Resultados de búsqueda
Se encontraron 1872 resultados sin ingresar un término de búsqueda
- Emprendimientos de excombatientes: proyectos que construyen paz
Emprendimientos de excombatientes: proyectos que construyen paz María Fernanda Rojas, María Victoria Vega, Ashley Portilla, Comunicación Social y Periodismo Tras la firma del acuerdo de paz, exintegrantes de la guerrilla de las Farc han avanzado en proyectos que son una opción para no volver a las armas. Ver también: Perdón, más allá de la guerra Compartir
- Unisabana Medios | Audios
Una lucha por la vida Gabriela Rincón Álvarez, Comunicación Social y Periodismo Esta es la historia de Samuel Bernal, quien nació con la enfermedad de atresia esofágica. Después de varios dictámenes médicos desesperanzadores, su madre continúa luchando por que sobreviva. Ver también: La infertilidad, una enfermedad de lujo Compartir
- ¿Qué tan públicos son los medios públicos colombianos?
¿Qué tan públicos son los medios públicos colombianos? Para Santiago Rivas, presentador de Los Puros Criollos, y para Yesid Lancheros, director del sistema Informativo de Canal Capital; la fidelidad y confianza de los públicos está ligada a la capacidad de los medios públicos de retener su independencia. Ver también: Los jóvenes, en todo y... ¿en nada? Compartir
- Su revolución solo dejó tristeza y humo: viaje de un desplazado
Ser despojados del calor de un hogar no es algo normal, pero el veneno de la indiferencia nos ha carcomido el sentimiento y la empatía. Su revolución solo dejó tristeza y humo: viaje de un desplazado Nicolás Mateo Vivas Cruz Ser despojados del calor de un hogar no es algo normal, pero el veneno de la indiferencia nos ha carcomido el sentimiento y la empatía. Disponible en Pulzo Nicolás Mateo Vivas Cruz Vivimos en un país con una diversidad inconmensurable, con tantas regiones, costumbres y tradiciones que, a veces, esto parece causar el olvido de nuestros hermanos compatriotas. Ser despojados del calor de un hogar no es algo normal, pero el veneno de la indiferencia nos ha carcomido el sentimiento y la empatía. Eran las seis y media de la mañana, el sol se colaba con brusquedad por las rendijas de las ventanas del cuarto donde dormía doña Marina, una mujer robusta, de cabellos rizados y cortos, que alcanzaban a cubrir algo de su cara quemada por el sol, a causa de trabajar en los cultivos. Era domingo, por lo que esta madre podía descansar sus manos tullidas de recoger granos de café. Como siempre, esperaba con ansias este día para acudir al esperado encuentro con Dios, acompañada de sus cinco hijos. Esta fue la última vez que la familia Villarreal despertó en su casa, ese día fue un adiós sin saberlo, un hasta nunca a las veredas de Alpujarra, Tolima. Al llegar a la ceremonia, la santidad de la ocasión se veía totalmente desvanecida, y en su lugar solo se escuchaban gritos de desesperación. “¡Se nos metieron, se nos metieron!”, gritaban los labriegos mientras arrastraban a sus hijos a toda velocidad. La guerra había tocado las puertas del pueblo sin avisar, sin motivo, pero no era la primera vez que la guerrilla venía a hacer su voluntad, arrasando, saqueando, y autoproclamándose como promotores de una causa justa. Fueron dos horas de disparos, clamor, y terror, que terminaron con todo habitante del pueblo en la plaza central, reunidos como un rebaño asustado de ovejas. Doña Marina abrazaba a sus cinco tesoros con los ojos cerrados, sumida en el mayor temor que puede tener una madre. “Encomiéndese al señor”, susurra entre dientes para no llamar la atención. Durante 20 minutos hubo un silencio fúnebre, los pasos de los partisanos y el sonido de sus armas tambaleándose eran las únicas señales de vida en todo el poblado. De pronto, ese mutismo colectivo se transformó en histeria. “¡No, por favor, no se lo lleven!”, gritaban los padres mientras eran despojados de sus amores, quién sabe hasta cuándo, sabiendo que estos serían las nuevas piezas de un conflicto armado incesante y nefasto. En esta toma guerrillera se llevaron a Henry, el primogénito de la familia Villarreal. Ese día, Marina perdió a su hijo, sus tierras, tal y como había perdido al hombre que amaba hace varios años. Pasó a ser presa en las calles donde creció por más de dos días, alimentándose de los sacos de papas y mangos que sus vecinos llevaban encima. Al tercer día, las furgonetas de los perpetradores se encendieron, preparando su retirada, llenas de comida, agua y niños, dejando en su lugar un sentimiento de ira y tristeza infinita en el corazón de los lugareños. El siguiente martes en la mañana esta campesina decidió huir del tormento, subió a sus tres niñas y al varón restante a un pequeño autocamión comerciante, dejando su futuro en manos de su inflexible fe. El estrecho vehículo se bamboleaba estrellando las cargas de café contra sus maltrechos cuerpos, mientras este bajaba el espiral de una montaña, la cual comunicaba a Dolores con la capital del Huila. Durante seis horas de viaje, no se presentaron quejas, preguntas o riñas, solo lágrimas silenciosas, acompañadas de un aroma de desdén e incertidumbre. Olvido y despojo El año 2000 fue un año nefasto para los desplazados, aumentando la cifra de expulsados de sus tierras por más de tres mil, siendo el número oficial de 607.563 damnificados según la Red Nacional de Información. En palabras de la profesora Marcela González, historiadora egresada de la Universidad de Los Andes, la época más álgida de secuestros en Colombia fue a finales de la década de los años 90, cuando el país llegó a registrar más de 3.500 casos. El año 2000 se alcanzó el pico máximo de damnificados, ya que en esta época había convergencia de varios grupos armados, como guerrilla y paramilitares en zonas norteñas del país, a causa de que estaban en plena guerra contra el Estado. “Si mi hermana no se hubiera mudado a Bogotá unos años antes, no sé qué habría hecho; aunque quieras venir a la capital, esta no es amable contigo si no sudas la gota gorda”. Ha pasado un año, Doña Marina se ha sabido mantener vendiendo tamales de arroz como los que hacía su madre, consiguió un cupo en el colegio público de ‘La Estela’, en Fontibón, localidad de la capital colombiana, para matricular al menor de sus hijos, mientras las tres hermanas la ayudaban a atender el negocio, ya que al principio no tenía dinero para que todos estudiaran a la vez. “No se preocupe mamá, cuando vayamos al colegio le trabajamos en la tarde, y cuando terminemos los estudios nos conseguimos una casa bonita para todos”, le decía su hija mayor, con la esperanza de que las mandara al colegio más rápido. Al año siguiente consiguió unos cuadernos de Coca-Cola, que daban por promociones de tapitas, y compró unos uniformes usados que le vendió una vecina. La felicidad de las niñas por estudiar era incontenible, por primera vez en tres años volvía a dibujarse una sonrisa en su rostro. Consiguió un puesto en arriendo en el centro de Fontibón, un pequeño espacio en el primer piso de una residencia esquinera, con una fachada que apenas tenía una pequeña puerta de entrada, enmarcada con el nombre del anterior negocio, donde abrió un restaurante de comida casera. Este pequeño puesto fue la fuente de sustento de los Villarreal por más de cinco años. Según el Sistema de Control Interno del Ministerio del Trabajo, en 2000 el 87,4 % de los desplazados no recibieron ningún tipo de ayuda gubernamental, la mayoría ni siquiera la solicitó. Andrés Ribero, profesor sociólogo de la Universidad Nacional asegura que en ese tiempo los desplazados no contaban con ningún tipo de información la cual les permitiera acceder a auxilios de alguna índole, y los que accedían a ellos recibían su subsidio mucho tiempo después. “Venir a Bogotá desde un lugar tan diferente es agobiante al principio, hace demasiado frío todo el tiempo, todo queda muy lejos, y por la noche los carros que pasan hacen que dormir sea una tarea difícil”. Superación, evolución, pero nunca olvido Cuando tuve la entrevista con la señora Marina me recibió muy arreglada, con un atuendo formal y una tasa de ‘tinto’ sobre un pequeño plato con adornos florales. Las paredes de concreto expuesto de su casa estaban adornadas por fotos de sus nietos e imágenes religiosas juntos a dos altares, uno en la sala y otro en su habitación. Actualmente vive en compañía de su hija mayor, en la misma localidad a la que llegaron. Parecía estar ansiosa por contar su historia, intentando hablar de una manera muy formal, la cual, fue desapareciendo a medida que iba avanzando en su relato. Aún se le escapan gotas de tristeza al recordar a su hijo mayor, puesto que no tiene noticias de él hasta el sol de hoy. —Sueño con él seguido, sueño con mi casita y el cafetal, no me imagino cómo estará todo por allá, pero la verdad no quiero verlo, me imagino que todo está muy distinto y quiero recordarlo todo cuando era bonito— comenta doña Marina mientras baja la cabeza y toma un largo respiro para no llorar. Al terminar la entrevista, la serenidad con la que fui recibido vuelve a ella. Toma un sorbo largo de café, y cruza la pierna. “Aún tengo fe; si mi hijo aparece será un regalo del Señor, solo puedo esperar cosas buenas”, dice. Al despedirse, se nota el desdén en sus ojos, unos ojos que expresan el sentir de lo que la violencia les ha quitado. *Algunos nombres y locaciones fueron modificados por seguridad de los implicados*
- Unisabana Medios | Audios
Probando ando Ana Di Martino, Valentina Flores, María Alejandra Palacio, Federico Monje y Diana Lacouture, Comunicación Social y Periodismo En este programa se reúne lo mejor y más exótico de la gastronomía nacional e internacional. Ver también: “Colombia a la mesa”, La oferta gastronómica de la FILBo 2023 Compartir
- El registro de un caminante
Federico Ríos, fotoperiodista que ha cubierto la violencia en Latinoamérica durante 12 años, relata los retos y obstáculos de registrar historias poco contadas. El registro de un caminante Valentina Gutierrez Pulido Federico Ríos, fotoperiodista que ha cubierto la violencia en Latinoamérica durante 12 años, relata los retos y obstáculos de registrar historias poco contadas. Disponible en Pulzo Valentina Gutierrez Pulido Ante la pandemia que vivimos hoy, nos vimos obligados a hacer una videollamada por Zoom. Desafortunadamente, las frecuentes fallas de conexión a Internet le impidieron a Federico Ríos encender su cámara. Su acento paisa me hacía sentir cierta cercanía, la frescura al hablar reflejaba su seguridad y, sin embargo, el tiempo que tomaba para responder algunas preguntas me hizo cuestionar si no me daba a entender o si le incomodaba lo que le preguntaba. “Tengo un muro gigante de autocensura, y así como la gente no sabe, a mí no me interesa que sepan cuáles son mis hobbies, que sepan si tengo familia o si estoy casado, o si me divorcié, o si tengo hijos, o cual es mi orientación sexual. Sobre todo, es un tema de seguridad, entenderás que a mí me ha amenazado el gobierno, me sigue el ejército, me persiguen y me joden la vida”. Y entonces, entendí que estaba hablando con un héroe que no se quita su máscara por temor a que no lo dejen seguir luchando por la humanidad. Federico nació y creció en Manizales, una ciudad rica en cultura y café, conocida como ‘La ciudad de las puertas abiertas’, por recibir a personas locales y extranjeras con la mejor energía. Con el fin de buscar más oportunidades, decidió dejar la ciudad que huele a café para marcharse a la capital del país. Bogotá, la nevera para muchos, fue el primer destino que marcaría una vida de mudanzas. “Podría decir que me veo como un caminante”, me dice. Luego de trabajar un tiempo en la capital, se mudó a Medellín, volvió a Bogotá y se fue para Brasil. Tiene muy presente un viaje que hizo al Amazonas cuando era muy niño, asegura que regresó a su casa con fotos de un lugar que era misterioso para él y que, aún hoy, sigue siendo desconocido e indescifrable para muchos. Y entonces, cuando volvió a Colombia y a Medellín, entendió que las fotos podrían ser un puente para acercar a las personas a lugares a los que no tienen acceso, fue entonces cuando comenzó su pasión por la fotografía. En sus fotos se le ven los ojos llenos de historias, sus crespos definidos, su piel blanca con algunas pecas en sus mejillas y un alma de bohemio por tener un filtro en blanco y negro. Para ser más clara, su retrato representa los rostros de todas las víctimas que pasaron frente a sus ojos. A los 18 años, Federico comenzó a exponer su trabajo fotográfico. “Yo empecé a exponer fotos antes de hacer fotoperiodismo, porque hacía fotografía experimental”, aseguró. Empezó a trabajar en el Festival de Teatro de Manizales como fotógrafo. En ese momento, la directora del Festival era Adriana Villegas, ella fue la persona que lo ayudó a entrar en el mundo profesional de la fotografía. No obstante, no fue la única que lo impulsaría a mejorar día a día en su carrera. “A medida que uno va creciendo, en el camino, siempre se va encontrando con personas que son puentes, que ayudan, que conectan, que empujan”. Hacia 2003, cuando Federico estudiaba Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de Manizales, conoció a Santiago Escobar Jaramillo, un estudiante de arquitectura con quien compartió su trabajo en Juan Sebastián Bar, un lugar rústico conocido como el ‘Templo del jazz y la salsa’. Entre las personas que lo han motivado a continuar está Santiago, un amigo de verdad. “Para mí, los verdaderos amigos, los verdaderos mentores, no son los que solo te dan palmaditas en la espalda sino los que te enseñan qué cosas se pueden mejorar”, me dice Federico. “Cuando dos personas como yo, llevadas de su parecer, se encuentran, a veces chocan. Pero es un choque desde la intelectualidad y desde el trabajo, más no desde la amistad”, me dice Santiago Escobar. Hoy en día, Federico presenta a Santiago como su editor, como un gran fotógrafo y como su mejor amigo. Un mundo en caos El fotógrafo de The New York Times ha sido testigo de la miseria y la injusticia en que viven muchas personas de América Latina. Federico ha estado en Haití, Brasil, Bolivia, Venezuela, Cuba, Colombia y El Salvador. Entender que somos números para el Estado mientras nos venden basura comercial es imperdonable para él. “A donde vas encuentras eso: gente jodida, atropellada, empobrecida, robada, gente a la que el Estado no les funciona como Estado sino más bien como enemigo”. Su indignación es evidente en el tono de su voz, los sonidos que emite antes de hablar capturan el dolor oculto detrás de cada palabra que sale llena de impotencia. “¡Maldita sea! ¿En qué mala hora se nos convirtió el Estado en enemigo?”, pregunta abiertamente. Cada lágrima de una víctima es una gota de indignación que rebosa el vaso que ha llevado consigo Federico durante 12 años. La humanidad se encuentra sumergida en una sociedad inhumana. La risa de un político representa el hambre de miles de niños. Mientras se piensa en las ciudades se olvidan de las periferias. Y lastimosamente, los medios de comunicación ocultan esa cara, la otra cara de Colombia. “Fotografiar la gente que sufre es horrible, siempre es una dificultad”, me asegura cuando me cuenta lo difícil que es para él registrar historias como la de los venezolanos que huyen de su país, mientras otros caminan por el nuestro para volver a él. Ver a las personas marginadas, indignadas y abandonadas buscando un mejor lugar para sobrevivir. Para ejemplificar mejor su trabajo, tomaré de referencia una foto de Federico para el periódico The New York Times. El escenario es de un grupo de mujeres que lloran la muerte de sus hijos causadas por los enfrentamientos entre manifestantes y el ejército boliviano. La escena es dolorosa, en un día soleado con un cielo azul, mujeres con banderas en sus manos no encuentran la paz en la tierra. Las tumbas frente a ellas incrementan su sufrimiento y su sentimiento de venganza, sin embargo, no hay nada que puedan hacer. Es en esos momentos cuando el fotoperiodista tiene un duelo interno. “Ahí, en ese momento, me debato si levantar la cámara y apuntar a un rostro desfigurado de dolor”. “Eso te toca. ¡Esto es una mierda! ¡El mundo es una mierda! Y uno no quisiera que esas cosas pasaran”, me dice con la voz entre cortada. Hablar de un momento en especial para él, en su carrera, es absurdo, ya que para sus ojos ningún conflicto es menos desastroso que otro y ninguna víctima es menos importante que otra. Sin descanso En el año 2010, Federico comenzó su travesía con las Farc. Desde el comienzo, quiso capturar con su lente la versión no contada, ya que asegura que vivimos en un país “del que no nos hemos enterado”. Durante años, en cada reunión de amigos y familia, el hablar de guerrilleros a donde quiera que iba, habían creado en él un enigma por saber lo que había detrás de estas personas. Recuerda un día cuando iba con su padre y dos hombres los detuvieron por la carretera de los llanos. Cuando se acercaron a ellos, los jóvenes de uniforme verde dejaron sus armas a un lado y les pidieron ayuda, ya que se habían varado. Esto intrigó tanto a Federico que fue el detonante para decidir desde pequeño que algún día se adentraría en los espesos bosques y daría un salto de fe, para mostrar la parte humana de las Farc. Hoy en día, Federico trabaja junto a su gran amigo Santiago Escobar en un libro que será publicado en los próximos meses. “Estamos trabajando en un libro de los últimos días de las Farc. Ya vamos por lo menos dos años en eso”, me explicó Santiago. “Lo que más admiro es su tenacidad, su capacidad, su visión. Creo que es un líder de por sí y pocas personas son líderes”, agregó. Hasta el momento, Federico Ríos ha recolectado algunos premios. Entre ellos están, galardón Eddie Adams Taller XXVII en Nueva York (2014), el primer premio Serie de noticias POY Latam (2017), el Premio del Jurado en Days Japan (2017), Portfolio Review New York Times (2017) y el Premio Hansel-Mieth Preiss en Alemania (2019). Además, es reconocido como uno de los mejores fotógrafos en el mundo, según la revista National Geographic. Su trabajo ha sido publicado en medios como The New York Times, Stern, Parismatch, El País, Times Magazine, Folha de Sao Paulo, entre otros. El futuro del periodismo pende de un hilo. La ética profesional está en juego y son pocos los que se atreven a mantenerla. “Hay muchos caminos, hay muchas formas de hacer fotoperiodismo hoy, pero la clave es salir”, y agrega, “Pónganse las botas y vayan. No se queden esperando en un escritorio a que alguien vaya y los busque”. Es el mensaje que da Federico Ríos a los jóvenes que están formándose para ser voceros responsables. Federico ha pasado por condiciones climáticas muy variadas y por momentos donde es complicado mantener la cordura. “Me atiendo porque expongo mi cerebro, mi cabeza y mi humanidad a presiones excesivas por encima de lo que cualquier ser humano soportaría”, asegura. Es admirable ver que su pasión sigue intacta y que su horizonte es muy claro. “Para mí es fundamental considerar que mi trabajo es importante. Y continúo porque cada día encuentro una historia que contar y una audiencia con la que quiero comunicar. Y en esa dinámica, es en donde encuentro el empuje para seguir trabajando”.
- A través de los ojos del alma
A través de los ojos del alma Karen Mora, Sara Daniela Núñez, Alejandra Vásquez, Mariana Murcia y Mariana Londoño Elvia Martínez es guía turística en Boyacá. Es invidente. Es madre. Es independiente, autónoma. Ya hace varias décadas formó una familia y sigue trabajando en múltiples áreas. Su historia le ha permitido demostrar lo lejos que está Colombia para garantizar equidad y, también, los posibles caminos para incluir a personas con discapacidad a las economías locales. Ver también: Un alma viajera Compartir
- Unisabana Ágora con el Presidente Duque
Unisabana Ágora con el Presidente Duque "El camino a cero", una charla sobre los retos de Colombia para acercarse a cero emisiones de gases de efecto invernadero y a cero emisión de carbono. Compartir Ver también:
- Unisabana Medios | Audios
La Florida Paula Sofia Moreno Castillo y Juan Nicolas Villamil Ibanez Una pastelería que hace parte de la historia de Bogotá y su gente. Ver también: Mampuján: Sabores de Paz Compartir
- Unisabana Ágora con José Manuel Restrepo Abondano
Unisabana Ágora con el ministro José Manuel Restrepo Abondano "Construyendo consensos en tiempos de pandemia", una charla con el Ministro de Hacienda y Crédito público, en el contexto de la celebración del Mes del Periodista y de los 50 años de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana. Compartir Ver también: Unisabana Ágora con Pushkar Patange
.png)










