Richard Duque, contando historias con una aguja
Carlos Andrés Montealegre Cristiano
La vida de un reconocido tatuador bogotano se va escribiendo con cada proyecto que logra, cada país que visita y cada tatuaje que elabora. Un trabajo minucioso ubicado en la delgada línea que diferencia el subsistir del arte.
Carlos Andrés Montealegre Cristiano
Muchas personas pueden tener su marca personal tatuada en la piel; esta puede ser grande, pequeña, en blanco y negro o de colores. Un tatuaje siempre será un motivo de esperanza: significa apostarle a la posibilidad de contar una historia en el futuro. Siempre quien tiene un tatuaje pintado en su piel puede contar las anécdotas relacionadas con esa pieza de arte.
Pero detrás de esto hay otras grandes historias: las de los tatuadores. Se trata de gente del común que tiene como talento plasmar los recuerdos, los sentimientos y las ideas utilizando el cuerpo de los otros como lienzo. Hay personas que un día les dio por dibujar algo y les quedó gustando, porque desde pequeños han sabido ilustrar y se han dedicado toda la vida al arte. Ese el caso de Richard Duque, un tatuador bogotano padre de 3 hijos y 2 perros y a quien le encanta la velocidad. Él es el talento detrás de uno de los centros de tatuado más exitoso de Bogotá: Gotink.
Se puede decir que los tatuadores no pueden sufrir de arrepentimiento. Lo que queda en la piel es casi que un sello para toda la vida. Por eso Duque no se arrepiente de nada y disfruta cada día de sus más de 70 tatuajes, porque como él dice “desde el tatuaje número 70 dejé de contar”.
Su historia con este arte empezó por ese ratón que todo el mundo conoce: Mickey Mouse. El mismo Richard, cuando prestaba el servicio militar, se tatuó a este personaje en su pierna para experimentar. No fue un trabajo fácil. Tuvo que importar una máquina desde Estados Unidos. Fue gracias a ese trabajo que le terminó cogiendo amor a la tarea de tatuar. En la actualidad, ni él mismo se acuerda de cuantas historias tiene plasmadas en su cuerpo.
Desde su infancia este joven bogotano ya tenía claro lo que quería hacer en un futuro. Dice que desde el colegio su vida era “más de lápices, colores, crayolas y dibujo”. No les prestaba atención a las diferentes clases; dibujaba todo el tiempo. Siguió por este camino y empezó a ilustrar Thundercats y se esmeró tanto por volverse un experto en tatuajes que logró convertirse en todo un maestro. Gracias a su técnica ya recorre el mundo de la mano de su esposa que a su vez es su manager. Alemania y Estados Unidos son algunos de los países que él ya ha recorrido asistiendo a convenciones y charlas a las cuales es invitado debido a su reconocimiento.
Su agenda está constantemente ocupada por artistas, cantantes y personajes públicos tanto nacionales como internacionales, gracias a su dedicación y pasión por su trabajo.
Entre los muchos tatuajes de colores que ha pintado a lo largo de su recorrido artístico, en su alma han quedado marcadas historias a blanco y negro. Han sido problemas que él ha enfrentado con entereza y siempre ha salido adelante con la ayuda de Dios y de sus tesoros más preciados: sus tres hijos y dos perros.
Una de sus hijas comparte el mismo amor por los tatuajes: “aparte de ser su padre soy su maestro. Ella ha dado grandes pasos en el arte del tattoo” y él afirma a su vez que es muy placentero esta forma de compartir el amor por un oficio.
La pandemia también afectó a Richard. Según él, una de sus otras pasiones, viajar, quedó suspendida por cuenta del virus. No pudo asistir como juez a los eventos de tatuadores que se realizan en diferentes partes del mundo. Sin embargo, a pesar de las cuarentenas, siguió trabajando y por eso afirma que 2020 fue uno de los años más productivos que ha tenido como tatuador, ya que siempre lo han buscado por su reconocimiento. A diferencia de algunos de sus colegas, él no tuvo problemas causados por las restricciones por parte del gobierno por la covid-19 y el distanciamiento social.
Maneja todas las técnicas de tatuajes que existen como, por ejemplo, la tradicional, la neotradicional, la oriental, la neoriental, el realismo, el full color y la nueva escuela. Este último estilo dice que es su favorito. Esta habilidad lo distingue: colegas que pueden estar empezando en este mundo, solo quieren realizar tatuajes con un único estilo y quedarse allí sin pensar en otros horizontes. La zona de confort no es, según él, una buena manera de llegar al éxito.
Fuera de su estudio y alejado de la tinta y el sonido que hacen las agujas al contacto con la piel, él vive su vida como cualquier persona. Como buen colombiano se levanta muy temprano a las 8 de la mañana, lo primero que hace es revisar su celular. Luego prepara su desayuno y abre la tienda, dispuesto a atender a sus clientes, a quienes Richard prefiere llamar amigos, ya que le dan la confianza de marcar su piel.
Entre el tiempo que invierte planeando y realizando sus aproximadamente dos o tres tatuajes diarios, también decide invertir tiempo de calidad en su familia.
En otras circunstancias disfruta de otra de sus pasiones: las motos. La adrenalina que él siente al hacer un tatuaje solo logra compararla con la que siente al subirse a una moto, una afición que lo llevó a convertirse en el tatuador oficial de Harley Davidson.
Uno de los retos a los que se enfrentan los tatuadores, de los que nadie habla, son los tatuajes extraños o por impulso que las personas deciden hacerse. Relata cómo los tatuajes más raros que ha llegado a realizar son los motores de algunos carros o cierto menaje de la cocina para las personas que trabajan en ello.
Los tatuajes, la mayoría de las veces, son una decisión tomada a partir de experiencias, emociones e historias que cambian la vida de las personas. Por eso para Richard es una motivación vivir del arte de tatuar. Plasmar en la piel una representación artística es un sello para toda la vida, inclusive más allá de la muerte. Por eso siente que con su oficio trasciende fronteras: un tatuaje es un bonito recuerdo hecho con tinta indeleble y una aguja. Esa siempre será una historia por contar.