Malentendido en La isla
Gabriela Cubillos Lozano
A un lugar nuevo había llegado Marcos, un joven curioso al que le gustaba explorar. Era un contexto inusual al que se enfrentaba, se sentía fuera de su zona de confort y eso lo incomodaba un poco. Se encontraba algo aturdido, estaba completamente perdido y el ambiente de soledad a la deriva lo hacía pensar que nunca podría escapar, produciendo en él un tipo de mareo insoportable.
Lo cierto es que era una locación bastante psicodélica, con inmensidad de luz que se reflejaba en cada superficie, lo que le complicaba al joven poder ver con claridad y avanzar en su rumbo, dado que cualquier mínimo movimiento le producía náuseas. Recibía eco cada que trataba de hablar y pedir auxilio, cuestión que resultaba inservible ya que era consciente de que no había ni una sola persona próxima que pudiera rescatarlo, y el sonido mismo regresaba como si tampoco tuviera oportunidad de esparcimiento al exterior; era un completo náufrago y no sabía si podría sobrevivir ante tales condiciones tan particulares. Creía que a lo lejos podía divisar algo que le permitiría sacar provecho y, así, encontrar la manera de abandonar ese espacio desesperanzador, pero le daba miedo que su visión tan limitada le estuviera jugando una mala pasada y no fuera más que un delirio banal.
Empezó a experimentar un fuerte desespero al sentirse completamente impotente y disminuido frente al entorno en el que estaba expuesto, como si fuera una trampa sin escapatoria. Marcos en verdad estaba viviendo un caso de ansiedad agudo, como un episodio que le nublaba los pensamientos y hacía que perdiera el control sobre sí. Entonces, empezó a correr de un lado para el otro mientras escurrían sobre su rostro lágrimas involuntarias, pues ya no era dueño de sus sentimientos y solo lo invadía la angustia. Paso a paso iba incrementando su intranquilidad, pero el hecho de acelerar era un trágico movimiento que no representaba ningún progreso positivo en lo absoluto. Este efecto contribuyó a que el joven olvidara de a pocos cómo había acabado allí, cuál era su identidad, y, sobre todo, que perdiera la cordura para buscar racionalmente una salida. A estas alturas toda esperanza ya estaba hundida, por lo que se detuvo unos minutos a reposar mientras se repetía a sí mismo que debía irse de la isla y nunca regresar.
Allí, tirado en el suelo, sintió dolor en muchas partes de su cuerpo y no estaba seguro de la razón de aquel fenómeno. Comenzó a examinarse y notó que tenía varios moretones en distintos puntos, pero ya no sabía si se había golpeado contra algo o si eran sus emociones exteriorizadas que le amargaban aún más su estadía. De pronto, se sintió aprisionado y agitado, como si una barrera que no podía ver lo estuviese capturando. Sus ojos ya no soportaban lo que estaban divisando, pues eran imágenes repetitivas, duplicadas y conectadas que invadieron su mente de confusión, en conexión con un lapso de decepción y aislamiento del resto del mundo. Eventualmente se acurrucó y decidió cerrar sus párpados mientras trataba de apaciguar su dolor físico y estado de cólera para evitar llorar de ira nuevamente.
Pasados unos minutos, apareció una mujer y le comentó que llevaba mucho tiempo buscándolo y que le alegraba haberlo encontrado. Marcos se levantó desubicado, pensando que era un ángel que había llegado a su rescate y ahora estaba en una vida mejor, pero se le hizo extraño que tuviera puesto un uniforme tan colorido y recreativo, por lo que decidió preguntarle quién era y cómo había dado con su ubicación. Ella no respondió a las preguntas sino hasta que lo sacó de allí sin mayor dificultad mientras lo cargaba, pues notó que el jovencito estaba demasiado débil como para caminar por su cuenta. Ya estando afuera, Marcos quedó anonadado de lo que estaba viendo, ¿cómo era posible que hubiera regresado al mundo normal tan rápido si se consideraba perdido en un lugar lejano y sin salida?
Él no entendía qué había sucedido, pero la amable mujer le dijo que ahora todo estaba bien, le pidió disculpas por los inconvenientes en el juego y le comentó que, debido a que había experimentado una crisis nerviosa en el salón de espejos dentro del parque de atracciones llamado “La isla”, iba a ser indemnizado por la mala experiencia que tuvo que vivir. También le comentó que ella, como jefa de los trabajadores en el área de espejismos e ilusiones, iba a proteger a los demás niños para que este desafortunado caso no volviera a suceder y así evitar que aquel espectáculo fuera cerrado.