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Emoción y máquina

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Juan Camilo Acosta Chaves.

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El hombre es un animal sentimental, cuyas emociones lo traicionan frente a la inteligencia artificial. No obstante, a pesar de que esta pueda aprender a imitarlas, ¿está muy lejos de comprenderlas?

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El hombre ha construido un psicópata de metal tan hábil que, a pesar de su incapacidad para empatizar, suscita emociones muy poderosas, como la esperanza, la angustia o la admiración. Ha persuadido a su creador de ser capaz de sentir cuando solo lo aparenta. En un futuro no muy lejano, una de las grandes preguntas de la humanidad será: ¿Hasta dónde el hombre le otorgará poder a la inteligencia artificial para tomar decisiones y actuar en ausencia de emociones?


El viaje para encauzar estas incógnitas será desde Shanghái hasta Fráncfort, y de las calles neoyorquinas al centro de Londres. Se podrá atisbar el futuro y una impactante verdad. No obstante, todo comenzará con un libro: Homo Emoticus, de Richard Firth-Godbehere.


El primer paso en esta obra es plantearse la siguiente duda: ¿Cómo se siente usted ahora? La respuesta es capciosa, como explica el autor: ante todo depende de un contexto específico para identificar ese sentimiento y de un valor que se le asigna. Como verá, las emociones viven dentro de una cultura y son moldeadas por esta, aunque se comparta una base “primigenia” en el cerebro, añade.


Pero surge un obstáculo en este camino: si las emociones tienen un componente cultural, vale la pena formular la pregunta: “¿Qué es la cultura?”. ¿Es la imposición de un grupo poderoso sobre uno más débil?, ¿una eterna tradición, tal vez?


Una respuesta certera la brinda un profesor de la Universidad de Princeton, en Nueva York: Clifford Geertz. En 1973, escribió que “la cultura no es un poder, algo a lo que se pueda atribuir causalmente acontecimientos, comportamientos, instituciones o procesos sociales; es un contexto, algo dentro de lo cual [sistemas interrelacionados] pueden ser inteligibles”.  Es decir, la cultura es una “urdimbre”, como la llamaría él: un tejido en el cual el ser humano se inserta y crea conexiones con sus alrededores.


El pequeño detalle que Geertz guarda bajo la manga es que el hombre, dentro de esa “urdimbre”, no solo crea conexiones con personas, ideas o instituciones…lo puede hacer con tecnologías.


Se comprueba en años recientes. En 2017, los creadores de XiaoIce, un chatbot de Microsoft basado en China, se jactaron de haber creado la I.A. más “humana» jamás vista. Entre sus habilidades se destacan la poesía, el canto, el diseño, el cuidado de infantes, y hasta ha sido anfitriona en programas de radio y televisión local. Pero la cúspide de esta creación, al menos según su creador principal, Wang Yongtong, es que “entiende las emociones” de aquel humano que interactúe con ella. Por ejemplo, puede adivinar por el tono de voz si su interlocutor está deprimido, ansioso o feliz. Y, con solo estudiarle el rostro, puede saber cómo se siente.


Lo único es que XiaoIce no fue la primera en “descubrir” estos pequeños factores en las emociones. Unos 30 años antes, Paul Ekman les reveló a agentes de la CIA y del FBI el que creía era el secreto de todo buen mentiroso: las microexpresiones. Algunas de estas podrían ser un ligero temblor en el párpado izquierdo, el ceño ocasionalmente fruncido o un imperceptible estremecimiento en todo el rostro.


No obstante, fue una postura que, posteriormente, la comunidad científica cuestionó, pues se le considera insuficiente, absolutista, para explicar las emociones humanas. Como lo afirman An Gaiser y Herman Ilgen, del Instituto de Análisis Estratégico No Verbal de Países bajos: “Ciertos micromovimientos pueden decir algo a un observador sobre las emociones, pero hay que tener en cuenta que también puede haber otras interpretaciones posibles”.


Lo sorprendente es que, pese al estrecho y anticuado entendimiento de las emociones que tiene XiaoIce, de acuerdo con un informe del MIT, “desde su lanzamiento en 2014, XiaoIce se ha comunicado con más de 660 millones de usuarios activos y establecido relaciones duraderas con muchos de ellos”, explican Li Zhou y otros investigadores de Microsoft.


Esto lleva a otro problema: ¿Qué son las emociones? Se ha hablado de ellas, pero no se definieron del todo. Para Firth-Godbehere, estas son “la forma en que utilizamos la suma de nuestras experiencias para comprender cómo nos sentimos en determinadas circunstancias concretas”. Implica, desde luego, que la identidad es tan importante como nuestros sentimientos.


El mayor problema con esta definición es que no abarca el paradigma moderno: la identidad y las experiencias están siendo moldeadas de forma activa por las tecnologías emergentes. Citando a Firth-Godbehere: “las emociones no solo dependen de la percepción de la mente humana de sus propios afectos, contextos y valores, sino también de cómo actúan esas percepciones en conjunto con otras mentes humanas”. Lo que lleva a la cuestión: ¿Basta creer que otras mentes basadas en la inteligencia artificial puedan sentir?


El mismo año en que XiaoIce crecía en China, la Feria del Libro de Fráncfort abrió las puertas a un inesperado invitado, famoso por los exquisitos y conmovedores manifiestos que escribía. Según El Comercio, “ni afamadas plumas internacionales como Dan Brown o Salman Rushdie han logrado hacerle sombra”. El personaje era un robot industrial llamado Manifest, ensamblado por la empresa alemana Robotlab.


Dicho autómata fue entrenado, al principio, para escribir pequeños relatos. Con el tiempo, aprendió a “inspirarse” y escribir sus propias opiniones; solo le falta elegir términos en su banco de datos (que incluye filosofía y artes) y él los une, creando una “combinación [que] produce manifiestos únicos, cada uno sellado con un número de serie”, añaden en la nota de El Comercio.


Según Jan Zappe, uno de los creadores, la siguiente tarea de Manifest será transcribir la Biblia y la Torá con sus propios comentarios. Y eso no es lo más escalofriante; cuando le preguntaron acerca del origen del robot escritor, Zappe respondió: “Antes era un robot industrial que hacía un trabajo duro y se movía en un mundo competitivo, pero lo liberamos”.


¿Liberarlo? ¡La “libertad” fue experimentada por un creador humano! Su máquina será indiferente ante ello: seguirá escribiendo hasta que la desconecten. Lo impactante es que Manifest provoque racionalmente sentimientos intensos en sus lectores, aunque no sienta tristeza o cualquier emoción humana… solo se comporta como si las tuviera, porque no tiene cultura. E incluso, si la tuviera, sería porque su programación, comandada por un humano, lo permitió.


Firth-Godbehere escribe que las emociones son poderosas y que han forjado el mundo como cualquier tecnología. Sin embargo, “también pueden ser una fuerza oscura, capaz de destruir mundos con la guerra, la codicia y la desconfianza”, explica en Homo Emoticus. Llegado el momento, el punto de quiebre entre humano e inteligencia artificial se dará cuando el primero descubra el peso de estas palabras.

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