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Creatividad (Foto por Andrea Piacquadio - Pexels)
La inteligencia artificial está en auge hace algunos años. Es increíble pensar en el campo de acción tan basto que comprende una rama de la informática. De acuerdo con Euroinnova, la inteligencia artificial se ocupa del diseño y construcción de sistemas que realicen y automaticen tareas del ser humano con mayor precisión. Si bien al principio parece favorable encontrar una herramienta que suplante las labores de cada persona, o simplemente alcanzar un nuevo nivel donde nuestras responsabilidades se solucionan de forma más idónea por un tercero, el cuestionamiento de este sistema radica en el supuesto mejoramiento de la experiencia humana.
El área de trabajo de la inteligencia artificial es tan amplia como el mismo desarrollo de las habilidades del hombre, pues cada vez que se estudian las capacidades de esta innovadora herramienta se identifican más acciones en las que reemplaza al intelecto. Este aspecto ha determinado un nuevo debate global y transversal: ¿hasta qué punto debemos permitir que las máquinas sustituyan el trabajo y el razonamiento humano? Tal vez uno de los espacios más discutidos por el uso de la inteligencia artificial es el arte, pues entra como factor decisivo la definición de este —la cual ya presenta suficiente polémica— y el papel de la creatividad en las obras. La interrogante que arroja este nuevo sistema es diferente a la propuesta de cualquier tecnología: ¿una máquina puede crear arte?
Con el objetivo de deconstruir esta cuestión, es imprescindible tomar en cuenta diferentes posiciones de la definición del arte. Según la RAE, es la manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. También se entiende por arte como la acción en la que el ser humano recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la materia, la imagen o el sonido, de acuerdo con el Diccionario de Oxford. Además, escuchando una postura más antigua, para Aristóteles el arte es una actividad humana, lo que lo distingue de la naturaleza, el cual reside en el proceso de producción y no en lo producido: los productos del arte pueden ser o no ser; los de la naturaleza surgen de la necesidad.
Partiendo de estas tres proposiciones, el punto base del arte es un denominador común: creado por el ser humano. Este argumento choca sin remedio con las obras generadas por la IA. Es posible refutar que este sistema fue creado a su vez por humanos, y que suele obedecer a las instrucciones de un individuo. La inteligencia artificial busca reproducir el comportamiento inteligente humano con algoritmos, pero solo es un producto de un ente externo que sustituyó su proceso creativo inherente a su capacidad intelectual. No es como si una persona fotografiara con una cámara, dibujara con un programa de computador o editara su voz en una canción. Mediante estas aplicaciones, el elemento externo es un apoyo para la creatividad, una ayuda para convertir el intelecto personal en realidad. En cambio, la IA es la que toma la foto, la que dibuja por sí misma y la que canta. Al perder de vista ese puente de colaboración entre humano y tecnología, esta última es la que controla el proceso, puesto que, por definición, busca desplazar la mano humana del resultado.
Existe el argumento a favor de la inteligencia artificial de que estos productos son únicos al no verse afectados por emociones, opiniones o limitaciones humanas, y permiten que los artistas expandan sus horizontes y creen obras que antes eran imposibles, de acuerdo con Armando Estévez, redactor de INED21. No obstante, esta afirmación entraña un problema en sí misma, dado que las llamadas “limitaciones” humanas son las mismas capacidades; por ende, lo creado por el humano se da gracias a su habilidad y evolución. Esa es la definición de arte, por lo que resulta un sinsentido desprestigiar la capacidad humana, en especial si enriquecer sus horizontes depende de sí mismo y no de autosustituirse por un sistema que lo releva de su creatividad innata. Así, defender la IA por mostrar una obra antes imposible de lograr representa una postura contraria a la misma naturaleza humana: si algo no era posible de crear solo con la habilidad y el intelecto, entonces no puede ser arte.
No es lógico demeritar las emociones que pueden dar lugar a una obra, debido a que estas son las que permiten que la obra exista porque la creatividad y la emoción son cualidades fundamentales del arte. La carencia de humanidad y subjetividad impiden que una obra sea no solo artística sino una forma de expresión única. Como resultado, la creación del arte con IA es simplemente un producto de la tecnología.
De todas maneras, es justo reconocer las diversas aplicaciones de la inteligencia artificial en el arte, pues no todas se empeñan en construir desde cero una obra. Los usos de la IA se dividen en dos tipos: la IA débil se enfoca en realizar tareas específicas, como la identificación de objetos en imágenes o la traducción de idiomas, volviéndola más limitada que la del humano; y la IA fuerte desarrolla sistemas que puedan realizar cualquier tarea, incluyendo la comprensión de lenguaje y la resolución de problemas, volviéndola comparable con la capacidad humana.
Esa distinción radical dentro de la inteligencia artificial defiende en una instancia mayor la posición de que la creación de la IA no es arte; por consiguiente, es posible inferir que áreas de su trabajo no tienen por qué generar competencia con el ingenio del hombre, sino un complemento de este. Entonces es innegable la oportunidad que se abre para la IA de apoyar el arte como una tarea particular del humano y no para automatizarlo y resolver fácilmente un problema complejo.
El debate sobre la originalidad se amplía al conocer que muchas pinturas generadas por IA son creadas a partir de patrones y estilos prexistentes sin darles reconocimiento por su aporte en el producto final. Asimismo, si la obra por completo es creada por la IA, carece de cualquier proceso creativo porque la mente del humano no actúa en la realización.
Por otro lado, una pieza musical construida solo por un software, automatizada para seguir unas ordenes preestablecidas, erradica el factor humano: letra, armonía, ritmo, melodía y voz. La música se alimenta de sí misma, pero este fenómeno es distinto cuando las decisiones creativas al construir una canción son tomadas por un sistema y no con la subjetividad del hombre. También, en la fotografía la cámara capta la luz emitida por los objetos para obtener una imagen, un proceso complejo que al ser imitado por un software desprende imágenes irreales, sin la necesidad de la intervención humana.
La característica compartida es evidente: el producto puede ser atractivo estéticamente, pero al no existir puente entre el sujeto y la obra se anula la posibilidad de analizarse junto al inmenso compendio de ejemplares artísticos sí hechos por personas, factor que genera un conflicto con los derechos de autor.
Un ejemplo de ello es el creador @ghostwriter, quien utilizó inteligencia artificial con las voces de Drake y The Weeknd para crear la canción Heart On My Sleeve, y obtuvo millones de reproducciones en plataformas de streaming. Este software de IA entrenado con voces reales atenta contra la música, debido a la infracción de copyright y la pérdida total de originalidad y creatividad. Como resultado, la empresa Universal Music Group, la cual publica la música de ambos artistas, solicitó su eliminación debido a las violaciones de derechos de autor, y pidió el bloqueo inmediato de los servicios de IA que extraen melodías y letras de sus canciones. Esta reacción señala la urgencia por contrarrestar los sistemas de IA que buscan automatizar el proceso creativo musical.
Los sistemas de IA permiten dos funciones elementales: colaborar con las tareas personales y suplantar las labores del humano. En términos del arte, si bien el primer uso comprende una mejoría significativa en la apreciación de obras artísticas y el análisis de sus compuestos y finalidades, la mera existencia del segundo niega rotundamente la posibilidad de denominar arte los productos derivados de software de IA. Esta tecnología entorpece la eficiencia y libertad creativa al considerar irrelevante e innecesario el intelecto y el aporte humano, además de destruir la creatividad —cualidad esencial para el arte—. Puede que una obra artística no sea auténtica, pero esa discusión solo es posible cuando se parte de la subjetividad humana, por lo que resulta imposible e incoherente pensar que el resultado de la inteligencia artificial sea una copia, un producto inédito o una obra artística, pues solo es un resultado de una máquina sin ingenio.