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Animando el miedo

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Daniela Ortegón, estudiante de Comunicación Social y Periodismo

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La animación infantil ya no se dedica solo a épicas batallas entre héroes y villanos. El nuevo drama nace del área gris entre el bien y el mal.

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Foto:
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Cuando tenía cuatro años mi miedo más grande era la oscuridad. Un día vi la película El libro de la selva (1967) y me desbloqueó un nuevo miedo: la serpiente con su hipnosis y el no tener control sobre mis acciones —aunque este no lo entendí hasta crecer más—. A mis ocho años mi miedo más grande era no encajar. Vi Shrek 2 (2004) y aprendí, como Fiona, que las relaciones son más valiosas si nacen de la comprensión y aceptación por el otro cómo es, no por cómo aparenta ser. A mis catorce años, con depresión y ansiedad, mi miedo más grande era la tristeza. Vi Intensamente y en Riley noté reflejado el mismo conflicto interno, resuelto por la aceptación de que, efectivamente, está bien no estar bien.


En cada momento de dificultad que afrontaba,había algún personaje acompañándome a enfrentarlo desde su propia historia; un personaje colorido y expresivo que nunca fallaba en causar risa o ternura. Podía afrontar estos retos de la vida porque había visto cómo eran resueltos por alguien más. Estaba preparada, y no estaba sola. Había aprendido a admirar personajes ya no por sus logros, aunque estos no se deban descartar, sino por su pasión y perseverancia al afrontar la adversidad, por intentar.


Hoy, a días de cumplir mis veintiún años, aún tengo muchos miedos, pero he notado el surgimiento de una nueva etapa en las tramas que la animación maneja. Últimamente, las obras de Pixar han girado más en torno a una serie nueva de temores: aquellos que heredamos de nuestros padres. Coco, Soul, Encanto y, más recientemente, Red, son apenas algunos ejemplos de esta temática, donde las aprensiones de los padres son desafiadas y tanto ellos como sus hijos pueden crecer y dejarlas atrás.


Tanto Miguel, en Coco, como Joe, en Soul, se enfrentaron a los prejuicios que muchas familias tradicionales tienden a tener contra las industrias creativas. La familia de Miguel le tenía un odio a la música, adquirido por el “abandono” del padre de la matriarca de la familia, Mamá Coco, quien supuestamente los había dejado por perseguir su carrera musical. El padre de Joe era músico y su madre cargaba con mucha ansiedad sobre las dificultades a las que se podría enfrentar su hijo si perseguía el mismo sueño. Ambos personajes logran cerrar ese ciclo de estigma contra la música, ambos persiguen su amor por el arte y ambos le traen una lección a la familia al respecto.


En Encanto, Mirabel y su tío Bruno tuvieron que afrontar la exclusión por parte de sus familiares por ser diferentes. El poder de Bruno, de ver el futuro, era visto como una maldición, algo que con el tiempo él interiorizó y lo llevó a aislarse completamente de la familia. Mirabel, al mostrarle empatía, demostró que su intención nunca fue hacer daño, y al hacer esto también demostró que su valor no recaía en algún poder místico, sino en lo necesaria que es la habilidad de comprender las situaciones de los demás. En Red, el padre de Mei Lee logra lo mismo. Le demuestra a su hija que la situación por la que está pasando no es necesariamente de pena. Como buen padre, da ejemplo para seguir: demuestra la comprensión que ella necesitaba para sentirse cómoda siendo sí misma siempre, no solo en el colegio con sus amigas y lejos del juicio de su madre.


Las historias siempre han buscado impartir lecciones a quienes las oyen, pero con el pasar del tiempo ha evolucionado la manera en la cual estas son narradas. El género infantil ha visto que cada generación parece tener mayor facilidad para comprender más y más temas considerados de “adultos”. Se ha visto más atención a la representación de realidades sociales y, entre éstas, ha surgido la necesidad de afrontar las expectativas y estándares que los padres de familias más tradicionales imponen sobre sus hijos. Parece ser, entonces, que la lección que están perpetuando ya no gira en torno al conformismo, sino a vivir de acuerdo con los valores personales, afrontando las consecuencias de las acciones propias y aprendiendo a mantener la calma ante situaciones de estrés.


Quizás las futuras generaciones tengan la esperanza de zafarse del drama de desviarse de las expectativas parentales. No es secreto que los niños aprenden por imitación, y si el ejemplo a seguir de ahora en adelante va a ser aquel de personajes como Mei Lee, Mirabel, Miguel o Joe, podremos esperar una nueva generación de personas más confiadas en sus decisiones, menos indecisas y, sobre todo, menos afectadas por el pasado. Conviene una generación de niños que vean el miedo como una forma de aprender y no una debilidad que sea causa inherente de inseguridad y más temor.

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