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¡Sueños, para después! 

Laura Sofía Matiz, David López, Comunicación Social y Periodismo
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La alarma suena a las 5:20 de la mañana. Empieza otro día y hay que trabajar. Una hora después, Anabel sale de su casa para montarse en un alimentador que la lleve hasta el Portal Suba y después un TransMilenio hasta la estación de la Calle 100. Hace tres meses se encontraba en otro país, con otra rutina y viviendo una situación diferente. “Yo tenía un empleo y estaba bien en comparación de otros, pero igual era difícil. Ganaba 800 mil bolívares y una crema de dientes me costaba 700 mil”.

 

Irida Anabel Piñeros Muñoz, de 34 años, es comunicadora social con énfasis en publicidad y relaciones públicas. Nació en Valencia, estado de Carabobo. De tres hermanas, es la del medio y es la segunda de ellas que se fue de Venezuela para salir de la frustración que sienten al estar allá por no poder crecer y avanzar.

 

A Anabel le tomó más de un año decidir si se iba o no. “Siempre tuve la esperanza de que las cosas iban a cambiar. Varios decían: ‘sí va a pasar algo, tú vas a ver’. Y así estábamos hasta que en realidad no pasó nada y todavía no ha pasado nada”, asegura con un tono de voz triste.

 

Su primera salida de Venezuela a Colombia no fue definitiva. De hecho, viajó a Bogotá con una amiga, aprovechando que tenía dos meses de vacaciones retrasados en el trabajo. Eligió la capital colombiana porque tenía estadía segura con una conocida que se había establecido en la ciudad hace un tiempo. Llegó el 10 de junio de 2017, luego de un viaje de dos días por tierra desde su ciudad natal.

 

Anabel era una de los 263.331 ciudadanos venezolanos que habían ingresado al país en los primeros seis meses del 2017, según datos de Migración Colombia. Durante los dos meses y medio que estuvo, tramitó el Permiso Especial de Permanencia (PEP) y, con él, dejó asegurada su futura estancia de manera legal.

 

 

Desde 2010, Anabel trabajaba como supervisora del departamento de ventas de una empresa de seguros funerarios. Empezó como filiadora, después pasó a ser asistente administrativa y terminó dirigiendo una de las áreas más importantes de la organización. Antes de viajar a Bogotá, se había comprometido a volver para apoyar la empresa en el segundo semestre del año, así que regresó a mediados de agosto y terminó su contrato.

 

La decisión ya estaba tomada, se iba de Venezuela. Semanas después, salió de su casa con nervios e incertidumbre. Su mejor cualidad: la organización. Meses atrás le había enviado buena parte de sus ahorros a su amiga de Bogotá, para sólo tener que viajar con el dinero necesario, pues no quería ser una víctima de la Guardia Fronteriza. “Son los peores. Te revisan como si te fueras a llevar un pedazo del país y te quitan dinero. Gracias a Dios, a mí no me hicieron nada pero escuché que a muchos con los que venía, sí. A algunos les quitaban hasta cien dólares”, recuerda.

 

Hoy está trabajando como asistente administrativa y de ventas en una empresa que comercializa productos de ingeniería. La facilidad con la que logró encontrar un empleo no sólo se debe a su experiencia laboral sino también a su situación legal. Según el Ministerio de trabajo, los venezolanos que tienen el PEP en regla tienen la posibilidad de acceder a todos los beneficios de Seguridad Social y con ello, emplearse de manera digna. Trabaja la jornada laboral completa y tiene seguridad social y prestaciones.

 

Aunque está lejos de sus padres, no se siente sola. Vive con otros amigos venezolanos que, en sus palabras, se han vuelto como una familia. Todavía le cuesta ubicarse pero, poco a poco, ha conocido cómo es la ciudad. De acuerdo con un último informe de Migración Colombia, a septiembre de 2018 había 1.032.016 venezolanos en todo el país. En cuanto al recibimiento que ha tenido, afirma: “Yo entiendo que hay mucha gente que no le gusta, pero también hay gente que a mí me ha escuchado y me han dado la bienvenida. El trato ha sido excelente”.

 

Colombia es el refugio que encontró para poder volver a reconstruir sus planes y crecer profesionalmente. Por ahora, va a quedarse en Bogotá por tiempo indefinido. No pierde la esperanza y anhela con que, algún día, Venezuela sea, de nuevo, el país que plasmaba cuando dibujaba sus sueños.

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