloto llegó a su hogar con una cava llena de hielo como recuerdo. Satisfecho.

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