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Un profesor diferente

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María Fernanda de Brigard Garnica

Jorge González es profesor de educación física a quien, a sus 44 años, le diagnosticaron ataxia, una enfermedad degenerativa que dificulta la coordinación.

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María Fernanda de Brigard Garnica

A pesar de su amor por la docencia, busca exasperado que Colpensiones responda la petición que hizo hace más de un año para obtener la pensión por invalidez.

En el colegio en el que ha trabajado por 22 años, en una esquina de la cancha de fútbol, Jorge acompaña y trata de apoyar a su colega, Cayetano, en la clase de educación física. Intenta movilizarse por la cancha para estar pendiente de los alumnos, con ayuda de su bastón que le facilita el cumplimiento de su trabajo.

Hace nueve años, Jorge, más conocido en el colegio como Cacao, empezó a perder el equilibrio, a confundir las palabras y a estrellarse fácilmente con las cosas. Decidió buscar ayuda médica para saber qué era lo que ocurría con su cuerpo. Después de muchos exámenes, intentos para descartar tumores y algunos diagnósticos erróneos, tres neurólogos se reunieron con él y lograron encontrar que el tamaño de su cerebelo había disminuido, y esto es lo que estaba afectando su cuerpo.
Días después de esta reunión, fue remitido a un neurólogo para que pudiera explicarle lo que tenía. En la cita, el médico le comentó que padecía de ataxia, una enfermedad degenerativa manifestada en el cerebelo, razón por la cual perdería muchas de sus capacidades motrices.

Para el médico era importante explicarle que desde ese día debía empezar a preocuparse por su pensión, su familia y el reto que se acercaba, debido a que era muy probable que dejara de hacer lo que más le gusta: dar clases de educación física.

“Las palabras del neurólogo me desbarataron”, cuenta con un tono melancólico.
Siempre fue amante de los deportes. En el colegio se destacó por ser un gran deportista, le gustaba mucho el fútbol. “Jugaba de 10 y me las daba de Pelé”, cuenta Jorge. Después le dio la oportunidad al baloncesto, pues su padre le insistía en que fuera parte del equipo de Armero, su pueblo natal, pues él también perteneció al equipo cuando era joven.

Durante el colegio participó en los torneos intercolegiados por Colombia. Ahí surgió el amor por el deporte que lo llevó a estudiar educación física en la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá.

Pero el amor por el deporte se transformó en amor a la enseñanza. En la universidad le explicaron cómo enseñar los deportes. “Disfruto más la educación”, lo dice sentado mirando a la cancha de baloncesto mientras que observa a los estudiantes correr. Al graduarse de la universidad entró a dar clases en colegios. Lleva más de 25 años siendo profesor.

Después del día que recibió el diagnóstico, las cosas no cambiaron mucho; seguía disfrutando los trayectos en su carro con su hija al colegio, su gusto por la lectura, era director de algunos cursos, seguía dictando clases y en las fiestas era el primero en sacar a bailar a los demás.

Con el tiempo y en las reuniones anuales con la rectora, se fue dando cuenta de que no tenía la misma agilidad con la que antes hacía las cosas, es por esto que decidieron poner un practicante que lo ayudara con los materiales de la clase, pero él seguía dictándolas. Tuvo que dejar de manejar y empezar a tomar transporte público y cambiar sus hábitos.

En la actualidad, Cacao debe levantarse a las 3 de la mañana todos los días, para alistarse y salir al trabajo. “Desde hace tres años me he dado cuenta de que me demoro un poquitico más de lo normal. Hago mi desayuno pero dejo el jugo de naranja hecho para ellas”, dice refiriéndose a sus dos hijas y su esposa, y concluye: “Es lo más arriesgado que hago ahorita, cortar las naranjas”. A las 5:30 de la mañana se encuentra con una de sus compañeras de trabajo, quien lo lleva al colegio. Todavía mantiene su gran pasión por los deportes; por ejemplo, hay días en los que practica natación antes de comenzar su jornada laboral.

Cacao es el primero en ser voluntario para cualquier trabajo que necesite el departamento de educación física, le gusta dar consejos a sus amigos y pasar momentos de calidad con ellos. Cada tarde, después de su terapia, hace una lista de los amigos que va a llamar: “Un 31 de diciembre decidí que iba a llamar a mis amigos, para no perder contacto con ninguno”, dice Jorge.

Su esposa habla de él como un hombre con una capacidad de resiliencia impresionante: “Se da la oportunidad de ver lo bueno en todas las situaciones por más difíciles que sean”, dice Blanca, su esposa, cree que esto es lo que le ha ayudado a seguir siendo independiente en muchas cosas.

“Frente a la vida es una persona muy confiada”, dice Blanca. Laura, su hija mayor, lo describe como una persona muy detallista; por ejemplo, a ella le lleva flores casi todas las semanas. En su familia, lo reconocen por ser una persona sociable, siempre está dispuesto a organizar todos los eventos para compartir ratos agradables con los amigos.

Para sus colegas, Cacao es un ejemplo a seguir, manifiestan que en sus trayectos al trabajo se ha tropezado. En el colegio a veces le es difícil caminar en el pasto y aun así cuenta con naturalidad y gracia a sus compañeros cómo se tropieza en la calle y sobre sus múltiples traspiés.

Además de esto, está agradecido por el trato que recibe por parte de la gente que va en el transporte público. Sus amigos tratan de naturalizar la condición de Cacao por medio de comentarios jocosos, que él también apoya con risas y chistes.

Una de sus colegas, Cecilia, lo conoce desde la universidad. Cuenta que en la catástrofe de Armero perdió a sus padres y a sus tres hermanos menores, y aún así era difícil saber qué sentía Jorge ya que nunca se quejaba. “Con su condición es igual, Cacaíto siempre tiene esa fortaleza de no dejarse vencer”, dice Cecilia.

Como es natural, sus capacidades motrices han ido disminuyendo con el tiempo, le es difícil caminar, el bastón se ha vuelto su fiel compañero, su visión ha disminuido notablemente y tiene dificultades con el habla; por estas razones, hace dos años decidió dejar de enseñar. “Fui perdiendo la visión periférica de la clase, entonces los practicantes cada día hacían más cosas. Hice todo lo posible para no dejar de enseñar, la educación a mi me llena”; Cacao habla de la docencia con una sonrisa en la cara, quiso ser maestro porque quería dar la mano, le gustan los momentos donde le cuesta dar, porque siente que verdaderamente está ayudando.

Ahora se le viene el reto más grande: pensionarse por invalidez, que ha sido una de las odiseas más difíciles. Por el momento, acompaña a su colega en clase y su horario laboral culmina a la 1 de la tarde con el fin de tomar el medio de transporte público con más tranquilidad y sin ningún afán.

“Estoy cansado; sí me gustaría dejar de trabajar y en vez de levantarme a las 3 de la mañana poder levantarme a las 8”, lo dice caminando hacia su oficina a empacar sus cosas y volver a casa, sabiendo que al día siguiente tendrá que volver a enseñar.

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