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- Hari
Hari Armando José Benzecri Hernández, Juan Pablo Burbano López, Pedro Miguel Calderón Gómez, Raul Stiven Restrepo Amortegui de Comunicación Audiovisual y Multimedios En este videojuego, un hombre busca a su hijo, luego de haber naufragado en una isla misteriosa y apartada de su mundo. Ver también: Paperman Compartir
- "Si no nos metemos en temas de política, la política sí se mete con nosotros"
Valentina Aguilera < Volver "Si no nos metemos en temas de política, la política sí se mete con nosotros" Camera Valentina Aguilera Andrés Sánchez Muñoz, consejero de juventud de El Rosal, Cundinamarca fue elegido consejero municipal para el periodo 2022-2026 con el partido Juventud Naciente. La Colombia que sueña se preocupa por proteger el medio ambiente. Ver también: Ver también:
- ¿Qué es la endometriosis?
En este capítulo, te contamos del proyecto de ley que busca hacer del fútbol un patrimonio cultural. Además, hablamos acerca del valor social del cacao y de cómo se vive el amor en tiempos de Tinder. ¿Qué es la endometriosis? Laura Ubaque, Luisa Moreno, Kelly Medina, Andrés Caamaño, Sebastián Bustos, Karol Peña, Paula Belalcázar, Danelys Vega, Gabriela Velásquez, Deisy Nivia, Nicolás Villamizar, Juliana Novoa, David Suárez, Mara Mulett, Tatiana Marta, Valeria Ramírez, estudiantes de Comunicación Social y Periodismo En este capítulo, te contamos del proyecto de ley que busca hacer del fútbol un patrimonio cultural. Además, hablamos acerca del valor social del cacao y de cómo se vive el amor en tiempos de Tinder. Ver también: ¿Cómo afecta el historial financiero el ser reportado en centrales de riesgo? Compartir Participa también de nuestro debate: ¿nos merecemos el título del país más feliz del mundo?
- El arte de los escombros
El arte de los escombros Sofía Buelvas Puerta, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Las construcciones y el desarrollo perseguido por las ciudades producen desechos. No obstante, estos materiales inspiran a algunos artistas a expresarse, tal es el caso de Mauricio Combariza. Lea también: Juanita Martínez Bahamón, el arte de lo bonito Compartir Foto: Foto: Sofía Buelvas Puerta Mirar a través de la ventana del bus suele ser un momento de reflexión y admiración de lo que nos rodea, del paisaje, que, se supone, se reconoce por el azul del cielo, el verde impregnado en las hojas de los árboles y en el pasto. Pero no aquí, no en Bogotá. Acá los árboles son reemplazados por enormes edificios de colores grisáceos; y el verde del pasto, por cemento duro y uniforme. Bogotá, capital colombiana, tiene una superficie de 1,772 km2.. En este espacio anualmente se construyen más de 7,000 edificaciones distribuidas en apartamentos, casas, oficinas y obras públicas, según indica el DANE. Sin embargo, este mismo proceso urbanístico deja a su paso una gran cantidad de Residuos de Construcción y Demolición (RCD) pues, según las cifras de la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA), alrededor de 20 millones de toneladas son producidas cada año en la ciudad. Hay cuatro puntos autorizados en donde se pueden verter estos materiales: Cemex-La Fiscala, Cantarrana, Serafín y Carabineros. Pero en las 20 localidades de Bogotá, acorde al informe de puntos críticos de 2017 de la SDA, hay más de 345 lugares en los que se acumulan este tipo de residuos. La situación resulta caótica e insostenible, pero como en cualquier historia sombría, en la que se cuelan destellos de luz entre los agujeros de las paredes, esta no es la excepción. Los escombros, las varillas, el cemento y las tablas utilizadas en las construcciones son empleados como materia prima para las obras de Mauricio Combariza, un artista bogotano de 47 años. Mauricio toma en sus manos un balde viejo salpicado de pintura y una espátula de metal. Antes de alzarlo, vierte en su interior cemento y agua y, usando la espátula, revuelve los ingredientes hasta lograr una mezcla viscosa y uniforme. Sube el balde a la mesa, ubicada en el centro de su taller, y vuelca el contenido en una pequeña bolsa plástica que acomoda con especial delicadeza sobre otras más, armando así una pila de bolsas de concreto que se encuentran encima de un trozo de madera con superficie gris, que consiguió en una de sus caminatas en búsqueda de materiales para sus creaciones. Mauricio nació un primero de octubre de 1970 en la ciudad de Bogotá; creció en el municipio de Soacha . En este lugar inició su acercamiento al mundo de las construcciones y, por ende, la relación con dichos materiales. “Mucho de lo que hago surge de mi memoria, pues he visto cómo se desarrolla la ciudad y cómo yo he sido parte de la construcción popular” , afirma. En su memoria reposan aventuras de su niñez en las que se iba con otros de sus amigos a algunas ladrilleras, que eran cercanas a su casa, para tomar los residuos restantes y revenderlos . Así ganaba de unos 10 a 15 pesos y se sentía el niño más afortunado del mundo pues podía llevar dinero a su casa. “A mí siempre me ha encantado ver los cerros de Monserrate, pero ahora hicieron en ellos dos edificios horribles, y aún si fueran atractivos no estoy de acuerdo con que los hayan construido ahí, ese no es espacio para hacer ese tipo de obras pues pasan a ser contaminación visual y ambiental”, agrega Mauricio mientras frunce el ceño y expresa enojo e impotencia ante la situación. Al igual que Mauricio, Pedro Uribe, un artista plástico bogotano de 24 años que utiliza residuos de construcción para sus obras, enfatiza en lo relevante que es el contexto social en el que el artista se encuentra para expresar la realidad y ser inspiración en sus creaciones. Actualmente, esa inspiración surge del perseguir de manera inimaginable el desarrollo, la cantidad de construcciones llevadas a cabo y cómo estos procesos conllevan a consecuencias únicas en las dinámicas sociales. No obstante, para Mauricio, no todo fue color de rosa ya que a pesar de iniciar sus estudios de Artes Plásticas en el año 1998 en la Academia de Artes Guerrero, se graduó de ella 15 años después debido a la necesidad que tenía de conseguir un trabajo para solventar las necesidades económicas de su hogar. En este periodo de su vida trabajó 10 años en el área de Registro y Matrícula del Centro Colombo Americano, pero, afirma, no era realmente feliz. Además, solo de vez en cuando tomaba un lápiz para hacer uno que otro dibujo en un papel, puesto que su trabajo demandaba de mucho tiempo y no podía dedicarse completamente a lo que le apasionaba. “En medio de esa difícil situación, lo empezó a llamar nuevamente el arte, él puso un plazo de seis meses para renunciar a ese trabajo y así dedicarse de lleno a lo que amaba”, comenta Jorge Magyaroff, su colega y amigo que lo conoce desde hace 20 años. Poco a poco le hizo caso a aquella vocación de artista. En el 2016 se instaló en un apartamento de un edificio ubicado en la calle 22 para así ocuparse únicamente de sus obras. Pero este edificio de apartamentos no es uno más del montón, ya que entrar en él significa inspirarse y respirar arte, y tiene nombre: Proyecto Faenza. Paredes con grafitis capaces de ocultar en gran medida el color blanco hueso que las reviste, las ventanas se encuentran rodeadas por un marco blanco clásico y unas delgadas rejas con figuras abstractas. Son cuatro pisos de pura creatividad pues en él tienen sus talleres 11 artistas, cada uno con un estilo único. Algunos de ellos son fotógrafos, otros escultores y otros, pintores. Juntos forman un conglomerado que, según afirma Magyaroff, buscan “hacer ruido” y de esta forma ser conocidos en el medio artístico e impulsar los trabajos que cada uno realiza. De este grupo de artistas hace parte Mauricio, quien con sus obras pretende marcar una diferencia expresando lo que sucede en su entorno, tomar aquellos “desechos” de la urbanización, los escombros, emplearlos en sus obras artísticas y reincorporarlos a la sociedad transformados en elementos con un significado; pero, como él dice, sin borrar la huella que ya traen; la de la ciudad. “Nos pintan la idea de que como están haciendo edificios, la ciudad está evolucionando, está teniendo un desarrollo, pero cuando miras lo que implica el desarrollo también hay un trasfondo de involución en él”, expresa Mauricio refiriéndose a la urbanización acelerada en Bogotá. En cuanto a la recolección de los RCD en la ciudad, Tatiana Yaya, ingeniera ambiental de la Secretaría Distrital de Ambiente, afirma que es un proceso iniciado por el generador (persona natural o jurídica que produce los residuos), acto seguido este debe registrarse en la página web para hacerle un seguimiento a la construcción. Posteriormente, debe establecer contacto con un transportador autorizado para la recolección de este material y, en este mismo proceso, cerciorarse de que mínimo el 25% de los residuos producidos sean aprovechados en la construcción. Después, el porcentaje de escombros restantes son llevados a los vertederos. Benjamín Buelvas, ingeniero civil momposino de 47 años, resalta la importancia de la reutilización de los escombros en las construcciones, puesto que sirven para estabilizar terrenos, pavimentar vías para tráfico pesado, producir ladrillos, construir paseos públicos, muros y piezas de cerámica que no requieren procesamiento. Por el contrario, si no se procede de esta forma, estos materiales terminan en uno de los tantos puntos críticos de Bogotá convirtiéndose así en la visible consecuencia del desmedido desarrollo de la capital del país. Este es uno de los procesos de los que surge la inspiración de Mauricio, de una serie de acciones que al analizarlas muestran los valores en los que se fundamente la sociedad actual; es decir, un materialismo desmedido. “Estos mismos residuos pueden reutilizarse de una manera diferente , ahí entra en juego la creatividad y la imaginación del artista para así hacer cosas distintas”, comenta Benjamín. Por ello, Mauricio toma sus baldes desgastados por el trajín diario y camina expectante las calles de la ciudad, llenándolos de escombros, tablas y demás materiales que encuentra para expresarse, y, posiblemente, para hacer una tarea más ardua de la que cree, transformar un elemento que el sistema desechó, pero que él plasmando esperanza y dedicación volverá a hacerlo parte de la muy aclamada sociedad del “desarrollo”.
- El mundo es para las flores
El mundo es para las flores María José Montoya Echeverry, Comunicación Social y Periodismo Fecha: Colombia cuenta con un portafolio de 1600 variedades de flores y, aunque la pandemia ha traído consigo grandes preocupaciones, les ha permitido a estas bellezas colombianas viajar por el mundo. Lea también: Nobsa, el municipio en el que se tejen los sueños Compartir Foto: Wix Es curioso e irónico pensar que somos un país rico en fauna y flora, pero ante el mundo somos y tal vez siempre seremos vistos como narcotraficantes. Aunque es una problemática que ha atacado al país directamente, en Colombia hay mucho más y somos más que solo narcotráfico, pero no vamos a entrar en esa discusión. Colombia es un paraíso floral, lleno de belleza y autenticidad. Sus diferentes formas, colores y tamaños resultan fascinantes a la vista, además de inspirar a más de uno, y es precisamente por estas características que las flores colombianas son tan apetecidas alrededor de todo el mundo. Las principales especies exportadas son las rosas, una hermosa flor que, por excelencia, está relacionada con el amor. Esta es protagonista de las fechas especiales como el Día del amor y la amistad, gracias al clásico ramo de rosas rojas que recibe toda enamorada. La variedad de colores que se pueden encontrar representa y envía de cierta forma un mensaje a la persona que las recibe. Las rosas rojas con su majestuoso color transmiten amor; las blancas representan la belleza y la pasión; también están las rosadas que envían un mensaje de empatía, simpatía y gratitud, y, por último, están las amarillas, que transmiten felicidad. Tal como las rosas, también están los claveles, la flor crisantemo, las alstroemerias, las hortensias, los lirios y las orquídeas. Estas hermosas flores son algunos de los tipos que más se exportan. La orquídea, más conocida como la ‘flor nacional de Colombia’ se puede encontrar en los diferentes pisos térmicos del país, de diferentes colores, tamaños, formas y texturas . Son consideradas ‘Las reinas de la selva’, un tesoro natural que cuenta con infinidad de escenarios donde deslumbrar, desde los bosques y las selvas tropicales hasta las más densas ciudades. Pero como dicen por ahí, no todo es color de rosa. La pandemia trajo consigo una crisis mundial que afectó gravemente a la mayoría de las personas del planeta. Esto perjudicó directamente la forma en que se comercializaban las flores y, por esa razón, se hizo uso del “Plan Pétalo”, un dispositivo de seguridad que, según la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores (Asocolfores), tiene como objetivo ayudar a la movilidad y al flujo de la carga de flores para así prevenir la contaminación y el hurto de estas. Por la pandemia, el “Plan Pétalo” estuvo en un proceso de fortalecimiento para mejorar la competitividad del sector floricultor , que con ayuda de los ministerios de Agricultura, Comercio y Transporte, la Superintendencia de Transporte y demás entidades, además de contar con el comercio electrónico, se facilitaron las exportaciones haciendo que los productos llegaran directamente a sus clientes. Así, el encanto y la belleza de las flores colombianas empezó su viaje a través del mundo, desde Estados Unidos hasta Europa. Teniendo todas las medidas de bioseguridad, miles de trabajadores han tenido que adaptarse y, según Asocolflores, se fortalecieron los protocolos y el trabajo articulado en todo el sector de la producción, para que, de esta manera, el impacto de la pandemia sea un poco más suave, ya que en este sector se generan unos 140.000 empleos. El 14 de febrero, el día de los enamorados, el país exportó más de 700 millones de tallos según lo menciona un reportaje del periódico El Tiempo. Una cifra sorprendente, ya que después de una pandemia lo último que uno pensaría es en comprar flores, pero, a pesar de que estas no entran en el grupo de los bienes de primera necesidad , sorprendentemente la pandemia despertó la fascinación y el gusto de las personas hacia estas. Según Claudia Fuentes, gerente comercial de la finca Ayurá, esto se debe a que traen felicidad y esperanza en una situación llena de incertidumbre y desespero al no saber qué va a suceder . Y aunque nos han mencionado varias veces el hecho de que sin la naturaleza no somos nada, como seres humanos debemos darle el valor que merecen todos nuestros recursos naturales; somos un país lleno de diversidad de fauna y flora, pero lo único que hacemos es explotarla y desaprovecharla. ¿Se ha preguntado alguna vez cuántas personas no darían lo que fuera para poder dar un vistazo por las ventanas de su vivienda a los hermosos paisajes con los que contamos los colombianos? Pasar unos cuantos minutos debajo del sol al aire libre pueden llegar a ser la mejor medicina para el estrés y la ansiedad que se vive día a día. En tiempos de crisis como lo fue la pandemia el tener el más mínimo contacto con la naturaleza nos hizo sentir libres, nos despejó completamente, nos alejó de la rutina. Y aunque alguna vez escuché que se dice que el encanto es engañoso y pasajera es la belleza, creo que nunca está de más apreciar y valorar a la naturaleza.
- Viaje a la soledad
097caa0e-8f2e-41e3-9eea-0943552b0cd4 Viaje a la soledad Escrito por Susana Diez Santamaría, estudiante de Comunicación Social y Periodismo, e ilustrado por Camilo Andrés Quintero, María Paula Garzón López, Andrés Mauricio Cedeño, María Fernanda Álvarez y Carolina Castro, estudiantes de Comunicación Audiovisual y Multimedios. Un relato corto sobre las relaciones que lastiman, sobre la soledad y la libertad. Escrito por Susana Diez Santamaría, estudiante de Comunicación Social y Periodismo, e ilustrado por Camilo Andrés Quintero, María Paula Garzón López, Andrés Mauricio Cedeño, María Fernanda Álvarez y Carolina Castro, estudiantes de Comunicación Audiovisual y Multimedios. Ancla 1 Compartir Ver también: Lo que ocultan las miradas
- Hurtos y miedo: Cajicá es invadida
Hurtos y miedo: Cajicá es invadida María Alejandra Almario Moreno, estudiante de Comunicación Social y Periodismo Fecha: La inseguridad ha aumentado significativamente en la sabana. Pueblos como Cajicá, que eran considerados hogareños y confiables, ahora deben combatir la delincuencia por su cuenta. Lea también: Proponen soluciones frente a bandas de rompevidrios en Chía Compartir Foto: Unsplash Paola Domínguez llegó a su tienda a las 7 de la mañana como de costumbre. No recuerda el día ni la fecha, pero asegura que fue en julio del 2021. Al acercarse a la tienda nota que las rejas de su local están abiertas y algunos productos como ponqués y golosinas están tirados en el andén. Al asomarse se da cuenta del robo. Se llama “Supermercado La Candelaria”. Venden frutas, verduras, abarrotes, carne, pollo, alcohol y cigarrillos. La tienda es pequeña pero muy completa. Queda entre dos conjuntos residenciales, por lo que es muy concurrida. La tienda era de su padre, Gabriel Domínguez, pero hace 4 meses murió, por lo que ahora Paola, su hija, está a cargo. No es la primera vez que un robo ocurre en el sector o en la tienda. En este robo perdieron un total de 14 millones de pesos. Ocurrió entre las 4:30 a. m. y 5:00 a. m. Los ladrones hicieron un corte de luz desde el poste, por lo que en las cámaras se evidencia el ingreso al local hasta un punto. Destrozaron muchas de las cosas. Se robaron mercancía, el televisor, licores y cigarrillos, junto con el dinero de la caja. “En este momento somos 30 policías, los cuales se distribuyen en 3 turnos. Hay que sacar una parte administrativa que son 3 secretarios; hay que sacar las unidades que están de vacaciones para un reparto total de 20 policías . Seis policías por turno para todo el municipio”, explica el intendente Quevedo Camargo, comandante de la estación de policía en Cajicá. La mayoría de los habitantes se quejan de la ineficiencia y la escasez de policías en este municipio. Y para el comandante Quevedo tampoco es un secreto. Asegura que la población ha aumentado demasiado: casi 100.000 habitantes en total. “Somos muy poquitos acá, la estadística a grosso modo se maneja con 1 policía por 3000 habitantes, esta es una cifra exorbitante para la capacidad de la población que se está moviendo en el municipio” , agrega Quevedo mostrando preocupación. – ¿Cuáles cree que son las razones por las cuales ha aumentado la inseguridad? – Sin llegar a estigmatizar, a nivel nacional, departamental y municipal, la mayor razón de inseguridad es la presencia de ciudadanos extranjeros. De 10 personas usted individualiza o le practica registro en la vía pública, 6 son foráneos – Quevedo prefiere no especificar nacionalidad. Mientras explica, juega mucho con sus manos: las entrelaza o las dirige a su rostro. La primera reacción de Paola fue llorar. Asegura que recibió mucho apoyo de vecinos a quienes estima mucho. Pero recalca que unos venezolanos, vecinos de ella, presenciaron el robo; fueron testigos desde que los ladrones entraron al establecimiento. “Ellos entraron por la parte de atrás del local, donde hay lotes vacíos. Luego salieron por la puerta principal, conocen el sector”, narra Paola, reconstruyendo el momento en que entraron los ladrones a su negocio. Su voz se quiebra por momentos. Estamos hablando en la bodega del local mientras su socio atiende a los clientes. Paola lloró y no demoró en llamar a la Policía, ya que sentía que aún se podía hacer algo. Sin embargo, asegura que la Policía apareció alrededor de las 10:30 a. m. y que inclusive fue la perteneciente al municipio Zipaquirá. Horas después llegaron las autoridades de Cajicá. No tomaron fotos, huellas o siguieron el recorrido de las cámaras que había pedido Paola antes de que llegaran. En una se ve el rostro del ladrón, pero comenta que la policía no hizo ningún seguimiento para poder capturar y evitar más robos. “Llegan acá, nos dicen que debemos llamar a la Fiscalía y hacer el denuncio. La verdad ahorita es muy complicado porque es con cita o, de lo contrario, lo redirigen a uno a la página de la Policía que no sirve para nada”, explica Paola con una mirada molesta y de indignación. Luz Marina, otra habitante de Cajicá, afirma que ella y su esposo han sido víctimas de robo en la calle y en su apartamento. Ellos también están ubicados en el sector de Capellanía, se sienten inseguros y desprotegidos. Actualmente ella sale de su casa con una barra de hierro, al igual que varios vecinos, ya que sienten que deben tomar la justicia por sus manos. Los sectores más perjudicados de Cajicá debido a la inseguridad son en los sectores de Capellanía y el Rocío. Esto porque hay mucho lote baldío, entonces se generan los “mitos de inseguridad”. La Policía ha trabajado junto a la Alcaldía y la Empresa de servicios públicos de Cajicá PC (EPC) para la recuperación de esos lotes. Contactan al dueño para que haga el respectivo cerramiento. “Hay muchos factores que infieren en la inseguridad del municipio, no solamente la falta de policías , sino muchos otros factores”, insiste el comandante Quevedo. La Policía de Cajicá tiene 3 cuadrantes, y para cada uno tiene un teléfono. Cuando tienen varios casos a la vez atienden por prioridad:Primero va la integridad de la persona. Luego los bienes de la persona. Por último la convivencia. Es relativo el tiempo en que la policía llega a cada caso. Hay diferentes factores que pueden afectar este como es la distancia del cuadrante o la prioridad del caso. Ellos cubren toda la zona de Cajicá y tienen límites con los municipios de Tabio, Briceño, Chía y Zipaquirá. Quevedo asegura que la policía de Zipaquirá no pudo haber ido ese día, que su límite es en un sector llamado “Requisa” y que la distancia hasta el sector de Capellanía, donde fue el robo, es muy lejos. Afirma que asistió la policía de Cajicá. – Ayer los dueños de un establecimiento que robaron en Capellanía nos comentaron que la policía que llegó a su tienda fue la de Zipaquirá, no la de Cajicá. ¿Esto por qué ocurrió? – Le pregunto después de que me explica los límites. Quevedo abrió los ojos y se acomodó en la silla. – ¿De Zipaquirá? No. La verdad, lástima que no tengo el tiempo para ir hasta allá y corroborar la información. Tuvo que haber sido la policía de Cajicá. De pronto algún compañero reside en Cajicá y trabaja en Zipaquirá. Pero específicamente, el servicio de Zipaquirá acá en Cajicá, eso no pasa. No puede ser. El límite con Zipaquirá es industrial, es decir lleno de fábricas; es muchísima distancia. Al llegar a un establecimiento de robo, el primer paso es hacer labores de vecindad. Se revisan cámaras de seguridad, se ubica a la SIJIN, a la policía judicial, para que haga una entrevista a la persona y den más características de los delincuentes. A su vez, le dan indicaciones a la persona afectada para que coloque la denuncia y algunos consejos para evitar robos : no dejar tanto dinero en la caja, mejorar la iluminación ya sea por parte del negocio o de la alcaldía y estar atento por si ven algo sospechoso. Por alguna extraña razón, en el caso de Paola no cumplieron este seguimiento. “La policía de Cajicá es muy deficiente, no solamente porque no hayan hecho nada con el robo de nosotros sino porque sabemos de muchos más casos que no se hace”, informa Paola después de contar que no recibió apoyo de las autoridades locales, siendo este su segundo robo. Es por esto que los vecinos del sector de Capellanía se han reunido, han creado un frente de seguridad donde están pendientes de personas desconocidas, sospechosas y vendedores ambulantes, incluso consumidores. Esto porque consideran que la Policía ha sido negligente en este tema. Paola Dominguez lleva viviendo en el barrio de Capellanía 20 años. Cuando tenía 5 años podía salir a la calle a jugar. Ahora, a su hijo, no lo puede dejar porque en la esquina hay marihuaneros, distribuidores ilegales o personas sospechosas. “No podemos llamar a la Policía y preguntar si hay alguien que nos atienda porque la respuesta de ellos es que hay dos policías para un cuadrante”, critica Paola aún más molesta. Asegura que a veces van al sector, hacen una ronda, ven a personas extrañas y no hacen nada. El día anterior, cuando me dirigía a la estación, lo constaté. A una cuadra antes de la plaza central de Cajicá había dos hombres. Uno en una bicicleta pequeña y otro a pie, vestía de negro y no tenía tapabocas. Estaba comprando sustancias ilícitas. Me dirigió la mirada y dijo: “no compren esta bareta, es muy mala”, inmediatamente le paga al chico de la cicla y toman rumbos diferentes. El señor pasó por mi lado, olía a marihuana. Era evidente. Había niños, señores y mujeres pasando por la vía pública, pero para muchos ya era normal. Lastimosamente, al llegar a la estación no se encontraba ningún Polícia además de la secretaria. Un cuadrante cubre Rincón Santo, Chuntame, Capellanía, El Banco y El misterio. Se hace 3 veces por día una ronda en cada sector en el turno de 2pm a 7pm. Solo hay una estación de Policía en el centro. Tienen un CAI móvil, pero no hay suficiente personal. Esto depende del Ministerio de Defensa y los generales de la policía. “Es complejo, se nos sale de las manos. No hay tantos policías para salir y lograr contrarrestar el delito”, explica el comandante Quevedo. Realizan de 5 a 7 capturas por semana, pero lastimosamente las autoridades como la fiscalía y los jueces de la república no dan medida de aseguramiento.Es decir que las personas que son capturadas reinciden en la calle, y eso ya no depende de la policía, sino de quienes le dan la respectiva libertad. Quevedo confirma que se necesita pie de fuerza para diferentes sectores como Capellanía, Chuntame, El Misterio, Gran Colombia y La 15. También comenta que hace falta un parque automotor ya que los carros suelen fallar muchas veces y que las personas capturadas que deben trasladar a la CTP (Centro de Traslado por protección), antes UPJ, se les dificulta. También invita a que la gente denuncie. Actualmente, Paola informa que ante sus dos robos solo hay una denuncia. Ella asegura que eso no sirve ya que no hacen nada al respecto; nunca encuentran al ladrón. El sector hace años está pidiendo un CAI y policías que sepan hacer su trabajo, que quieran realmente defenderlos. “Vamos a estar agradecidos, pero no nos sirve nada más un CAI, es más que les nazca hacer su trabajo”, concluye. Quevedo asegura que la seguridad la hacemos todos, no solamente la policía. Cajicá al parecer no ha sido eficiente con la solución para disminuir la delincuencia. La Alcaldía afirma a través de sus redes sociales que hay prevención, control y patrullaje en contra de esta y, a su vez, capturas de algunos delincuentes, más adelante liberados . Además, comparten los números de contacto de la policía de Cajicá según cada sector y situación que se pueda presentar. Sin embargo, los comentarios son negativos, la gente está inconforme con lo que está o no haciendo la policía de Cajicá. No se sienten seguros ni en la calle ni en sus casas. Se sienten en una cárcel con los delincuentes libres.
- Vories: Bloqueo creativo
Vories: Bloqueo creativo Valeria Franco Cárdenas, Maria Paz Sierra Valencia, Sara Daniela Sánchez Urrego, Juan Pablo Bermudez Riaño, Valeria Paola Colina Aguilar y Ana Sofía Ñustes Heredia, estudiantes de Comunicación Audiovisual y Multimedios. Valeria Franco Cárdenas, Maria Paz Sierra Valencia, Sara Daniela Sánchez Urrego, Juan Pablo Bermudez Riaño, Valeria Paola Colina Aguilar y Ana Sofía Ñustes Heredia, estudiantes de Comunicación Audiovisual y Multimedios. En este videojuego, Angélica vencerá a sus enemigos para encontrar inspiración en mundos literarios que la llevarán a escribir el mejor libro de su vida. Haz clic para acceder al contenido Ver también: Compartir
- El obispo anglicano que busca su propia catedral
El obispo anglicano que busca su propia catedral Juan Nicolás Barahona, Comunicación Social y Periodismo Fecha: El fundador de 3 iglesias anglicanas en Colombia y Ecuador aún anhela la consolidación de los derechos religiosos en el país. Lea también: ¿Qué les venden a las personas en el Centro de Cienciología en Bogotá? Compartir Foto: Foto: Juan Nicolás Barahona Al tocar el timbre, una sombra pasa en el tercer piso, agitando unas cortinas de diferentes telas y colores de apariencia desgastada. El chirrido del óxido, cuando se abre la ventana, hace que suba la mirada. Una mujer anciana se asoma y se dirige al sacerdote que me acompaña: - ¿A quién necesita? - A monseñor Rosendo. Venimos para la reunión. - Un momentico. Tras unos minutos, un hombre de tez morena, alto y de nariz aguileña, abre la puerta del primer piso. Su figura levemente encorvada permite detallar las raíces de unas canas cada vez más abundantes. Viste sobrio, de traje y zapatos negros. La camisa morada que lleva puesta y el clériman que le recorre el cuello delatan su condición de religioso. Luce cansado y se mueve cabizbajo, bamboleando sutilmente su cuerpo. Cuando sube la vista, su rostro se ilumina con una sonrisa. Ésta tiene una mística curiosa: se hace inevitable no responder de la misma manera. -“¡Padrecito!”, le dice el hombre al sacerdote que me acompaña, abriendo los brazos en señal de camaradería. En las palabras que extiende en el saludo se hacen evidentes sus falencias de dicción: las erres las pronuncia como si fueran ges y le cuesta un poco iniciar sus frases. Sin embargo, esto no es le es un impedimento para predicar la Palabra en una casa, en una iglesia o en un cementerio cada domingo (como mínimo). Este hombre amable y de ademanes tranquilos es monseñor Rosendo Úsuga Higuita, obispo, líder espiritual y fundador de la Iglesia Universal Apostólica Anglicana en Colombia. Y, aunque hoy puede pasar inadvertido, quizás como un cura más, su influencia en la legislatura que rige al país perdura aún después de 27 años: el artículo 19 de la Constitución política del 91, que le permite a las personas profesar su religión sin tapujos, sin temores, sin represión, es el resultado de la lucha que emprendió hace varias décadas junto con otros líderes religiosos. Por la democracia, por los derechos Úsuga Higuita es uno de los principales promotores y defensores de la garantía a la libertad de cultos en Colombia, hecho que, en un país de raíces conservadoras, no ha sido para nada fácil. En los años 80s, vivió en cierta clandestinidad por la ferviente persecución que promovió la Iglesia Católica Romana contra las corrientes divergentes de su credo. Reunido en cafés y en recintos poco llamativos y ocultos, fue congregando a cuanta comunidad religiosa pudo. En el proceso sufrió difamación y encarcelamiento, como también ataques e improperios. Turbas fanáticas o miembros de la fuerza pública eran movilizados por algunos líderes católicos cuando hacían misas los domingos en el Cementerio de Chapinero. “Llegaban con palos y piedras”, recuerda, justificándose en el acuerdo Iglesia-Estado conocido como concordato. “Son incontables las veces que nos llevaron presos. Pero no nos dejamos callar”, cuenta Octavio Correal, obispo de la Iglesia Ortodoxa en Colombia y amigo de viejos tiempos de monseñor Rosendo. “En la cárcel empezamos a idear ese sueño. Nos llevaban y nos llevaban pero seguíamos en la lucha, queríamos romper las diferencias. Hoy sigo andando con él por la valentía y la honestidad que ha demostrado”. Después de convencer a muchos compañeros y a uno de los presidentes de la Constituyente, el 4 de julio de 1991, día en que se firmó la Constitución, fue para monseñor Rosendo uno de los momentos más felices de su vida, pues logró uno de los avances más grandes en el reconocimiento de los derechos de los colombianos: la libertad de cultos. Pasadas casi 3 décadas de todo esto, el obispo nos invita a seguir a su casa. La baldosa de la entrada es fría, y la subida, oscura. Su casa no es ningún palacio, ni mucho menos una sede primada de grandes proporciones. Más bien es un pequeño apartamento en un tercer piso ubicado en Modelia, un barrio de clase media al occidente de Bogotá, y en donde la calma se perturba por el estrepitoso y continuo pasar de los aviones del Aeropuerto El Dorado. El relato de la cárcel viene a mi mente: sentado en el suelo, recostado contra la pared de los calabozos de la Policía, monseñor empezó la redacción del mencionado artículo. Del encierro, tras las rejas y rodeada de luz mortecina brotó aquella semilla de libertad. De humano, de padre y de obispo Tras subir la escalera, que se hace opaca e interminable, una sala adornada de cuadros, muebles antiguos y figuras religiosas se abre ante nuestros ojos. Al fondo del recinto se ven los fuegos de una estufa que calienta una olla chocolatera y otra que hierbe el agua para un caldo de papa. Son pasadas las 9 de la mañana, y monseñor, hasta ahora, se prepara para tomar el desayuno. Los afanes y el temor de la persecución lo han abandonado. Incluso ha adelgazado, acostumbrándose a comer tarde y poco. El edificio en el que estamos, que es donde vive el obispo, pertenece a sus suegros. ¿Suegros? Puede sonar extraño, sí, aunque es innegable. Rosendo Úsuga, además de ser sacerdote, es padre de dos hijas y hace más de 30 años vive con Claudia Gil, su esposa. La iglesia a la que pertenece, la anglicana, le permite formar su propia familia, hecho que, asegura, le ha dado mayor fuerza a lo que predica en cada misa. “La Iglesia está en la familia y la familia está en la Iglesia. Debe existir un crecimiento y un testimonio de hogar. El sacerdote debe estar preparado para orientar, dirigir y dar consejo. Y la familia será siempre ese bastón de unidad. A pesar de que yo tengo muchas responsabilidades, sé que no es difícil combinar las dos cosas, porque como sacerdote, esposo y padre sé que tengo que dar el ejemplo de las enseñanzas de Dios”, me dice Úsuga. Mientras me habla, va disponiendo su casa para recibir a los sacerdotes que se reunirán en la asamblea mensual ordinaria de su Iglesia, donde se definen las estrategias de su labor pastoral. Úsuga Higuita, además de ser fundador de 3 iglesias anglicanas en 2 países distintos, del Comité Pro-libertad Religiosa y de Conciencia y de más de 9 misiones religiosas a nivel nacional, lidera actividades continuas de desarrollo social en las comunidades menos favorecidas de Bogotá, especialmente en Ciudad Bolívar. La señora Claudia prepara la mesa donde acontecerá la reunión. A pesar de la sencillez del recinto y de las cosas, se dispone lo necesario para que todos estén cómodos. Al recorrer el lugar, se hace evidente que monseñor Rosendo no posee un gran capital. “Vive de lo que gana por sus misas y de eso no le queda para acumular”, me dice su esposa, sonriendo. Conforme se desarrolla la reunión, aprovecho para hablar con su hija, también llamada Claudia. Ella destaca que monseñor nunca ha descuidado sus responsabilidades familiares: “Mi papi es un poco penoso para mostrar su amor, pero eso no significa que no sepa darlo. De él nunca nos ha hecho falta el consejo y la atención. Hay ratos en los que ha sido estricto con nuestra crianza, como cualquier papá, pero al final la vida le da la razón. Nos ha enseñado a querernos, a ser cuidadosas, nos ha evitado malas decisiones . Mi hermana Lorena y yo pudimos estudiar y ahora vivimos bien por el apoyo que nos dio junto a mi mami. De ellos no nos ha faltado nada”, dice. Esa aparente dureza a la que se refiere su hija tiene un origen: Úsuga Higuita es el décimo de 20 hijos de una familia campesina y de escasos recursos de Santa Fe de Antioquia. Tuvo siempre presente la obligación de ser y de sentirse útil, de estar dispuesto a ayudar a su familia y, prácticamente, de medírsele a lo que fuera. Aún le duele recordar la impotencia que sentía al no poder protegerla y de verla llena de necesidades. Le brotan las lágrimas y se le entrecorta la voz. A modo de catarsis, se ha entregado de lleno a los feligreses o a quien lo necesite, recordando el tesón de sus padres, que iba entre la dureza y la dulzura. “La gente muchas veces llega aquí a la casa pidiendo algo de comer, o cuando va a alguna comunidad las personas le piden dinero, y él no tiene problema de entregarlo, de ayudar. Muchas veces él me dice: ‘Venga, mija, colaborémosle a esta gente. Usted da esto y yo pongo esto’, o empieza a gestionar. Hay momentos en que lo debo detener, porque sí hay muchos que lo quieren, pero me da temor que alguien pueda abusar de su confianza”, me dice la señora Claudia, ya con calma, terminada la asamblea. Dos veces Salimos con monseñor Rosendo a las calles de Bogotá, porque se dirige a otro encuentro de carácter religioso. Subimos a un carro. Hay trancones, pero, gracias a esto, también más tiempo para conversar. A sus 61 años, él ya no va con tanta prisa, aunque ha vivido momentos de muchísima tensión. Precisamente, en un vehículo estuvo frente a la muerte: el cañón del arma que le quitó la vida a dos de sus compañeros religiosos. Fue en julio del 2013. Dos sacerdotes de la Iglesia Universal Apostólica Anglicana habían sido asesinados en el barrio Kennedy, de Bogotá. Cuando se transportaban, junto a monseñor, para recibir un dinero prometido como “donación”, fueron abordados por hombres armados… “Fue un milagro lo que me sucedió. Cuando nos atacaron, forcejeé con uno de los asesinos. Cuando me sentí cansado, bajé la cabeza y esperé el disparo. Los minutos me parecían horas, hasta que me di cuenta de que estaba solo. Los padrecitos estaban muertos. Durante meses no paré de llorar”, dice, mirando por la ventana. En otra ocasión, oficiando un velorio, se realizó un atentado contra los familiares del difunto. Recuerda, ante todo, el sonido de los impactos contra la biga que lo protegía. Todo lo resume en que, tras la tragedia, no hay retroceso claro ni modo objetivo para empezar de nuevo. “Fue difícil cuando sucedió lo de los sacerdotes. Fueron los meses donde más triste lo vi. Si antes era un poco retraído, esa vez se recogió mucho. No quería hablar y pasaba mucho tiempo como si estuviera perdido. Lo que lo ayudó fue el acompañamiento que le hicimos y también de toda la gente que lo quiere. Era impresionante ver todo el apoyo que recibió. Se dio cuenta de que no estaba solo y de todo lo que había cultivado hasta el momento”, me dice su hija menor. Tras esos sucesos, me cuenta su esposa, lo ven más sensible, aunque a simple vista no lo parece: su mirada se torna seria y profunda, y en el rostro carga, aunque no lo quiera, una especie de tristeza cuando no hay quien lo acompañe. Cosa distinta sucede cuando se comparte mucho tiempo con él. De a poco rompe ese velo. En sus eucaristías, en los congresos religiosos y hasta compartiendo un almuerzo emite un aura de sumo respeto, pero sin trasponer su tranquilidad y su sencillez. Cuando se siente bien, es activo y sonriente. Siempre sonriente. Mientras avanzamos, me cuenta lo difícil que ha sido lograr la aplicación de los artículos para la libertad religiosa en Colombia. “Aunque ya no hay persecución, aún no hay igualdad en el país”, me dice. Su afirmación se confirma con el hecho de que solo hasta el 2018, 27 años después de ser firmada la Constitución, el Estado aprobó, mediante decreto, las primeras políticas públicas sobre este tema, que aún faltan por desarrollar. Ya llegado a su lugar de destino, monseñor Rosendo se despide dando bendiciones y estrechando sus dos manos. Antes de que la luz del semáforo de enfrente cambie a verde, me dice: “Yo sueño con tener una catedral muy bonita para mi Iglesia. Por lo menos ya edifiqué una: mi familia, y quiero que se consolide la otra: la verdadera libertad religiosa en Colombia”.
- Los retos del país, en la visión de Santos
En este capítulo, conoce también las impactantes cifras en torno a los desperdicios en Colombia, entre otras noticias. Los retos del país, en la visión de Santos Laura Ubaque, Luisa Moreno, Kelly Medina, Andrés Caamaño, Sebastián Bustos, Karol Peña, Paula Belalcázar, Danelys Vega, Gabriela Velásquez, Deisy Nivia, Nicolás Villamizar, Juliana Novoa, David Suárez, Mara Mulett, Tatiana Marta, Valeria Ramírez. En este capítulo, conoce también las impactantes cifras en torno a los desperdicios en Colombia, entre otras noticias. Ver también: Piropos en la calle: una forma de acoso Compartir
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