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En busca de camaradas

Ana María Cuervo, estudiante de Comunicación Social y Periodismo

Para el partido Comunes, el 2022-2026 será el último periodo donde tengan curules garantizadas en el Congreso.

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Perfil

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Ana María (Padilla) Cuervo

El candidato Jeison Murillo saludando a los habitantes del barrio Maria Paz, Kennedy.

«Los excombatientes son personas». ¿En serio?, ¿así voy a describirlos? Es obvio que son personas, ¿no? Para un sector de los colombianos y colombianas aquellos que se unieron a las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) son solo máquinas de guerra, independientemente de las razones que los motivaron para unirse al grupo rebelde.


La Violencia, época de furor de la guerra entre el partido Liberal y el Conservador, fue el origen de las guerrillas campesinas, creadas por liberales para defender su vida y sus tierras de los conservadores, quienes eran apoyados por el gobierno de ese entonces. Se dice que, en 1964, las FARC fue el grupo de guerrilleros comunistas que sobrevivió a un ataque militar en la autodenominada ‘República de Marquetalia’ (Tolima). Este grupo, desde entonces, estuvo liderado por Manuel Marulanda Vélez, alias ‘Tirofijo’.


El resto es historia: El conflicto armado, después de más de medio siglo de enfrentamiento entre las FARC, otras guerrillas, paramilitares (grupos armados de extrema derecha) y la Fuerza Pública, ha dejado más de 262.197 muertos, según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Y a las FARC se le atribuyen alrededor de 35.683 víctimas.


Por eso, el 24 de noviembre de 2016 es un día histórico para Colombia: Se firmó el Acuerdo de Paz entre el Estado y la entonces guerrilla de las FARC, a pesar de que ganara el ‘NO’ en el plebiscito que preguntaba al país si estaba a favor del Acuerdo. En el punto dos de la agenda de negociación, ‘Participación política’, el Estado se comprometió a la apertura democrática.


Gracias a esto, el 1 de septiembre de 2017, se creó el partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, ahora llamado Comunes. Está conformado por 6000 militantes aproximadamente, de todos los departamentos del país, excepto Amazonas y San Andrés, asegura el partido. ¿Qué motivó a las personas a unirse a las FARC en su momento y, ahora, a Comunes?


—Estaba aburrida de que me maltrataran — dijo la excombatiente de las FARC y candidata al Senado Luz Marina Giraldo. Con nostalgia, contó que asesinaron a su padre cuando ella tenía 5 años, y quedó al cuidado de una pareja que intentó abusar de ella—. Mi niñez [desde los 10 años] en la guerrilla fue muy bonita: encontré la familia que no tuve —complementó quien hace parte de los, al menos, 18.677 niños y niñas reclutados por las FARC, según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).


—Las mujeres entramos [a las FARC] por falta de oportunidades —aseguró Olga Rico, más conocida por su nombre de guerra ‘Manuela Marín’—. O se iban para allá o eran madres y víctimas de violencia. En la guerrilla no había asignación de trabajos por género—. Entre el 30% y 40% de la guerrilla era mujeres que ejercían los mismos roles que los hombres, asegura el portal Colombiacheck.


—En 2007 [no ingresar a la guerrilla] fue imposible, ya había precio por mi cabeza [por ser comunista] — contó Diego Méndez, con tono de cuentista. Ingresó al frente Antonio Nariño en el Meta. A los 15 días de su ingreso a la guerrilla, le ordenaron devolverse a Bogotá: debía graduarse de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional, y reunirse con organizaciones juveniles, sindicatos y juntas de acción comunal, en nombre de las FARC.


Además de Diego, Luz Marina y Olga conversé con Arquímedes Rodríguez, excombatiente y candidato al Senado; Jaison Murillo y Paola Ramírez, excombatientes y candidatos a la Cámara por Bogotá; Tatiana Suárez, trabajadora social y psicóloga que quiere hacer paz con fútbol, entre otros más. Mientras recitaban como si fuera un libreto los mismos ideales y sentimientos revolucionarios, me pregunté si planeaban sus respuestas o si de verdad la causa de su lucha sigue firme y todos quieren hacer parte de la revolución de Colombia, por medio de Comunes.


No todos los integrantes del partido querían decir cómo se vincularon, pero lo que sí compartieron con orgullo fue qué los motiva a ser un camarada más. Entre esa lista, incluyen lo que ellos consideran constante: la violación a los derechos humanos, los asesinatos a líderes sociales, la falta de buena educación para todos y todas, la falta de oportunidades laborales, y, ahora, el incumplimiento al Acuerdo de Paz por parte del gobierno del presidente Iván Duque.


Después de una charla de política en la Cervecería Alternativa, emprendimiento liderado por firmantes del Acuerdo, se reunieron jóvenes militantes de Comunes. Eran, más o menos, las 5 p. m., de un domingo. El cielo estaba gris y hacía frío. Pero eso no evitó que hicieran pancartas con aerosol, estamparan pañoletas y tulas y escucharan rap libre en vivo.


María Isabel Brand es una madre de 21 años y operaria de aseo que quiere estudiar literatura, pero, por falta de recursos, no puede. Miguel Ángel González, soñaba con dedicarse a la música, pero, por las pocas oportunidades en el arte, estudió Farmacia. Ambos son militantes de Comunes, y luchan por sus derechos con el movimiento. Se acompañan en la lucha, que «es una fiesta», y entre ellos hay una camaradería única.


«Camarada, me ayudas con…», «Te presento al camarada…» y «Gracias, camarada…». Cuando fui por primera vez a la sede del partido Comunes, en Teusaquillo, una casa grande, con apariencia de ladrillo, pero muy moderna por dentro; escuché varias veces ese término, y no lo entendía. Entre todos se llaman así. Camarada significa, literal, «compañero de cámara»; es decir, de cuarto, de cama. En el mundo militar revolucionario, se usaba cuando varias personas de diferente jerarquía compartían dormitorio. En la Revolución Rusa (1917-1923), movimiento que inspiró junto con el marxismo-leninismo a la creación de las FARC y ahora a Comunes, esa falta de jerarquías fue esencial.


Reincorporarse en la sociedad no es tan fácil como suena. A quienes entrevisté declararon que el gobierno de Duque no ha cumplido su parte, y que, de hecho, el lema del uribismo (o los seguidores del expresidente Álvaro Uribe) en las elecciones de 2018 era «hacer trizas el Acuerdo de Paz».


Como es de conocimiento de toda Colombia, el Centro Democrático (CD), partido político de derecha liderado por Uribe, no apoyó el Acuerdo de Paz. Nicolás Goyeneche, miembro de la unidad de trabajo legislativo del CD, me reiteró con firmeza y seriedad las razones para decir no al Acuerdo:  —El punto de tierras afecta a la propiedad privada. No está bien que los excombatientes participen en política sin pasar por una justicia con sanciones efectivas, y la forma de combatir el narcotráfico no es la correcta. Además, la JEP (un órgano de justicia transicional) no es necesaria. Podía usarse la justicia ordinaria —finaliza.


A pesar de esto, la Consejería para la Estabilización, adscrita a la Presidencia colombiana, por medio de redes sociales, asegura que la implementación del Acuerdo es efectiva y que hay garantías para los reincorporados. ¿Las declaraciones se ven reflejadas en las cifras…? Desde 2016, han asesinado a más de 300 firmantes, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz.  Y en Bogotá, militantes como Fredy Valencia, quien hacía trabajo social con el Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3) y ahora trabaja con el partido constituido de forma legal, reciben amenazas constantemente.


El punto ‘Reforma Rural Integral’ es un eje estructural para el Acuerdo porque, entre otras cosas, busca erradicar la pobreza y la desigualdad del campo. Pero, según el Centro de Pensamiento y Diálogo Político y el Observatorio para la Equidad de las Mujeres, su ejecución ha sido muy lenta porque en el Plan Marco de Implementación se estableció que a 2018 los planes nacionales de la reforma rural integral debieron adoptarse, pero la mayoría quedó en 2020 y 2021. Además, en los Planes de acción para la Transformación Regional se excluyeron a las comunidades en las decisiones y hay zonas de reincorporación sin servicios básicos o educación.


Y en Bogotá, militantes como Fredy Valencia, quien hacía trabajo social con el Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3) y ahora trabaja con el partido constituido de forma legal, reciben amenazas constantemente.


Otro obstáculo para hacer política es la dificultad para atraer nuevas personas al partido. Aunque militantes y dirigentes afirman que «la guerra no era el fin, sino solo un medio», no puede negarse la relación de algunos líderes del partido con delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra, como secuestro, homicidio, tortura, atentados a la dignidad personal, violencia sexual y desplazamiento forzado. Por esa razón, se cambiaron de nombre (de FARC a Comunes) después de las elecciones de 2018, en las que, para el Senado, obtuvieron solo 52.532 votos, el 0,34 %. Es decir, sin las curules otorgadas por el Acuerdo de Paz, no hubieran entrado al Congreso.


En la actualidad, el partido todavía recibe comentarios como «el único guerrillero bueno es el guerrillero muerto». Juan David Vargas, miembro del equipo nacional de redes sociales de Comunes, asegura que quieren demostrarle a Colombia su compromiso con la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Y que quieren atraer a la gente del común.


Acompañé a los candidatos a la Cámara de Representantes por Bogotá Jaison Murillo y Sergio Marín a hacer campaña en el barrio María Paz, en la localidad de Kennedy. Allí, la mayoría de las personas se dedica al reciclaje y a la venta ambulante. El evento se hizo en un espacio pequeño del primer piso de una casa con puertas metálicas de color azul. No tenía ventanas y en una pared, por dentro, estaba grafitada con plateado la palabra ‘Dios’. La música de la parranda vallenata sonaba a todo volumen, y, poco a poco, llegaban las personas, se sentaban, se uniformaban con la camiseta de Comunes... Algunos se iban, otros esperaban a la llegada de los candidatos.


Entre los asistentes, estaba Keimer Visbal, un reciclador de 24 años a quien no le interesa la política, ni el partido Comunes, ni sabe qué es el Proceso de Paz, pero fue a recibir gorra y camiseta y a comer lechona, y asegura que votar es importante, aunque no sabe por quién.

Por jóvenes como él, Comunes intenta hacer pedagogía política en los sectores más marginados de Colombia, como contaron miembros del equipo de la campaña. Lo confirmé en el barrio María Paz: enseñan los tarjetones de votación, aclaran las funciones de los senadores y representantes a la Cámara baja en el legislativo nacional, y proclaman su lema: «No prometemos, nos comprometemos», frase de la que algunos asistentes se burlaron al finalizar el evento.


Al parecer, dar un discurso diferente sirve de vez en cuando. Juan David Velázquez es un estudiante de décimo grado y reciclador de 20 años. Al finalizar el evento, me contó que se conoció a los Comunes ese mismo día. Pero escuchó que son diferentes, que respaldan a los recicladores y tienen planes para cuidar el medio ambiente. Además, con entusiasmo, añadió que aceptó la invitación de hacer parte de proyectos ambientales y de reciclaje.


Comunes tiene un gran desafío por delante: convencer a los demás de que son personas del común, como el resto de colombianos y colombianas, que quieren acabar con la desigualdad del país de forma legal, y convencerlos de unirse a la lucha. No solo por ellos, sino también porque las próximas elecciones legislativas, el 13 de marzo, se acercan. Y ese periodo (2022-2026) es el último en que tienen aseguradas 10 curules en el Congreso: cinco en la Cámara de Representantes y cinco en el Senado.


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