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“La memoria histórica tiene un compromiso con las víctimas”

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Luisa Fernanda González Ramírez, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana.

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Sandra Arenas, bibliotecóloga y profesora de la Universidad de Antioquia, habla de cómo la construcción del relato del conflicto armado debe hacerse desde miradas diversas, dándole valor al recuerdo en sí mismo.

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Sandra Arenas.

En Colombia, los esfuerzos para apaciguar el conflicto armado parecen ser una lucha contracorriente. Más de 900 líderes sociales han sido asesinados tras la firma del acuerdo de paz y alrededor de ocho millones de personas han sido desplazadas a nivel interno como consecuencia de la guerra. Hoy el relato de las víctimas cobra más valor que nunca en la construcción de verdad y reparación.


Sandra Arenas es bibliotecóloga, profesora de la Universidad de Antioquia e invitada en el diplomado de Memoria Histórica, impartido por la misma institución. La Magíster en Ciencia Política y doctora en Memoria Social, quien ha escrito diversos textos sobre política y memoria, conversa con Unisabana Medios. Desde su experiencia y conocimiento ayudará a esclarecer la importancia que se le da a la construcción de memoria histórica en el país y cuál es el papel que debe asumir la ciudadanía en este proceso.


¿Para usted qué es la memoria histórica?

Este término se entiende por procesos de investigación relacionados con eventos de un pasado reciente. Estos se realizan poniendo en diálogo distintas metodologías. Una de ellas involucra la consulta de fuentes diversas y la contrastación de información, pero también la oralidad, donde el relato de los participantes tiene un peso. La historia reciente hizo grandes transformaciones. Hubo un momento en el que era muy positivista y la única fuente era el archivo, los medios tradicionales y las historias oficiales de los políticos o Estados; sin embargo, a medida que la narración se amplió y tuvo intereses por otros grupos sociales particulares, como las mujeres y su lucha feminista, los trabajadores o los estudiantes; ahí entendió que esa historia para ser contada tiene que indagarse en la oralidad y darle valor al relato, al recuerdo en sí mismo y la manera en la que la víctima da un sentido a ese pasado, no por la veracidad de este. Es por esto que se está poniendo en el centro de la atención a las víctimas, a las personas que han padecido la violencia y no han logrado comunicar o denunciar lo que les pasó, sino que guardaron esa experiencia para sí. La memoria histórica tiene un compromiso con las víctimas. Sus voces deben ser escuchadas y su testimonio debe hacer parte de un relato colectivo.


Las víctimas han sido las principales protagonistas del conflicto armado. ¿Cómo la verdad y la memoria brindan reparación a su dolor y pérdida?

Han sido las protagonistas en la reconstrucción de las narrativas que se están haciendo hoy, pero, en la década de los 90, en los medios de comunicación masivos solo se escuchaba la voz de los guerreros. El enfoque de las noticias era el de la guerra y sus actores armados. Hablaba el general del ejército o el comandante paramilitar, pero las víctimas solo eran cifras o datos. El centro del relato no eran ellas, sino la bomba, la masacre y el desplazamiento. A medida que se va transformando el conflicto, ellas empiezan a ser cada vez más visibles. Del año 95 en adelante, tienen una organización muy fuerte. Ellas no se volvieron las protagonistas del conflicto armado, es que sus historias por primera vez comienzan a ser escuchadas y surge una audiencia que está dispuesta a escuchar. En el 2005, con la Ley de Justicia y Paz y, en el 2011, con la Ley de Víctimas, hay un reconocimiento por parte del Estado y se instaura el deber de memoria. Es un proceso lento, pero mejoró con respecto a 20 años atrás.


Teniendo en cuenta que los medios en los 90 tenían ese enfoque hacia los guerreros, ¿qué opinión tiene del cubrimiento actual de los medios al conflicto armado?

Veo a simple vista que sigue estando dentro de los medios de comunicación tradicionales una presencia muy fuerte de los comunicados oficiales. Es una fuente válida, pero tiene el problema de querer contar el hecho solo desde su versión; sin embargo, son quienes llevan la batuta de cómo se cuenta. Seguimos dándole protagonismo a ciertos sujetos: paramilitares, jefes guerrilleros o desmovilizados de las FARC. En medios alternativos es más frecuente encontrar la presencia de voces de líderes de organizaciones sociales.


Tras más de 50 años de conflicto armado y una situación de violencia que parece imparable, ¿cómo ve el panorama en la construcción de memoria histórica en Colombia?

Muy complejo y paradójico en muchos sentidos. Sigue siendo muy difícil hacer memoria en medio del conflicto, pero se está haciendo. Esto significa que hay un aprendizaje previo. No obstante, estas organizaciones de víctimas ya sienten un desgaste y la necesidad de nuevos liderazgos. Sus miembros se sienten cansados y desamparados. Los recursos para la memoria están siendo destinados a otros proyectos. Es así que estas instituciones se están viendo obligadas a reestructurar el discurso para conseguir capital. Hay un énfasis en la paz, un mirar hacia el futuro, y parece que la memoria no tiene un espacio muy claro, a pesar de que instituciones como la Comisión de la Verdad y la JEP se han alimentado de estos trabajos. La cantidad de informes presentados ante de estas dos instituciones demuestra que aún quedan muchos relatos por contar, teniendo en cuenta esa diversidad.


En un país con una tasa baja de escolarización y un sistema educativo precario, ¿qué recursos y estrategias se pueden usar para ampliar la divulgación e implementación de la memoria histórica?

La Red de Lugares de Memoria, en varias ciudades de Colombia, tiene dentro de sus propósitos una función pedagógica de hablar de ese pasado difícil en términos que sean comprensibles para todos los públicos. Todos estos sitios se han creado por iniciativas de organizaciones de las mismas víctimas, que llevan un proceso de construcción de memoria y sienten la necesidad de dialogar con su propia comunidad y otras personas externas. Ellos mismos han logrado encontrar formas de comunicar sus experiencias a diversos grupos desde varios ángulos, a través del arte, del tejido, del cine, de la música, de la fotografía y del teatro, sin importar si saben leer y escribir o no, o si no tienen información clara porque vivieron en realidades y tiempos distintos. Llevan a la gente a una reflexión sobre las lecciones que nos deja ese pasado y cómo evitarlo. Estos espacios están hechos para generar empatía.


Mucha gente se siente aislada de los problemas que surgen a diario en el país. Además de lo que acaba de mencionar, ¿qué otro método se podría implementar para ampliar esta empatía?

Una cátedra de memoria histórica en los colegios y las universidades sería muy valiosa. Lo digo porque tenemos un curso que se llama “Contexto Social”. En este se analiza el conflicto sociopolítico en el país y los informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, para posteriormente vincularlo con archivos. Es increíble cómo todo esto transforma la mirada que los estudiantes tienen sobre muchas cosas y, así mismo, logran relacionar estas situaciones. Es lamentable que no haya una política del Ministerio de Educación para pensar estos temas. Por otro lado, a pesar de todo el esfuerzo de la Comisión de la Verdad, aún hay poco interés por el tema.


Se ha hablado de un cambio en Colombia y es importante resaltar que para lograrlo no nos podemos fiar únicamente de los gobiernos de turno, sino que nosotros mismos tenemos que actuar. ¿De qué manera los ciudadanos podemos aportar en este proceso de construcción de memoria y paz?

La gente siente que la violencia pasa muy lejos de ellos y no tiene nada que ver con su propio contexto. Es necesario cambiar esa mentalidad y entender que eso no les pasa solo a unas personas; eso nos pasa como sociedad. Hemos tenido desaparición forzada y ejecuciones arbitrarias en las cuales los responsables eran miembros del Estado. Eso no debería importarle solo a las Madres de Soacha, sino a todos los colombianos. Esas muertes no nos importaron. Es necesario admitir que el fin del conflicto va a fortalecer la democracia y la construcción del país.


En su concepto, ¿cómo ha sido la dinámica de la justicia transicional para garantizar verdad y reparación a las víctimas?

Tanto la JEP, como la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas tienen una institucionalidad fuerte. Han sobrevivido en un gobierno y un congreso adversos. Insisto en que falta más pedagogía, pero son procesos lentos, así como ha sucedido en otros países. Están mostrando en poco tiempo resultados valiosos.


El año pasado, Rubén Darío Acevedo, el nuevo director del Centro de Memoria Histórica, tuvo inconvenientes con la JEP por posible censura y se le prohibió alterar la exposición “Voces para trasformar a Colombia”; asimismo, esta no ha sido su única improcedencia. Como académica, ¿qué apreciación tiene sobre la gestión que ha tenido el señor Acevedo?

Me parece preocupante de su gestión que ese diálogo tan fructífero y abierto que había entre las organizaciones sociales se fracturó. Ya no hay confianza. Una institución que era central y dinámica en los procesos de memoria está cada vez más aislada. Se puede ver que ha disminuido su presencia en los territorios y en la cantidad de eventos y de informes presentados. Hay un gran interés por mostrar otras voces, como las de los ganaderos o los militares. Está bien; sin embargo, esto no permite que haya una pluralidad. Asimismo, pienso que fue oportuno proteger el guion del Museo Nacional de la Memoria; no haberlo hecho, hubiera sido un desastre.


¿De qué manera ese enfoque en otras voces afecta la construcción de memoria?

Las diversas perspectivas en el relato son importantes. El problema radica en decir que ahora sí se está contando la verdad de los hechos, en especial en el discurso de Acevedo. Ellos sí son afectados, pero no sé qué tanto ellos muestran cuánto propiciaron también el conflicto.


La firma del acuerdo de paz ha traído luces y sombras a la situación del conflicto armado en Colombia. ¿De qué manera se ha evidenciado este cambio en los últimos años?

Entiendo por las cifras que hubo una disminución que es evidente, a pesar de que persiste el fenómeno de la violencia y la presencia de muchos grupos armados. Hoy estos tienen fuertes intereses económicos en las regiones; por tanto, tienen vínculos con políticos y saben que el narcotráfico no es lo único que da dinero. Hay recursos igual de valiosos, como la minería o la ganadería. Ahora hay más criminalidad que violencia política. Siguen vigentes muchos aprendizajes de la guerra. Hay una sensación de que todo sigue igual que hace 20 años. Uno prende las noticias y escucha hablar de masacres y asesinatos.


¿A qué se debe esa reciente intensificación de la violencia?

El acuerdo de paz se ha implementado, pero no en aspectos que son fundamentales: el problema de la tierra, de la participación política, del narcotráfico y de la presencia del Estado en los territorios que las FARC abandonaron, pero otros grupos armados llegaron a disputarse. Hace falta la asistencia del gobierno, no solo militar, sino también de educación, de justicia, de salud y de políticas públicas.


Es un deber del Estado propiciar las garantías necesarias para que la sociedad avance en ejercicios de reconstrucción de memoria. ¿Cree que este ha cumplido con su papel o solo es una promesa que se ha quedado en el aire?

Es una promesa que se ha quedado en el aire. Así mismo, este gobierno ha sido muy coherente con sus propuestas de campaña y con sus políticas desde el inicio.


¿Entonces cree que el gobierno actual ha logrado su objetivo de “hacer trizas la paz”?

Por fortuna, no. Porque las tres instituciones de la paz son fuertes, hay organizaciones sociales que están demandando que se cumplan los acuerdos y hay una vigilancia internacional. Sin embargo, ha logrado volver lentos procesos que eran urgentes y surge una frustración por el decaimiento en la confianza que se tenía en estos.

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