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Un sacrificio informal 

Laura González, Natalia Bustos, David López, Isabela Granados, Salua Murad , Comunicación Social y Periodismo

La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos asegura que la población más vulnerable, sufriendo la crisis económica y social del país, son las mujeres. Cada una de ellas, en este proyecto, es un rostro visible de los derechos vulnerados en Venezuela. 

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“Como un niño con su primer helado”, Georgina, mientras prepara perros calientes, recuerda el momento en que compró un termo e inició a vender café. Una pequeña esperanza volvió a brotar dentro de ella cuando inició con las ventas, después de varios días sin comer y varias noches durmiendo en el piso. 

 

Georgina Pérez Carmona, de 22 años, es administradora industrial y vivía en Valencia, estado de Carabobo. El año pasado trabajaba en la Multinacional de Seguros como supervisora de área y como supervisora de recursos humanos en Alimentos TNT, una empresa de charcutería.

 

Más de 1.174.742 venezolanos han cruzado a territorio colombiano, según cifras de Migración Colombia, quienes, al igual que Georgina, buscan mejores oportunidades, estabilidad y mejor calidad de vida. La mayoría aspira conseguir trabajo pero, como lo afirma Pepe Ruiz, alcalde de Villa del Rosario, es muy difícil para el municipio dar empleo a esta cantidad de personas. Por esta razón, muchas de las aspiraciones de los migrantes se han visto truncadas.  

 

Georgina tenía un plan de vida definido junto a su marido: tener un hijo, una casa y un empleo fijo. No obstante, esto cambió ante un problema médico, pues contrajo una infección intestinal que la llevó al quirófano. La situación del vecino país complicaba sus cuidados. El estrés cotidiano que conllevaba conseguir lo necesario para vivir, la escasez de alimentos y la falta de medicinas hacían más delicado su estado de salud. Por esta razón y a pesar del dolor que le causaba dejar a su hijo, hace cerca de seis meses decidió ir a Colombia con su marido en busca de mejores condiciones de vida.

 

Viajaron por tierra y llegaron a Villa del Rosario, sin imaginarse lo que les esperaba. La primera noche durmieron en un hotel, pero al día siguiente, tras ser rechazados en varios lugares, consiguieron dónde quedarse: una habitación sin amoblar en la casa de una señora del municipio. Dormían en el piso. Estuvieron varios días sin cocinar ni poder comer, pues no conseguían empleo.

 

Cuando Aníbal logró conseguir algo de dinero desocupando un camión, decidieron comprar los materiales para vender café. Al principio, Georgina salía sola, pero en varias oportunidades recibió insultos, maltratos, ofensas verbales y hasta jalones, pues la acusaban de vender su cuerpo.

 

Vivieron del café durante algunos meses hasta que un día los contrataron para manejar un carro de comidas rápidas. Entre su esposo y ella obtienen, a diario, cerca de $29.000 pesos colombianos, aproximadamente 29 millones de bolívares. Esta pareja se suma a la informalidad en el municipio en que, según Mauricio Franco, secretario de seguridad de Villa del Rosario, ahora constituye el 70% del empleo total en la zona.

 

Con lágrimas en los ojos, cargados de nostalgia, angustia y amor, recuerda a su hijo. Él es la razón por la que no desfallece y continúa enfrentándose a las adversidades, aunque esto implique pasar por situaciones en las que nunca se imaginó estar.

 

A pesar de que Georgina tiene su título apostillado y su pasaporte sellado, sigue sin conseguir un empleo formal. Esta situación le genera frustración, desesperación y angustia. Aún así, mientras continúa con su venta de comidas rápidas, afirma que no pierde la esperanza de encontrar un trabajo en el área de administración de seguros y mejorar la situación de su familia. Espera estabilizarse, poder traer a su hijo, tener a su familia unida y quizás, más adelante, poder constituir su propia empresa.

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