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Cartas a Kitty

Ancla 1

Laura Restrepo Godoy

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“Espero poder confiártelo todo, como nunca con nadie” fue lo primero que Anna escribió en mí aquella mañana del 12 de junio de 1942. Decidió bautizarme como Kitty.


Han pasado meses desde que Anna, una joven sensible, admiradora de la belleza de la vida, empezó a rozar la punta de su esfero sobre mis vacías hojas blancas. Me siento afortunada de ser receptora de sus íntimos pensamientos y testigo de sus experiencias en este escondite.


Días atrás, mientras escribía, noté cómo la incertidumbre y la desesperación invadían sus entrañas. Es época de guerra.


—Nadie escapa a esta suerte, a no ser que se esconda. […] ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, enfermos, todos sin excepción marchan camino de la muerte — dijo en voz alta mientras mientras, aturdida y quebrantada, lo plasmaba en el papel.


Aunque el panorama sea tan oscuro, Anna conserva la esperanza y anhela ser libre otra vez. Con su espíritu indomable, no permite que su luz se apague, mantiene la calma. Entre estas paredes estrechas y desgastadas vuela como ave entre mis páginas. Espero que algún día alguien más me encuentre y así muestre al mundo su admirable historia.


Hoy me pregunto dónde estará la pequeña. He estado bajo su cama por mucho tiempo sin ver su rostro, su piel pálida como porcelana, las líneas talladas y las manchas en sus párpados como testimonio del cansancio; su pelo negro, cejas finas y nariz respingada; su sonrisa, reflejo radiante de la pureza, y las lágrimas que derrama en las noches en su habitación. La transparencia de su mirada no volvió. Desearía que abriera de nuevo mi cubierta y una vez más sintiera yo los trazos de su esfero.


Querida Anna, te echo de menos.


Kitty.

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