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El último beso

Ancla 1

Laura Restrepo Godoy

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En su regazo encuentro refugio y en las líneas de sus manos veo nuestro futuro. Sus palabras me envuelven como canciones y despiertan la vida en mi interior. La monotonía es costumbre, pero sus manierismos son la sorpresa más deleitante de cada día.


“Amanda, vives en una ilusión, ¡ya despierta!”, dicen, pero el alma arde de esperanza. Parece que algo anda mal, todos insisten en que lo deje, aunque aún en sus ojos oscuros me pierdo e intento encontrar la luz que se ha perdido en él.


Fue en aquel frío y melancólico día, en el auto, mientras llovía, que desconocí todo. En medio de los gritos que retumbaban en mi cabeza y se repetían una y otra vez, pasaron por mi mente recuerdos que apuñalaron el corazón. En un instante vi cada promesa invisible, cada golpe traducido en una caricia, los abrazos ausentes, las miradas indiferentes al amanecer, las lágrimas eternas en la tina y el sentimiento al rozar sus labios.


Al llegar a casa, me besó. En el silencio que consumía el ambiente, supe de inmediato que era el último beso. Escalofríos recorrieron todo mi cuerpo; deseaba huir, y la lejanía infinita me apartaba fuertemente. Comprendí que las grietas de su corazón no podía repararlas; vivía en el más oscuro rincón de una de ellas y no podía salir.


No existía la libertad, yo era esclava de su miseria. Cometí un grave error, pero él siempre hizo que todo se viera bien.

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