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Quien no está conmigo, está contra mí

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Angie Zuleny Méndez Sánchez, estudiante de Comunicación Corporativa

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El feminismo está perdiendo legitimidad. Su discurso no alcanza a incluir y representar a diversos grupos de mujeres cuya lucha ha sido invisibilizada.

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El feminismo está en crisis y su lucha se convierte en una prisión para el grupo que, en teoría, dice querer liberar. En la contemporaneidad, las mujeres están perdiendo su agencia en manos de las feministas, quienes se niegan a conciliar sus diferencias y dividen al colectivo en partículas independientes que batallan entre sí para sobreponerse a otras y reivindicar, no a la mujer, sino a su autoproclamado movimiento como el dogma bajo el cual la sociedad debería regirse.


Hay poca cohesión y la carencia de un discurso unificado que incluya a las pequeñas partes que conforman el todo del feminismo lo lleva a perder legitimidad y que diversos grupos de mujeres no encuentren en este movimiento la representación que necesitan. Si bien es cierto que el feminismo contemporáneo sufre de una crisis interna, antes de abordar este tema es necesario entender el concepto.


El feminismo contemporáneo es una tendencia de pensamiento cuyo origen se remonta al final de los años sesenta en Estados Unidos y Europa y cuyo surgimiento se da por la necesidad de la redefinición del concepto de patriarcado, el análisis de los orígenes de la opresión de la mujer, el rol de la familia, la división sexual del trabajo, la sexualidad y la construcción de una identidad política y jurídica para el sujeto en cuestión.


En su discurso, el feminismo contemporáneo apunta a ser un movimiento que aboga por la reivindicación de la mujer y sus libertades. Pero, hay un concepto que este colectivo suele pasar por alto: la agencia humana. Este se define como la capacidad que tienen las personas de actuar de forma autónoma y tomar decisiones libres pero que está condicionada por los contextos socioculturales y económicos de los individuos.



La agencia se puede relacionar estrechamente con la lucha por la emancipación de la mujer, en especial si se tiene en cuenta que el sujeto de estudio feminista es una población históricamente vulnerable y cuya agencia ha sido limitada por el sistema patriarcal que se pretende destruir. Pero, contrario a todo pronóstico, el feminismo contemporáneo atenta contra la agencia de la mujer.

Esta afirmación se respalda en la crisis interna que el movimiento no ha logrado solucionar. El proclamado colectivo se divide en dos grandes corrientes: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia, cuya disparidad radica en la epistemología, es decir que los principios bajo los cuales se rigen brindan diferentes perspectivas respecto al concepto de mujer, su rol en la sociedad y la lucha que se tiene que librar para lograr la reivindicación y liberación femenina.


Estos dos feminismos han iniciado una pugna para hegemonizar el movimiento en vez de conciliar sus diferencias para lograr la unidad. Este fenómeno se puede interpretar como un intento de imponer un dogma que lastimosamente no representa a nadie más que a las mujeres que militan en el colectivo que resulte ganador. Es una guerra de egos. No hay buenos ni malos, ya que ambos promueven el discurso de liberación al tiempo que en la práctica se dedican a imponer sus ideales a las mujeres. En este punto quizás surja la duda respecto a por qué el deseo de hegemonizar el feminismo es una amenaza para la mujer y su agencia.


Al hablar de feminismo se debe hablar de heterogeneidad. Es decir, una unidad de luchas, identidades, contextos, cosmovisiones y propuestas. Es necesario entender mujer como un concepto que abarca una innumerable cantidad de individualidades que no pueden ser reducidas a una definición metafísica o a un conjunto de características que responden a prejuicios sociales e imposiciones culturales. La heterogeneidad para las mujeres representa una oportunidad para ser reconocidas como sujetos cuya identidad, libertad y agencia se ven condicionadas por experiencias subjetivas y propias de sus realidades.


Pero, de las dos grandes ramas del feminismo ya mencionadas ninguno es heterogéneo. Por un lado, el feminismo de la igualdad, construido sobre las bases de la ilustración y el sufragismo, propone continuar la lucha por la igualdad hasta abolir las etiquetas que separan a los hombres y las mujeres, pues, más allá de una asignación biológica, se entiende lo femenino y lo masculino como un constructo social que tiene sus raíces en la discriminación y cuyo objeto es perpetuar a la mujer como un sujeto inferior en la pirámide social.


Por el otro, el feminismo de la diferencia considera que las mujeres son víctimas en un mundo creado por hombres para hombres y, bajo el eslogan de “ser mujer es hermoso”, propugnan una lucha que revalorice la feminidad, no que la elimine; este feminismo propone la abolición de las instituciones patriarcales que profesan la diferencia a modo de discriminación, para que los hombres y mujeres puedan existir no como iguales, sino diferentes en un mundo a la medida de ambos géneros.


La homogeneidad quizás poco perceptible de estos movimientos radica en el privilegio, tal y como afirman feministas negras, latinas, musulmanas, trans, entre otras, quienes han vocalizado su descontento por el feminismo contemporáneo y las dinámicas presentes en este que perpetúan la discriminación, exclusión y opresión y limitan su agencia e identidad a la de una élite privilegiada de mujeres caucásicas, educadas y pudientes.


Para esto, referencian el movimiento sufragista que llevó a la obtención del derecho al voto de la mujer, como el triunfo de un feminismo clasista que veía en la exclusión de la participación política el problema de la mujer del siglo XX, mientras las minorías ya mencionadas siquiera eran consideradas personas. Durante el sufragismo, el reconocimiento político que se buscaba para la mujer era solo para una élite que mientras quebrantaba el “techo de cristal”, opacaba los intentos de las mujeres menos favorecidas de ser reconocidas como parte de la sociedad.


De ahí que en la actualidad se hable de afrofeminismo, transfeminismo, feminismo islámico, entre otros. Colectivos conformados por mujeres cuya lucha ha sido invisibilizada y que han encontrado en la creación de nuevas expresiones feministas el refugio para sus comunidades y un intento de representación propia. Es decir, el feminismo contemporáneo y sus expresiones más sobresalientes que intentan imponer su movimiento como dogma no representa a todas las mujeres; más bien, es visto como excluyente, clasista y no solo carece de conocimiento sobre las batallas de las mujeres menos privilegiadas, sino que muestra poco interés en conocer y reconocer la diversidad dentro de su agenda.


Esta crisis de representatividad del feminismo también se puede abordar desde el punto de vista de las mujeres no feministas. Por un lado, las mujeres que se identifican como feministas, como ya se ha mencionado, buscan en las pequeñas unidades que conforman el movimiento la representación que necesitan, y cuando no la encuentran toman como propia la tarea de conformar nuevos colectivos para recuperar la voz que otros grupos intentan despojarles.


Pero, por otro lado, las mujeres no feministas ven en este movimiento el enemigo que toma la palabra por todas y, en su intento de presentarse a sí como el salvador de las mujeres, sacrifica la autonomía y agencia de quienes no se sienten identificadas con los ideales que promueve. Esto se evidencia en la discriminación de mujeres feministas a las mujeres no feministas y la exclusión de las últimas de los espacios de sororidad que en teoría deberían estar abiertos para todas.


En la práctica, el movimiento promulga el clásico “quien no está conmigo, está contra mí”. Le declara la guerra a la sociedad que ha sometido a la mujer al yugo patriarcal por milenios, al tiempo que se convierte en el enemigo del sujeto que promete liberar, pero en la práctica la encadena a una lucha carente de legitimidad. La agencia de la mujer en el feminismo contemporáneo no se protege, se vulnera.

El feminismo no puede decir que aboga por la mujer al tiempo que los colectivos que lo conforman se disputan entre sí la supremacía y la verdadera lucha queda en manos de la mujer del común que en su día a día sigue siendo vulnerable pero que no encuentra ni en la sociedad ni en el feminismo un respaldo.


El sujeto más importante en el feminismo se está quedando por fuera de este mientras sus militantes se empeñan en discutir entre sí por quién sabe qué es lo mejor para la mujer. Ejemplo de esto es el debate de casos concretos como la regularización o abolición de la prostitución. Por un lado, el feminismo de la regulación aboga por la agencia de la mujer que sin coerción decide ejercer la prostitución y por tanto pide el reconocimiento de esta actividad como un trabajo formal y la creación de leyes que lo regulen, más no que lo criminalicen y estigmaticen.


Por el otro, el feminismo abolicionista en ninguna circunstancia reconoce la agencia de la mujer que se dedica a la prostitución pues considera que, en los casos en que la decisión de ejercer este oficio aparenta ser autónoma, la mujer se ve influenciada por el sistema patriarcal que la cosifica para el placer de los hombres e incluso su beneficio económico.


Pero ¿qué necesitan en realidad las trabajadoras sexuales? ¿Se consideran a sí mismas víctimas? ¿Quieren ser salvadas? En realidad, este debate se da a costa de su agencia. Los colectivos feministas son quienes desde el privilegio de las mujeres que los conforman emprenden una lucha por los derechos de una minoría que victimizan y cuya agencia anulan para defender sus posturas y ganar la discusión frente a sus rivales en la pugna por establecerse como el mejor feminismo.


El feminismo contemporáneo pierde legitimidad; sus acciones no concuerdan con la teoría que en un inicio lo respaldaba y la imagen decadente que proyecta al mundo perpetúa la discriminación hacia la mujer pues, así como las mujeres no feministas son vulneradas por el colectivo, quienes se identifican con este son marginadas y señaladas como consecuencia de los prejuicios y la mala percepción que se tiene del movimiento que las representa.


Es decir, la mujer se enfrenta a un escenario en el que al intentar usar su agencia, bien sea para hacer parte del feminismo, crear su propio colectivo o para rechazarlo y abogar por sí misma en contra de una ideología que no comparte, es juzgada, recriminada y vulnerada. Ni el feminismo ni la sociedad le ofrecen un espacio seguro para el libre desarrollo de su agencia ya que mientras el último limita su accionar desde su concepción, el primero la encadena a una causa contradictoria, excluyente y misógina.


La agencia de la mujer en el feminismo se ve relegada a los intereses de los colectivos que quieren alcanzar la hegemonía. De esta manera, la mujer es victimizada para satisfacer el afán del movimiento de ser visto como un salvador, aun cuando la mujer no quiere ser salvada, o por lo menos no como el feminismo cree.


Pero no todo está perdido. Aparte de profundizar en la crisis del feminismo y las críticas que se le pueden hacer a su actuar, es imprescindible ofrecer soluciones para reivindicar el movimiento y legitimar su representatividad. En primer lugar, la democratización del feminismo permitiría presentarlo como un colectivo que, en los procesos internos, y mediante espacios igualitarios, brinda a las mujeres la oportunidad de decidir en primera persona. También, es una alternativa para lograr la consolidación de una agenda feminista que represente la pluralidad de las mujeres y sus intereses.


En segundo lugar, la reestructuración de la sororidad mediante la creación de espacios que promuevan la integración de mujeres que se reconocen como iguales permitiría el reconocimiento de las diversas luchas y la conformación de lazos que unan a las mujeres en un feminismo no de la igualdad, no de la diferencia, sino de la pluralidad. La sororidad debe ser un acto común, sin ataduras ideológicas que tenga cabida para todas.


Finalmente, la educación es un punto clave si se quiere emancipar a la mujer y dar vía libre a su agencia. Una mujer con acceso a la educación va a tener más oportunidades de desarrollarse como un individuo independiente en una sociedad hostil. La mujer educada empieza a ganar mayor visibilidad y el aumento de su participación en la esfera pública le brinda la capacidad de convertirse en un agente de cambio. También, accediendo a la educación, la mujer adquiere las herramientas necesarias para ser crítica frente a grupos que mediante la intimidación intenten limitar su accionar a su conveniencia.

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