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Muerte cruzada

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Natalia Toscano

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Un atril blanco con una imagen transparente de fondo simuló el fantasma que carga con el peso de la muerte anticipada de la estabilidad política ecuatoriana y, en gran medida, de Latinoamérica.

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Fotogradía de Mundosemfim de Getty Images Education.

Menos de un mes ha pasado desde las elecciones anticipadas en Ecuador, y ya la nación carga con el peso de 4 fallecidos, 1 atentado y 13 millones de ciudadanos escogiendo, una vez más, la película que presenciarán en el país. A veces triste, otras desesperanzadora y, siendo sincera, muchas veces mala. Y esto no solo es un problema de política interna ecuatoriana, es una serie de decisiones que se vienen desencadenando en América Latina.


Por ejemplo, en Argentina, Javier Milei amenaza con la venta libre de órganos, la tauromaquia y la dolarización. Estamos presenciando el ascenso de un antiestatista escéptico al cambio climático. En El Salvador, Nayib Bukele sigue con sus ínfulas de Ken administrando su Mojo Dojo Casa House (de la reciente película de Barbie) o mejor conocida como la mega cárcel que viola derechos humanos diariamente. En Colombia, el presidente ha incumplido 82 veces su agenda y uno de sus hijos - al que, afirma, no crio – está envuelto en escándalos por entradas de dinero ilícito en la campaña electoral de su padre. Y, por último, en Ecuador, el presidente, Lasso, declara la muerte cruzada, despide a 136 asambleístas y sale por la puerta de atrás mientras que a uno de los candidatos para el nuevo gobierno lo asesinan días antes de las elecciones.


Ecuador se encuentra en un contexto de violencia política y confusión electoral que ya nos ha tocado presenciar en los otros países. Ni siquiera alcanzaron a cambiar la cara de Fernando Villavicencio, el candidato asesinado, en el tarjetón u oficializar la campaña de Christian Zurita, su sucesor, en el debate electoral. Un debate en el que participó el silencio.


El atril blanco con una imagen transparente de fondo simuló el fantasma que carga con el peso de la muerte anticipada de la estabilidad política ecuatoriana, pues, sin importar partidos, colores, símbolos o gritos, ninguna democracia se podría sustentar desde la crisis inminente de otra. Mucho menos desde el asesinato de los candidatos. O, incluso, de la elección de los mismos de siempre. Aquí hay víctimas y victimarios que cada vez más destruyen el castillo de cristal que hace mucho tiempo se viene desgastando en Latinoamérica y del cual nosotros somos soberanos.


Después del debate y la declarada muerte cruzada del presidente Lasso – además de ser política y para muchos literal- queda en manos de los ecuatorianos la gran responsabilidad de elegir quién será su dirigente hasta el año 2025.


Y aunque me encantaría exonerarlos de esta responsabilidad, es innegable que ninguno de los políticos que se suben al poder, por más excéntricos que puedan llegar a ser, determina su propio mandato. Somos nosotros los que lo hacemos. Y no nos culpo. Solo estamos escogiendo entre los candidatos que menor daño podrían hacernos a futuro.


De esta forma se visibiliza la ideología cambiante en nuestros países. Cada cuatro años, las ansias de transformación y progreso terminan en un juego de supervivencia en el cual no se puede pasar de nivel. Ese es el panorama que prevalece: cambios constantes que, paradójicamente, resaltan la importancia no tanto de las direcciones políticas, sino de las intenciones en dichos movimientos.


Es por eso que a pesar del cóctel cíclico e ideológico que se está gestando en la región, el viraje político no demanda partidos de derecha o izquierda, ni requiere presidentes cómicos, comentaristas, boludos, médiums, populistas, dictadores o cobardes.  Latinoamérica necesita un giro hacia la democracia en el que no tenga que votar por el menos peor o que su candidato favorito se transforme en mártir... Y eso, como siempre, queda en manos de nosotros.

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